Tras varios meses de reflexiones internas, la Asociación Valenciana de Empresarios (AVE) hizo pública el pasado 1 de octubre la identidad de quien será su presidente a partir de febrero de 2011, cuando se cumplan los ocho años de mandato del todavía máximo dirigente, Francisco Pons. Fue una sorpresa general, porque, entre los varios nombres que se habían filtrado -todos ellos barajados internamente como candidatos, como Agnés Noguera, Carlos Pascual, Manuel Palma o Adolf Utor- no figuraba el del naviero Vicente Boluda, uno de los contados empresarios valencianos con auténtico predicamento en el resto de España. Boluda, quien presume de amistad con la mismísima Casa Real, lleva tres lustros como miembro de este selecto club que en la actualidad está integrado por casi un centenar de los principales patronos de la Comunitat Valenciana.

Su elección supone un nuevo cambio de rumbo en una organización con 32 años de vida a sus espaldas que ha sabido reinventarse conforme superaba etapas. Lejos queda aquel 1978 en que AVE se constituyó, en el Club de Tenis de Valencia, como un grupo de presión (un lobby) impulsado por un empresario como su presidente fundador, Silvino Navarro, u otros como José Lladró o quienes después serían presidentes de la patronal provincial CEV, José María Jiménez de Laiglesia, o de la Cámara de Valencia y de Bancaja, José María Simó Nogués. Todos ellos de Valencia.

Influencia

AVE surge a imagen y semejanza de otros clubes empresariales que se van gestando en España con el propósito de ejercer su influencia sobre las ya democráticas administraciones y defender los intereses del colectivo al margen de las organizaciones patronales, concebidas éstas como verdaderos oponentes a los sindicatos. Pero AVE tuvo también su particularidad. Durante la larga etapa de gobiernos socialistas en la Generalitat, la asociación jugó el papel de situar peones suyos, con el objetivo del control de la gestión, en las principales instituciones económicas de Valencia. Asimismo, deseosos de disfrutar del relieve que una coalición política como Convergència i Unió había logrado para Cataluña y los empresarios catalanes, los socios de AVE jugaron la baza, entre finales de los ochenta y mediados de los noventa, de fomentar una alternativa nacionalista en torno a Unió Valenciana (UV).

Ninguno de estos proyectos acabó con éxito. El vuelo independiente que tomaron dirigentes surgidos de su seno, como José Enrique Silla y el citado Simó, en la Cámara,o Ramón Cerdá, en la Feria, dio lugar a un cisma. La vinculación de estos dirigentes con el poder socialista llegó a crear dos bandos en el empresariado y algunos de los citados dejaron la organización. En el 92, por ejemplo, un AVE en la que aún tenía un peso importante el todopoderoso secretario general de la CEV, Luis Espinosa, gran hacedor unos años antes del ascenso de Pedro Agramunt desde la presidencia de la patronal a la del PP regional, fracasó en su intento por situar en la Feria a José Lladró en detrimento de un Ramón Cerdá amparado por Joan Lerma. Cuatro años más tarde, con el PP en el Consell, logró situar en ese cargo a uno de los suyos: Antonio Baixauli. Fue la última victoria y el último intento, visto cómo el empresario del mueble fue descabalgado tres años después por la Generalitat sin que AVE pudiera hacer nada por evitarlo.

Federico Félix

En aquellos años, ya había ascendido a la presidencia Federico Félix, el más carismático de sus dirigentes. La organización vivió su momento de mayor poderío en 1995 cuando propició el llamado pacto del pollo que dio lugar al Gobierno de coalición entre el PP y UV. La negociación se cerró en la sede de la Federación Agroalimentaria, que también presidía Félix, un empresario del sector avícola. AVE se prometía años de mucha influencia política, pero la idiosincrasia del líder popular, Eduardo Zaplana, poco dado a las tutelas, y el posterior hundimiento de Unió Valenciana, puso fin al sueño, de tal forma que hasta 2003, cuando Félix deja paso a Francisco Pons, AVE vive una etapa de carácter más reivindicativo -es el principal animador de la llegada a Valencia del tren de alta velocidad- frente a una Generalitat cada vez más omnipotente y ante la afasia en que se hallan sumidas las patronales valencianas. Es una época en que la organización, y Félix a su cabeza, soportan, sobre todo tras la mayoría absoluta del PP en 1999, una gran presión desde el poder autonómico.

Líder indiscutible

Y llega 2003, el año en que Francisco Camps accede a la presidencia. Hace tiempo que Juan Roig es el líder indiscutible en la sombra de la asociación. No es casual que el sucesor de Félix sea otro interproveedor de Mercadona, el empresario del sector de los frutos secos Francisco Pons. Con él, aunque amasados en los meses previos por el núcleo duro de la asociación, llegan cambios sustanciales en AVE, sobre todo desde el punto de vista organizativo: se amplía aún más el número de socios, se crea por primera vez una sede propia, se contrata a un ejecutivo como director general (Diego Lorente) y se impulsa la Escuela de Negocios del Mediterráneo (Edem). Nada que ver con los tiempos de Félix, cuando su secretaria en la Federación Agroalimentaria y la propia sede de ésta constituían la estructura única de AVE. Eso sí, sin que ello restara un ápice de presencia pública a la organización, dada la hiperactividad de su presidente, quien en su mandato también logró vincular la asociación con el influyente Instituto de la Empresa Familiar.

Con Pons se constituye asimismo la primera junta directiva de AVE. La nueva dirección imprime al lobby un sesgo mucho menos político. La organización abandona cualquier tono reivindicativo -como se ha visto en el proceso de reestructuración del sistema financiero que ha supuesto la pérdida de Bancaja y la CAM- e intenta marcar su influencia pública mediante la reflexión. Sus posicionamientos casi siempre irán sustentados en informes previos. Esta etapa más prudente, en la que se ha intensificado la estrategia de cooperar con grupos empresariales similares de Cataluña o Madrid, no ha evitado que siguieran los roces con los colegas alicantinos, que, incluso, en plena polémica por el agua, llegaron a crear su propio -y provincial- grupo de presión.

Hace meses que Pons anunció que su mandato finalizaría en 2011. La junta directiva le encargó que buscara a su sucesor entre los socios. En distintas reuniones se fueron analizando los candidatos hasta que finalmente se impuso la opción Boluda. La elección, por fuerza, va a significar un cambio de rumbo en la organización, sin que ello suponga una ruptura con todo lo que ha sido su pasado y, especialmente, con los últimos ocho años. El naviero valenciano puede lograr uno de los grandes objetivos de AVE para el futuro inmediato: ganar peso e influencia en Madrid, en el centro del poder. Boluda, quien fue durante unos meses presidente del Real Madrid y a quien se le abren muchas puertas en el mundo económico y político de la capital, es, con Roig, de los pocos que pueden lograrlo. Bien lo sabía el ex presidente de la Cámara, Arturo Virosque, quien lo tuvo ocho años como vicepresidente primero. Su sucesor, José Vicente Morata, lo ha rebajado a mero vocal.

Aunque Boluda es un empresario con negocios en medio mundo y, por tanto, le resulta difícil el día a día en Valencia, también es cierto que en su grupo empresarial ha delegado más funciones que antes y que no es lo mismo presidir un lobby, para el que no se requiere atención continua, que una patronal o la Cámara, pese a que durante mucho tiempo se aseguró que se postulaba como sucesor de Virosque. El equipo de gestión que dirige Diego Lorente se va a mantener y en la presumible renovación de la junta directiva que acometerá puede situar en lugares destacados a empresarios de renombre que en un momento de apuro le puedan sustituir en un acto. Lo que sí es seguro es que, a diferencia de antes, a partir de ahora deberá asistir a todas esas reuniones mensuales en las que los socios de AVE comen con un personaje político o económico de relieve. Y, claro, no alardear demasiado de su alma merengue.