Los líderes de la Unión Europea aceptaron ayer la exigencia alemana de retocar el Tratado de Lisboa para proteger al euro de otra eventual crisis de insolvencia como la que obligó a rescatar a Grecia la pasada primavera. A regañadientes, después de una larga negociación nocturna y como exigía la canciller alemana, Angela Merkel, los gobernantes europeos han accedido a preparar una reforma que permita el establecimiento de un mecanismo permanente de estabilización financiera que resulte inatacable desde el punto de vista jurídico.

La creación de ese mecanismo anticrisis cerrará el círculo de las drásticas reformas que los Veintisiete van a introducir en su unión económica y monetaria con el fin de protegerla de graves crisis futuras, y que ayer recibieron el espaldarazo al más alto nivel.

El presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, llegó a reconocer públicamente en esta cumbre que toda la zona euro estuvo a punto de sucumbir en mayo arrastrada por el colosal agujero de las finanzas griegas. Desde entonces, los Veintisiete han negociado y pactado en un tiempo récord un amplio repertorio de nuevas reglas que otorgan a Bruselas más poderes de vigilancia sobre las cuentas y las estadísticas nacionales, así como armas de disuasión y sanción mucho más eficaces.

Pero, por si todas esas herramientas fallaran, lo que no es impensable, los socios europeos también han decidido comenzar a diseñar un instrumento estable que permita gestionar de forma ordenada la insolvencia de un Estado de la zona. Merkel ha convencido a los dirigentes europeos de que ese elemento novedoso de la unión económica y monetaria no podrá considerarse seguro mientras no se retoque el Tratado de Lisboa, para hacerlo compatible con la estricta cláusula de "no corresponsabilidad financiera".

En virtud de esa regla de oro ningún miembro de la zona puede hacerse cargo de las deudas del vecino: la moneda es de todos, pero las deudas, de cada uno. El consentimiento de los socios ha sido posible debido al compromiso unánime de que la reforma del tratado será "limitada" y no se convertirá, una vez abierta, en otra "caja de Pandora". Si a algo temen los dirigentes europeos, después de una década de debates constitucionales agotadores, es volver a caer en un ciclo de parálisis e introspección.