Un veterano financiero valenciano preguntaba un día de esta semana a su interlocutor sobre cuál era el precio actual de su vivienda. La respuesta fue que hace cinco años un experto inmobiliario le había asegurado que podría venderla por el triple del valor de compra, pero que ahora estaba convencido de que no le darían ni la mitad, si es que había alguien interesado en adquirirla.

Esta conversación —real, aunque sus protagonistas optaran por el anonimato— es ilustrativa de la dinámica diabólica que ha conducido al Banco de Valencia a tener un agujero contable de entre 600 y 800 millones de euros, según los primeros datos que se conocen de la inspección que realiza en la entidad el Banco de España desde finales del año pasado. No es que la centenaria institución hiciera algo diferente a la mayoría de sus competidores, aunque es cierto que no todos los bancos ni todas las cajas sucumbieron a los encantos del ladrillo de forma tan desaforada, como prueba el hecho de que la malagueña Unicaja, que opera en el que fue el paraíso de la especulación residencial, Marbella, está siendo una entidad absorbente en el proceso de reestructuración del sector.

El suelo y el negocio inmobiliario fueron la fuente básica de la creación de riqueza que vivió España y, muy especialmente, la Comunitat Valenciana, durante los años de esplendor. Las entidades financieras no fueron ajenas a ese maná, como tampoco muchos industriales que reinvertían los beneficios de sus empresas en negocios relacionados con la vivienda, que eran más lucrativos. Fue una borrachera que nadie que la viviera olvidará. Pero ahora solo queda lamentarse. Y algunos de los llantos más sonoros proceden del interior de esos bancos y cajas que no supieron ser prudentes. CAM, Bancaja y Banco de Valencia están entre los destacados. Hubo una evidente responsabilidad por una gestión que ha convertido a entidades como las citadas en las mayores tenedoras de suelo del país, con miles de viviendas sin poder vender en sus balances, en ocasiones porque las concedieron a quienes no tenían garantías suficientes y en otras porque los titulares se han quedado en el paro, no pueden pagar y los avales son más viviendas. Y no digamos de las promociones inmobiliarias, alguna de las cuales ha acabado a medio hacer en los balances de la banca. Unas entidades que además se resisten a bajar los precios para no perder valor contable.

De todos es sabido que los números son muy sufridos. Volviendo al principio, al Banco de Valencia le ha sucedido, parcialmente, algo de eso. Lo que el Banco de España está sacando a la luz son, en su mayoría, cientos de millones de euros procedentes de una distinta valoración contable. Los gestores del banco consideraban que un número elevado de activos no eran morosos y de esa forma se evitaban tener que dotarlos, como exige el supervisor. La provisión, en un contexto de aguda crisis financiera, solo podía venír de los beneficios o el capital. El primero era un golpe en la línea de flotación de los accionistas, ya castigados con dureza por la caída de los títulos del banco —más de un 70 % en lo que llevamos de año—, y, en consecuencia, cada vez más enfrentados con el equipo dirigido por el presidente, José Luis Olivas, y, sobre todo, el consejero delegado, Domingo Parra. El segundo afectaba directamente a la solvencia, en un momento en que la exigencia es tener la mayor cantidad posible de capital básico. Y el del Banco de Valencia está en el 7,36 %, lejos de los mínimos exigidos.

Garantías

En buena medida, lo que está haciendo ahora el Banco de España es contabilizar como activos de dudoso cobro muchos que los gestores consideraban limpios. Pero también ha situado en su justa medida otros activos que estaban sobrevalorados por los gestores. Y ha dejado de contabilizar ciertas garantías, que estaban sobrevaloradas o que no las considera ya válidas. Las fuentes consultadas consideran que, además de todo ello, es muy probable que el supervisor haya detectado algún «pufo» de cierta enjundia en alguna de esa media docena de operaciones, como la de Polaris World, que en el sector se considera que han podido ser la puntilla del banco. En este sentido, las fuentes consultadas apuntan que pudiera tratarse de algún crédito de gran volumen que debió liquidarse hace tiempo para dar paso a una subasta, pero que se eludió o incluso llegó a prestarse más dinero precisamente para evitar el impacto en el balance. Y es que el Banco de Valencia, pese a su tamaño reducido y a que la entidad que lo controlaba, Bancaja, era una de las reinas del ladrillo, no optó por especializarse —sobre todo, en la etapa más efervescente de la burbuja— en el crédito a la industria o los servicios y se metió en el mundo inmobiliario a puerta gayola, en ocasiones arrastrando a la caja en diversos negocios.

Sin embargo, como queda dicho, en el sector es un mantra que pocas entidades podrían superar sin un fuerte varapalo en sus cuentas una estricta inspección del Banco de España que sacara a relucir discrepancias contables. La cuestión es ¿por qué el supervisor actúa de una forma con unos y de otra con otros? En el ámbito valenciano hay dos ejemplos claros al respecto. Bancaja no hay dudas de que ahora estaría en una situación crítica si no hubiera seguido la orden del supervisor de unirse a Caja Madrid, porque, como todas, es inspeccionada periódicamente y se sabía de la podredumbre interna que ahora le está pasando factura en forma de pérdida de peso en Bankia. Por mucho que se vincule al Banco de España con la divinidad en el mundo financiero, al supervisor, como se ha visto estos últimos años, no siempre se le hace caso y, aunque tiene poderes —que en muchas ocasiones no ha ejercido— para poner en vereda a los díscolos, debe evitar en la medida de lo posible que los problemas internos afloren al exterior, para no contaminar al resto de entidades y para evitar el pánico en la clientela de la afectada. Hay ocasiones, sin embargo, en que no le queda más remedio que sacar la vara. Así sucedió con la CAM, que desoyó los requerimientos de unirse a Caja Madrid y que también se rebeló en el grupo que podía haber sido su salvación —el Banco Base con Cajastur—, lo que obligó a su intervención para evitar una sangría por la fuga de depósitos y ante las necesidades de liquidez. Luego afloraron unas pérdidas de 1.136 millones hasta junio, cuando en diciembre había declarado unas ganancias de 244 millones. Y es que el Banco de España permitió a entidades inmersas en procesos de fusión presentar sus cuentas consolidadas y anotar el deterioro de sus activos contra reservas propias. Esa era la situación de la CAM en 2010, pero, tras la intervención, como ya no estaba en Banco Base, las multimillonarias provisiones se anotaron contra la cuenta de resultados. Y salieron las pérdidas.

¿Y el Banco de Valencia? Aquí hay que hacer varias consideraciones. La principal es que la entidad no presentaba una gestión inmaculada y, como queda dicho, estaba muy dañada por su exposición al ladrillo. Asimismo, aunque no es una entidad sistémica, el deterioro en sus cuentas podía causar problemas de capitalización que serían perjudiciales para la imagen de la banca española, ya muy castigada en Europa. Sin olvidar que las agencias de riesgo ya habían puesto su mira en el banco valenciano y habían situado su calificación en la categoría de bono basura. De hecho, ahora se ha sabido que el BFA decidió este año retirar el apoyo que cada año brindaba Bancaja a la entidad ante esas agencias para que tuvieran en cuenta el respaldo de la caja a la hora de calibrar su deuda. No extraña, así, que esta semana el BFA se desmarcara aún más, tras conocerse el agujero, y calificara su participación en el banco de financiera. Es decir, nada que ver con la gestión. Hay que huir del apestado.

Y es que el banco es una pieza muy molesta en un entramado, el de Bankia, que vive una lucha de poder entre su presidente, Rodrigo Rato, y su vicepresidente, José Luis Olivas. O, si se quiere, entre Caja Madrid y Bancaja. La dimisión de Olivas el 28 de octubre, tres semanas después del despido de Parra, ha precipitado los acontecimientos.

La filtración del agujero, que comúnmente se achaca a Rato y su entorno, parece que va a lograr el fin de laminar a Olivas y someter totalmente Bancaja a los designios de Madrid, algo que iba a producirse más pronto o más tarde. El problema es que esa filtración puede sembrar el pánico entre la clientela y precipitar, como en la CAM, una solución que, de otra forma, tal vez hubiera sido menos traumática.