Cuando Joan Robinson, profesora en Cambridge, escribe, «La segunda crisis del pensamiento económico», está lejos de imaginar que la tercera, y de qué tamaño, nos iba a llegar unas décadas más tarde, y que el pensamiento económico volvería a ser incapaz de hacer valer sus predicciones, y, lo que es peor, coincidir en sus prescripciones. ¿Cómo afrontan hoy este reto los economistas? ¿Qué experiencias de crisis anteriores son tomadas en consideración? Veamos. Toma Robinson, para su análisis, la postura de dos teóricos del capitalismo, Alfred Marshall, quien hace una defensa complaciente del mismo, y John Maynard Keynes, que después de vivir la crisis del 29 —Marshall había muerto en 1924— le dedica al capitalismo una defensa desilusionada. Los capitalistas, para Marshall, convierten inmediatamente sus ahorros en inversión para generar así más riqueza; Keynes, sin embargo, diferencia entre el ahorro cuando actúa como posible freno del consumo (cosa que pudiera estar produciéndose ahora, excepto, parece, en las rebajas) de la inversión, que sí supone un incremento del capital productivo.

De este modo mantiene la ausencia de conexión automática entre la acumulación del capital ahorrado y del invertido. Con un capitalismo floreciente —como pudiera haber sido el de décadas pasadas — el ahorro se canalizaba inmediatamente hacia la inversión; mientras que, por el contrario, con dudas en las expectativas empresariales, los animals spirits keynesianos, el ahorro se limita a reducir el consumo, contrae el mercado, reduce la inversión y, en ocasiones, vuelve a encontrar refugio entre los colchones de los particulares. Éstos renuncian a nuevas inversiones empresariales, incluso a atractivas ofertas financieras, incluidas las institucionales, como la de la emisión de bonos patrióticos de la Generalitat Valenciana, aún contando con intereses que alcanzaron hasta el 5.50 % anual.La teoría del dejar hacer, del laisser faire, como mecanismo económico idóneo para garantizar el funcionamiento del mercado no supone necesariamente la mayor eficacia del mismo ni, mucho menos, como llegó a pretenderse, el bien común, pues existen vicios enraizados en el capitalismo.

Los acuerdos entre empresas en los oligopolios, las posiciones de dominación del mercado, la competencia desleal y las situaciones ilícitas de exclusión, deben ser corregidos para que el mecanismo funcione adecuadamente. La organización eficaz del mercado debe garantizar que la acumulación del capital pase del ahorro a la inversión productiva y no se destine a sobrecostes excesivos de los cuales nuestro pasado reciente tiene variadas muestras en forma de museos, aeropuertos, auditorios, e infraestructuras varias de difícil mantenimiento.

El capitalismo justificado con la acumulación, bien en forma de ahorro o de inversión, proviene de la desigualdad, lo que plantea problemas para admitirlo éticamente, al propio Keynes. Llega a afirmar que hacer hoyos en el suelo —algunas obras recientes para la remodelación de plazas y viales públicos nos lo recuerda— aumentan el empleo y con ello el tráfico de bienes y servicios, pero el éxito definitivo del sistema —y su dramática paradoja— fue, que la recuperación floreciente se produciría, en su tiempo, con inversiones en la industria del armamento y, lamentablemente, con su posterior utilización. El análisis de la segunda crisis del pensamiento económico de la profesora Robinson debe permitirnos evitar la reincidencia en el error y auxiliarnos para salir de la actual situación evitando los dramas del pasado mediante nuevos instrumentos que favorezcan la dinamización social para la recuperación de la economía. Ello supone aplicarnos en buscar capital productivo que reduzca el desempleo para facilitar la salida de la tercera crisis sin recurrir a las lamentables experiencias anteriores.