¿Hubo crisis peores que la que actualmente vive Occidente y en especial el continente europeo? Sí, las hubo. Concretamente dos en el siglo pasado. La Gran Depresión de los años treinta del siglo XX y el desolado panorama económico-social que dejó a su paso la Segunda Guerra Mundial. Lejos de destruirlo, el sistema capitalista demostró que es capaz de reinventarse a sí mismo. De estas grandes crisis surgieron grandes reformas que han garantizado cierta estabilidad en los últimos sesenta años.

La irrupción del keynesianismo a partir de 1930 dio lugar a una nueva forma de entender la relación entre los poderes institucionales y los económicos: Se reguló el sistema financiero, se pusieron controles a los capitales y se distinguió entre la banca de inversión y la comercial. Se inventó además el estado del bienestar que conocemos actualmente, entendido como la creación de una red de protección para los más desfavorecidos y una malla de cierta redistribución de la riqueza y prestación de bienes y servicios básicos.

La crisis actual, que tiene su origen en los mercados financieros y en muchos de sus productos, ha puesto en evidencia la necesidad de una reinvención de las normas. Martin Wolf, economista y columnista de referencia del «Financial Times», ha lanzado recientemente la que a su juicio debe ser la receta básica y de urgencia para lograr que el nuevo capitalismo que surja de estos años de tormenta sea más «robusto, eficaz y políticamente legítimo». Wolf se muestra muy preocupado por la relación que se ha establecido entre riqueza y política democrática. «La protección de las democracias de la plutocracia es uno de los mayores retos para la salud de éstas», dice.

En un artículo titulado «Siete formas de corregir los defectos del sistema», Wolf recuerda el carácter inestable de la propia economía de mercado y cómo, citando a Hyman Minsky, las semillas de las grandes recesiones se siembran precisamente en los períodos de mayor estabilidad y prosperidad.

¿Cómo evitar tanta distancia entre picos y los valles de los ciclos? «Los reguladores tienen que ser capaces de prever la acumulación de apalancamiento», afirma Wolf. Este economista y periodista británico apuesta por generar políticas capaces de anticiparse a las tormentas macroeconómicas. Él lo llama «políticas macroprudenciales» que limiten reacciones demasiado agresivas de los bancos centrales para estimular la actividad e impida a los gobiernos alentar el exceso de endeudamiento de los hogares. Wolf apuesta además por crear «grandes amortiguadores» para «proteger a las finanzas de la economía y a la economía de las finanzas». Para ello cree que las instituciones financieras deben ser capaces de generar más capital en los momentos recesivos y que hay que crear mecanismos para que las autoridades puedan actuar con rapidez y evitar que las instituciones se queden secas de financiación (como es el caso de parte de la Unión Europea).

Proteger al consumidor

Además la nueva concepción de las finanzas, por su complejidad, no puede dejar en manos del consumidor de a pie el cuidado de sus decisiones financieras. «La gente necesita protección contra las prácticas depredadoras como se ha visto de forma notoria en los préstamos subprime de Estados Unidos hasta 2008». Es importante además fijar la manera de que las crisis financieras no bloqueen la gestión del sistema de pagos y la concesión de créditos a hogares y empresas. Para ello, su actividad debe ser diferenciada de la gran banca de inversión.

Del mismo modo, Wofl opina que hay que poner coto a los agujeros que permiten el saqueo de las empresas. Incentivos que pretendían alinear los intereses de ejecutivos y accionistas (opciones sobre acciones) se han demostrado nocivos a largo plazo para la misma empresa. «El control de los accionistas es demasiado a menudo una ilusión y la maximización de valor para los socios, una trampa, o algo peor».

A juicio del columnista del «Financial Times», tan importante como la nueva regulación financiera y empresarial es garantizar el empleo y frenar la creciente desigualdad entre ricos y pobres. Países con elevados ingresos, al contrario de lo que pueda pensarse, han visto cómo esa brecha crecía. El problema es que esa diferencia limita además la igualdad de oportunidades.

Wolf apuesta por una «redistribución fiscal de los ganadores a los perdedores y en particular a los hijos de los perdedores». En este caso la gratuidad y calidad de la educación es fundamental, y debe extenderse hasta la educación superior. Y esto no es posible sin asegurar que los más ricos paguen los impuestos que les corresponden.