En un fin de semana de reuniones al más alto nivel financiero, de tira y afloja con el sucesor-salvador de Bankia, a la sazón José Ignacio Goirigolzarri —más conocido en el ámbito financiero como «Goiri»— y con la sombra de las amenazas del Fondo Monetario Internacional y el informe no presentado de la auditoría de Deloitte —que, según quienes lo conocen, «pone los pelos de punta»— se forzó la salida de Rodrigo Rato. Detrás, la mano ejecutora de su antes subordinado y actual ministro de Economía, Luis de Guindos, el empujón de «Goiri» que exigió «manos libres», y la llamada del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, para comunicarle la necesidad de su salida de la entidad financiera. Todo en 72 intensas horas.

El viernes pasado De Guindos reunió en el ministerio de Economía a los principales representantes del mercado financiero español: Emilio Botín (Santander), Francisco González (BBVA) e Isidro Fainé (CaixaBank) para abordar las posibles soluciones para las cuentas de Bankia. Los cuatro, junto al propio Rodrigo Rato, decidieron que lo mejor para Bankia era la renovación de su equipo gestor. Todos concluyeron que el perfil ideal era el de José Ignacio Goirigolzarri, antiguo consejero delegado del BBVA, de donde se prejubiló con una pensión anual de tres millones de euros.

No obstante, el financiero vasco comunicó el sábado que no quería repetir su pasada experiencia en el banco azul, en el que se frustraron sus aspiraciones de alcanzar el peldaño más alto de la entidad después de que el consejo de administración renovara a González como máximo responsable. Así pues, se negó a resignarse a ser otra vez consejero delegado, esta vez con Rato como presidente. Goirigolzarri se opone a la existencia de gestores de perfil político dentro de las instituciones financieras y por tanto no es de extrañar que para aceptar la oferta de Bankia pusiera como condición tener «manos libres».

Al ex vicepresidente del Gobierno se le acababan las opciones. Todo se precipitó cuando el domingo recibió una llamada de Mariano Rajoy, el mismo que le ganó en la carrera de sucesión de Aznar hacia la cima del PP. La mediación del presidente del Gobierno fue clave para que el lunes por la mañana, Rodrigo Rato, el exdirigente del FMI y al que muchos aún consideran un referente de los conservadores españoles, se viera obligado a dimitir y a proponer a Goirigolzarri.

Los desencuentros entre Rato y De Guindos no son nuevos. En febrero, el Gobierno aprobó un real decreto que obligaba a los bancos a sanear sus activos inmobiliarios de forma acelerada. En el caso de Bankia, tenía que conseguir 5.070 millones. Entonces Rato pudo eludir la presión del titular de Economía que le instaba a fusionarse con la catalana La Caixa, lo que habría supuesto una reducción de su cuota de poder. En aquella ocasión, a diferencia de esta, los apoyos de la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, y del ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, le sirvieron para imponer su voluntad de afrontar el saneamiento de Bankia en solitario.

Ahora el ministerio de Economía ya no concibe esa posibilidad y ultima un plan para inyectar dinero público en las cuentas del banco que podría ascender hasta los 10.000 millones de euros.