Los bancos no tienen, hoy por hoy, una gran imagen entre una ciudadanía que sitúa el inicio de la crisis en sus tejemanejes. Pero si a un banco le apellidamos malo, inmediatamente pasa desapercibido. ¿Cómo podría ser un banco sino malo? No en vano llevamos unos cuantos años oyendo hablar de las "subprime", de las preferentes, de los "swaps", de las hipotecas basura y otros productos financieros "malos" que han dejado por los suelos la imagen de los bancos. Un "banco malo" no suena nada bien, pero ofrece una imagen más bien gris. Es difícil convencer al compañero de mesa en el trabajo o al vecino de descansillo para que acudan a una manifestación contra un "banco malo". Solo oir su nombre genera aburrimiento.

Pero si a una empresa se la denomina "consorcio inmobiliario y urbanístico estatal" todo cambia. Los líos urbanísticos e innmobiliarios también están en el origen de la crisis. Pero si es muy difícil explicar qué es una "subprime" o un "swap", todo el mundo entiende lo que es un chanchullo urbanístico inmobiliario.

Quien no haya perdido un montón de dinero con las preferentes o con otro producto financiero de alto riesgo, difícilmente se verá identificado con algo que no puede visualizar. Pero quién no conoce o no oyó hablar de un concejal que hizo nosequé chorizada con un solar o de un paisano que se enriqueció comprando por cuatro duros un prado para labranza y que por arte de birlebirloque -y un amigo en un ayuntamiento o una consellería- a los pocos días revendió por una millonada tras ser recalificado para construir cientos de pisos. Casos así están todos los días en los periódicos, pero también en las conversaciones del trabajo y del descansillo.

Es difícil saber si el "banco malo" es la solución a la crisis de las cajas de ahorro de este país. Los economistas llevan meses discutiendo sobre ello y, como en todas las cosas, hay opiniones para todos los gustos. Con los políticos, pasa igual que con los economistas -un economista no deja de ser un político especializado.

El Gobierno cree ahora que el "banco malo" será la gran pócima mágica para salir la crisis, evidentemente obligado por la canciller alemana Merkel y la Unión Europea como una de las condiciones imprescindibles para el recate de nuestros bancos y de nuestra economía. Pero ese mismo ejecutivo, y el anterior socialista, renegaba de esta solución hace apenas unos meses.

Lo único claro es que el "banco malo" no deja de ser un gigantesco "consorcio inmobiliario y urbanístico estatal" al que las entidades financieras con problemas venderán todos sus pisos, solares y prados invendibles hoy por hoy a los particulares. Y claro si juntar a un político con el dueño de un prado produce escalofríos, poner en manos del Estado -es decir, de los políticos- miles y miles de casas y solares produce miedo, pavor y pánico. El "consorcio inmobiliario estatal" empezará sus andanzas comprando todos esos activos urbanísticos a las cajas y a los bancos con problemas. El precio no lo decidirá el mercado, es decir, lo que alguien esté dispuesto a pagar por ese piso o solar, sino que será el que decida un tasador. Después esa empresa pública irá sacando a la venta todas esas casas y parcelas.

En teoría no habría nada que objetar, una empresa compra unos inmuebles devaluados para venderlos con la pretensión de revalorizarlos. Pero eso supone poner en manos de algunas personas (ministros, cargos más o menos políticos puestos a dedo, funcionarios, tasadores y otros intervinientes en el proceso) un poder enorme que puede ser administrado en favor del bien común o, por el contrario, en beneficio de una camarilla que se enriquezca de forma vertiginosa.

El origen de esta inmensa bolsa inmobiliaria sin vender está en buena medida en algunas cajas de ahorros mal gestionadas y utilizadas sin escrúpulos al servicio de intereses políticos y particulares inconfesables. Dejar todo ese patrimonio en manos de otros políticos, o de supuestos técnicos elegidos por los partidos, puede ser como poner a la zorra a cuidar del gallinero. ¿Quién va a controlar al 'banco malo'?