Cajamar, la cooperativa de crédito que el año pasado absorbió a Ruralcaja y de cuyo grupo forman parte dos decenas de rurales de la Comunitat Valenciana, ha dado un nuevo paso en su política de expansión con la creación, bajo su liderazgo, de un banco cooperativo que aspira a convertirse en el germen de una entidad de este subsector con peso específico en el mundo financiero español al estilo del que tienen el Rabobank en Holanda o el Crédit Agricole en Francia. Los impulsores del nuevo proyecto han presentado esta semana ante el Banco de España la solicitud de ficha bancaria.

En el futuro Banco de Crédito Cooperativo, que nacerá con un capital de 800 millones a ampliar con posterioridad, Cajamar tendrá el control con una participación superior al 50 %, no en vano este grupo representa más del 60 % del cooperativismo de crédito español tras las fusiones e integraciones que ha protagonizado en los últimos años, entre ellas una parte sustancial de las rurales valencianas, la autonomía con mayor peso en el sector hasta el inicio de la crisis. Junto a Cajamar participan en el proyecto la rural de Castilla-La Mancha, las pequeñas cooperativas integradas en Solventia (entre ellas Almendralejo, Baena y Utrera) y cinco entidades castellonenses que hasta ahora habían permanecido al margen de los grupos en que fue concentrándose el sector en la autonomía. Se trata de Almàssora, Vinarós, La Vall, Coves de Vinromà y Benicarló.

La decisión es de enorme calado y no es ajena a la reconversión del sistema financiero y las convulsiones que ha vivido el cooperativismo de crédito en los últimos años. Hay que hacer memoria. A principios de los años noventa, la Asociación Española de Cajas Rurales creó el Banco Cooperativo como un instrumento de servicio a unos socios muy atomizados. Una década más tarde empezaron las disensiones internas sobre el rumbo que había que dar a la entidad. Cajamar, la primera entidad del sector, defendía una mayor integración de los socios en el banco mediante la consolidación de balances. El resto se opuso y la entidad abandonó el banco y la asociación. «El tiempo les dio la razón», explicaba ayer una fuente conocedora del sector al recordar cómo la crisis ha forzado ese movimiento centrípeto al que la mayoría de rurales se negó entonces. «Ahora, el Banco Cooperativo y la asociación están anquilosados», remató y está por ver cómo sobreviven al nuevo escenario. Además, los miembros del nuevo proyecto que siguen en la asociación, como las cinco rurales castellonense, tendrán que abandonarla.

Cajamar está abierta a más incorporaciones.

En el Banco de Crédito Cooperativo consolidará sus cuentas mutualizará ganancias y pérdidas Cajamar pero no las castellonenses. La andaluza tendrá la mayoría del capital. Los socios serán 31. El banco no tendrá red propia ni prestará servicios directos a la clientela, sino a las cajas que lo integren, con el propósito, entre otros, de facilitarles dar créditos de mayor volumen a empresas grandes de los sectores cooperativo y agroalimentario que ahora por sí mismas no pueden conceder y acceder a los mercados de capitales para financiarse. Cada socio mantendrá su independencia y, a diferencia de las cajas de ahorros, estas rurales no se reconvertirán en un banco. Este movimiento tiene todo el aspecto de ser el embrión, patrocinado por el Banco de España, de un proceso sustancial de concentración en el cooperativismo de crédito, que actualmente tiene una cuota de mercado del 6 % en el sistema financiero español y que ambiciona, a través del nuevo banco y la consiguiente integración de entidades, alcanzar ese 20 % que tienen Rabobank o Crédit.