Estos días están apareciendo noticias que apuntan a que Lladró está en venta o a que, como mínimo, pasa por una grave situación financiera. En su desmentido, los actuales responsables de la empresa afirman que sólo son rumores. La técnica es bien conocida: apelar a una mano negra y matar al mensajero. Dado que yo vengo advirtiendo, a través de mis libros y mis artículos, de los graves problemas de gestión que sufre desde hace más de una década la empresa de la que soy cofundador y todavía copropietario, me siento obligado a aclarar unos cuantos puntos.

Hace tiempo que vengo expresando mi malestar porque algunas personas cercanas a mí, de manera equivocada o en su afán por lavarse las manos, han interpretado mis esfuerzos por analizar la situación, buscar soluciones y hacerlas públicas, como una rivalidad entre hermanos, más concretamente como una muestra de mi ambición y mi mal perder, puesto que cuando se produjo la subasta de la empresa „que no sorteo„, no conseguí hacerme con la mayoría de las acciones. Es cierto que hice mi puja y perdí, pero estaba dentro de lo previsto y no me supo mal en absoluto, por lo menos en un principio. No en vano yo mismo fui el impulsor de la iniciativa.

Hacía ya tiempo que la empresa estaba en una situación de ingobernabilidad porque algunos no habían querido suscribir un protocolo interno, y yo estaba convencido de que la única manera de enderezarla era creando una mayoría accionarial que asegurara una dirección estable. No me duelen prendas en reconocer que me consideraba el más adecuado para acometer esa etapa, del mismo modo que reivindico mi papel decisivo en los años de esplendor de Lladró, pero aun perdiendo me sentí reconfortado porque así, al menos, uno de nosotros podría llevar el timón con mano firme y el futuro de la empresa quedaba asegurado. Craso error. Los hechos están demostrando que el liderazgo no se basa en la propiedad, sino en un conjunto de capacidades que, o se tienen o no se tienen. Esa es la verdad por mucho que duela y por mucho que algunos no la quieran oír.

No puedo confirmar ni desmentir nada de lo que se está diciendo, por la sencilla razón de que hace muchos años que a los socios minoritarios no se nos da información detallada en las fases previas a la toma de decisiones. Nos enteramos cuando éstas ya son hechos consumados. Lo que sí sé, porque lo vengo constatando año tras año, es que desde que se produjo el cambio en la propiedad, la empresa no ha dejado de generar pérdidas, reducir silenciosamente su plantilla y deshacerse de activos. Eso nadie puede decir que sean rumores malintencionados. Es algo que está a la vista y que me duele en el alma.

Aun así, no he perdido la fe en la empresa, ni ahora ni nunca. Por mal que esté, sé que Lladró puede perdurar y remontar el vuelo, y lo deseo profundamente. Pero también sé que para ello no sirven los buenos deseos ni apelar a la providencia. Lladró vive y vivirá, estoy seguro, pero necesita urgentemente cambios muy profundos en su gestión. Y quien no quiera verlo debería empezar a sentirse corresponsable.