En 2015, eran ya solamente 62 personas las que atesoraban tanto como media humanidad, es decir, 3.600 millones de personas. En 2010 eran 388 personas y en 2013 eran 80. Es, por tanto, un hecho comprobado que existe una aceleración en la superconcentración de la riqueza. Si evitamos a los grandes nombres propios, vemos que el 1 % de la humanidad (72 millones de personas) tiene tanta riqueza como el 99 % restante, más de 7.000 millones de personas. Mientras los activos en paraísos fiscales superan ya el PIB conjunto de EE UU y China, más de 800 millones de personas se acuestan cada noche con hambre y casi mil millones sufren pobreza extrema.

Sí, este es el mundo el que vivimos. Todos estos datos nos ofrecen una foto grotesca pero real de nuestra civilización. Convivimos con una desigualdad extrema que se nutre de varios factores explicativos. El primero son los paraísos fiscales, territorios opacos y de baja tributación que facilitan la elusión fiscal. Gracias a ellos, las grandes multinacionales pueden escoger tributar lejos del lugar en que realizan su actividad económica con mecanismos de precios de transferencia. De este modo, el dinero que deberían aportar con sus impuestos no está llegando a los presupuestos públicos del mundo entero, repercutiendo en los servicios sociales. Son maestros y médicos, escuelas y hospitales que se están quedando sin recursos.

El segundo factor que explica la desigualdad extrema es la creciente brecha salarial y la desigual tributación de los ingresos del trabajo y del capital. Los impuestos a los beneficios o al capital, que es la forma en que las rentas más altas suelen obtener buena parte de sus ingresos, tributan muy por debajo de los ingresos del trabajo. Y los impuestos indirectos, como el IVA, que pesan mucho más para las rentas más bajas cada vez aumentan más. Con estas medidas es difícil repartir mejor la riqueza.

Lo peor de la desigualdad extrema es que a quien más daña es a los más pobres, que quedan excluidos, y destruye los cimientos de la democracia. Esta enorme cantidad de dinero en muy pocas manos permite acaparar poder e influir en que se aprueben leyes y normas en beneficio propio y seguir alimentando esta superconcentración de riqueza. Algo que condicionará irremediablemente las oportunidades de las generaciones futuras.

En España no somos ajenos a esa tendencia: 20 personas atesoran la misma riqueza que 14 millones. Y el 1 % más rico de la población tiene tanto como el 82 %. Mientras los salarios de los ejecutivos del IBEX-35 crecieron por encima del 60 % desde el inicio de la crisis, el salario medio de los trabajadores cayó un 22 %.

Revertir esta crisis de desigualdad requiere coraje, acción y convencimiento de que un mundo más justo y equilibrado nos beneficia a todos, también a ese 1 %. Pasa por acabar con la evasión fiscal y los paraísos fiscales, por usar bien esos recursos extra para dar oportunidades a quienes más la necesitan con educación y salud públicas, y también con una cooperación internacional adecuada. Esto es lo que pedimos desde Oxfam Intermón. Estamos convencidos de que la lucha contra la evasión y elusión fiscal debe ser una prioridad en España y en Europa. Por ello, hemos puesto en marcha una recogida de firmas a través de la campaña «No al escaqueo» para impulsar una Ley contra la Evasión y Elusión Fiscal. Es responsabilidad de todos y todas combatir la desigualdad.