Nacido en Almàssera en 1926, a los 13 años, en plena guerra civil alternaba su trabajo en el campo con el de aprendiz de peluquero. De familia humilde, en su seno aprendió y comenzó a vivir la cultura del esfuerzo. A los 15 años, entró en una fábrica a pintar vajillas a mano y por la noche iba a san Carlos y a la Escuela de Artes y Oficios a aprender a dibujar. Al final, aunque no eran sus planes, se convirtió en un artista, aunque él decía que no, que simplemente era un artesano.

Al negocio de la porcelana llegó por conducción de su madre Rosa y el apoyo incondicional de su padre Juan. Su madre muy pronto había influido a sus tres hijos a encaminarse por lo artístico. Iban al campo, trabajaban en fábricas y hacían figuritas en casa que en un pequeño horno cocían. Al final se independizaron y decidieron montar empresa propia. Los inicios fueron duros, pero ilusionantes.

Un amigo farmacéutico, Peregrín Lluch, le ayudó con la química, que había que saber combinar bien con la pintura y el fuego. Curiosamente, entre los secretos aprendidos estaba la utilización del bicarbonato y el tul en el proceso. Defendía Juan que, en absoluto, la cerámica fuera un arte menor, sino arte con mucha nobleza.

Las piezas caseras eran vendidas en València, las que portaba personalmente en el tranvía 24 que pasaba por Almàssera. Más tarde, Juan, sin saber alemán, ni casi castellano, cargaba con maletas y se iba a vender sus porcelanas a Alemania. Bajaba del tren e iba recorriendo las tiendas que encontraba a su paso. Así inició su actividad exportadora.

Pronto la casa familiar dejó de ser el taller de porcelana para trasladarse a Tavernes Blanques. Mucha gente de Almàssera ha trabajado en la fábrica. Fue en la década de los 50 cuando salieron las primeras creaciones y en la de los 60 la gran expansión industrial y comercial, con Estados Unidos como primer cliente. Juan y sus hermanos José y Vicente habían producido el prodigioso fenómeno Lladró.

En 1994 los trabajadores le rindieron homenaje a su trayectoria, junto a sus dos hermanos. En el parlamento de gratitud por haber «escrito con letras de oro el nombre de Lladró en el libro del mundo empresarial». Fue alzado merecido monumento en mármol y bronce en el recinto fabril.

Juan estaba dotado de una inteligencia especial, o que le hacía tener buen humor, era muy familiar y entrañable. Y en el ámbito de lo patrio, muy valenciano, muy valencianista, decano presidente de la Real Academia de Cultura Valenciana. Sufría cuando se desvirtuaba la cultura valenciana, apoyó siempre mucho cualquier actividad cultural valencianista, se inquietaba y preocupaba porque las nuevas modas de la catalanización arrasaran con la especificidad de lo valenciano, entendiendo siempre nuestro pueblo, su lengua y cultura con una identidad propia, singular, diferenciada e independiente. Es más, a pesar de todo, siempre mostraba su fe y esperanza de que, pasara lo que pasara, era que alguna chispa haría «reviscolar» la verdad histórica de la valencianidad.

Se nos ha ido, a los 91 años, un hombre ejemplar de la historia y economía de nuestro tiempo, un hombre que desde cero, desde la nada, creó, con sus dos hermanos, un gran imperio industrial y comercial, que hoy está presente en todo el mundo, que dio extraordinaria fama a València en el mundo. Un hombre admirable en todos los sentidos. Un hombre que nos llena de orgullo y enseña que con empeño, tesón, constancia y trabajo , se puede alcanzar el mayor de los éxitos.