La foto del desempleo juvenil no siempre es la de un joven que no encuentra trabajo; ni la de un universitario sobrecualificado y frustrado con un mercado que no da respuesta a sus expectativas profesionales u económicas. Por debajo del radar de las estadísticas, fuera del sistema, en la periferia de la ciudades y la sociedad, las cosas siempre pueden ir peor.

Un 37,6% de los jóvenes españoles de 16 a 30 años se encuentra en este momento en riesgo de pobreza y exclusión. Es un porcentaje muy elevado, sin duda agudizado por la crisis, pero no solo consecuencia de ella, explica Lola Fernández, que representa en la C. Valenciana a la Red Europea contra la Pobreza (EAPN). La experta se refiere a esa exclusión social estructural, no por motivos económicos: familias desestructuradas, barrios devastados por las drogas o la marginalidad, minorías étnicas, etc. Personas, en definitiva, que nunca podrán optar a las ayudas de los planes de garantía juvenil.

«Las políticas de empleo no están llegando a estos jóvenes. Llegan a muchos jóvenes, pero no a los que están en esta situación. Necesitamos un enfoque más adaptado e inclusivo de las políticas», apunta Fernández.

Para estos jóvenes, el último tren suele aparecer por la vía de la acción social, las ONG y fundaciones que se convierten en redes de apoyo más allá del sistema público. La Facultad de Filología de la Universitat de València (UV) acogía ayer un seminario sobre el caso de las Escuelas de Segunda Oportunidad como estrategia de empleo juvenil y la formación para el empleo.

Básicamente, estas escuelas de segunda oportunidad tienen como objetivo trabajar la inserción laboral de chavales que han quedado fuera del sistema educativo formal. No se trata de ni-nis, sino de personas que, en ocasiones, carecen de la instrucción más básica.

Deshacer la «mochila» emocional

«Lo que hacemos es trabajar con dos metas: si es posible que retornen a la formación formal, que se saquen la ESO o un grado. Si esto es inalcanzable, cuando se trata de jóvenes que ni han empezado la Secundaria, casos de abandono escolar temprano, inmigrantes que acaban de llegar, la segunda opción es dotarles de una formación profesional para incorporarse al mundo laboral a través de certificados de profesionalidad», explica José María Usón, presidente de la asociación española que agrupa a estas entidades.

Las Escuelas de Segunda Oportunidad son entidades privadas, fundaciones, asociaciones y cooperativas sostenidas con fondos públicos y el apoyo complementario de empresas que cuentan con programas de apoyo social.

La realidad de estos formadores es cruda. No es solo introducirles en oficios sino también de lidiar con la «mochila» emocional que traen a cuestas.

La amplitud de los equipos depende de la capacidad de cada entidad, pero estas escuelas suelen contar, además de con profesionales que imparten la formación, con trabajadores sociales, orientadores laborales, psicólogos? y todo el trabajo aglutinado por la figura de un tutor.

«Cada joven necesita un itinerario personalizado», señala Usón. «A través de su inquietud preparas el itinerario. Por ejemplo, si una joven quiere ser peluquera, se le hace ver que necesita saber matemáticas para cobrar y gestionar el IVA, y un poco de informática para hacer las reservas. A cada uno, con el enganche de ese oficio, te lo llevas al resto de competencias: matemáticas, lingüística, informática», explica.

En València, Iniciatives Solidàries celebra este 2018 su 25 aniversario. Cuenta con un centro de formación un centro de Día, y un punto de formación en la cárcel de Picassent para trabajar con los presos más jóvenes. Esta entidad forma a sus usuarios en ESO y pruebas de acceso a ciclos, certificados profesionales de mecánica o dinamización social. Pero también imparte talleres más básicos de hostelería o electricidad con la expectativa de despertar interés por alguna de estas ramas, explica el educador Ximo Vila.