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El abismo de las sociedades envejecidas

La mayor esperanza de vida atenaza a la economía y al sector público al combinarse con el desplome de la natalidad

El abismo de las sociedades envejecidas

Los dos factores cruciales para el crecimiento económico a largo plazo son el tamaño de la población en edad de trabajar y su productividad. La segunda está aletargada y es una de las grandes incógnitas de la economía poscrisis, y el primero está comprometido por la evolución demográfica y su acelerada tendencia al envejecimiento, más acusada en las sociedades avanzadas.

Instituciones y centros de estudios alertan sobre los desafíos económicos, sociales y políticos que entrañará la senectud creciente de la pirámide poblacional. El Banco de España lo ha vuelto a hacer en su informe anual.

Pero el abismo al que se enfrentan las sociedades envejecidas no procede sólo de la prolongación de la expectativa de vida, un auténtico éxito de las sociedades desarrolladas -como dice, entre otros, el sociólogo y demógrafo Julio Pérez- que ha permitido ampliar la esperanza media de vida en quince años en el últimos siglo. Aunque en sí misma la longevidad creciente está forzando a revisar los patrones que han dado sustento al modelo económico y al sector público -y en particular al Estado de bienestar- para garantizar su sostenibilidad financiera futura, la complejidad desafiante de esta mutación sin precedentes se agiganta por el derrumbe de la tasa de natalidad, que no garantiza el relevo generacional suficiente ni el necesario aporte de cotizantes para que los modelos de previsión social no se vean comprometidos.

España es una de las economías más expuestas a estas tensiones porque la disminución del peso de la población en edad de trabajar es particularmente acusada, según el Banco de España.

Tercer país

Otros estudios apuntan en el mismo sentido: España es uno de los tres países (con Eslovenia y Japón) con menor peso de habitantes entre 10 y 24 años (14%), según la ONU; el cuarto con mayor longevidad media (tras Japón, Suiza y Singapur), según la Organización Mundial de la Salud (OMS), y el segundo, tras Japón, que en 2050 tendrá más habitantes que hayan rebasado los 65 años, según la OCDE. Un estudio difundido en octubre por la Universidad de Washington (Seattle, EEUU) va más lejos y sitúa a España en 2040 como la nación con mayor esperanza de vida del planeta.

A causa de esta tendencia, las proyecciones demográficas indican que la tasa de dependencia (la población mayor de 65 años en relación a los habitantes en edad de trabajar), que ya se ha disparado del 16% al 25% entre 1977 y 2019, va a doblarse en 2050, hasta situarse en el 50%.

Crecimiento potencial

Las consecuencias son de largo alcance y lastrarán de forma previsible el dinamismo de la sociedad, la capacidad emprendedora, la innovación y la productividad, entre otros aspectos, y forzarán cambios inevitables en las políticas fiscal y monetaria, y en los mercados y los sectores económicos, en los que desaparecerán oportunidades y surgirán otras nuevas.

Existe ya la certeza, como escribió el Banco Central Europeo (BCE) en su boletín en 2017 (y en similares términos en 2018), de que «el respaldo cada vez menor de la evolución demográfica ha contribuido a la caída del potencial de crecimiento en varios países». En el diagnóstico han coincidido en los últimos años el Instituto Ifo, de Alemania, y otros centros de predicción y análisis.

Hay diversas vías por las que ambos fenómenos se conectan. Una de ellas es la pérdida del llamado 'dividendo demográfico': la pujanza inducida por un aumento del censo, con un mayor peso de la población activa sobre la pasiva, da pie a una mayor actividad y prosperidad económicas, y a un círculo virtuoso que se retroalimenta en el sector privado, así como a una intensificación de los ingresos públicos que, generados por esa dinamización, pueden ser revertidos en gasto e inversión productivos.

El Banco de España establece otro cauce de transmisión en virtud del efecto retardatario que la reducción de la población activa y el envejecimiento tienen sobre la innovación tecnológica, lo que tiende a restar crecimiento potencial aun cuando pueda compensarse por el aumento de productividad que cabría esperar de una robotización que se vería favorecida por la merma de la fuerza laboral y el envejecimiento del mercado laboral.

En línea con lo que apuntó recientemente el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, su antecesor al frente del banco central español, Luis María Linde, alertó hace dos años, en mayo de 2017, del impacto de la demografía sobre el PIB, el empleo, la innovación y las pensiones. El informe anual del Banco de España pronosticó entonces que el crecimiento potencial de la economía española (el nivel óptimo de avance del PIB que permite ocupar al máximo de población activa y de recursos productivos sin incurrir en sobrecalentamientos y desequilibrios) se situará alrededor del 1,5% en la próxima década frente al 3% estimado antes de la crisis de 2008. Entonces, el servicio de estudios de la institución avisó del impacto negativo del envejecimiento en la productividad también a través del ahorro. La teoría dice que el ahorro aumenta de modo progresivo con la edad hasta la jubilación pero cae a partir de entonces.

Esto tiene muchas implicaciones. Una de ellas es que si el grueso de los recursos de la población se destina a consumo, quedará menos margen para el ahorro, que es condición para la inversión y su efecto benéfico en la productividad. Esta insuficiencia se sumará a la pérdida de capital humano por la tendencia poblacional y a la dificultad de los países envejecidos para atraer flujos de capital externos, más predispuestos a invertir en economías dinámicas. Tampoco el consumo saldrá reforzado en una sociedad muy envejecida: pese a la mayor propensión al gasto que al ahorro después de la jubilación (no antes), el consumo se resentirá en términos agregados por la merma de renta que se produce al final de la vida laboral.

La baja natalidad (y salvo que se produzcan inmigraciones) deparará en el largo plazo menos población y por lo tanto un mercado interno menor. Su empequeñecimiento sólo podrá compensarse con mayor competitividad y productividad para ganar cuota de mercado en el exterior.

La llegada de población extranjera podría revertir la regresión de la tasa de fertilidad sólo si los inmigrantes de segunda generación mantuviesen las pautas natalistas de su nación de origen y no asumiesen las del país de adopción.

Japonizacion

Así que Europa, y en particular España, caminan hacia la japonización de sus economías: envejecimiento, crecimiento débil, inflación baja y deuda pública alta.

Aunque el Banco de España dice en su último informe que no hay evidencias empíricas concluyentes sobre el efecto del envejecimiento sobre la inflación, casi todos los diagnósticos dan por hecho una tendencia desinflacionaria sostenida a medida que se van ensanchando los segmentos de población de mayor edad en la parte alta de la pirámide y entran nuevas cohortes por abajo más reducidas. De hecho, la demografía se apunta (junto con las devaluaciones salariales, la precariedad, la globalización, las nuevas tecnologías y los modelos de negocio de bajo precio) como una de las causas de que los bancos centrales no hayan logrado reconquistar el objetivo de inflación pese a la recuperación del PIB, las bajas tasas de paro en numerosos países y la mayor fabricación de dinero de la historia.

Fuerza laboral

La pérdida de tamaño de la fuerza laboral contribuirá también a deprimir la inflación porque favorecerá la robotización y con ello que siga reduciéndose la participación de los salarios en la renta nacional.La automatización sustituirá además mano de obra de modo preponderante en las cualificaciones intermedias y no tanto en las altas (con menor propensión marginal al consumo) y en las bajas (peor retribuidas).

Entre los diversos riesgos asociados a la baja inflación persistente está el peligro de incurrir en deflación, la dificultad de generar ingresos fiscales adicionales por el mero efecto inflacionario sobre precios y rentas, y la imposibilidad de diluir de forma pasiva los endeudamientos. Y esto es muy inquietante en un escenario de récord mundial de deuda (225% del PIB) y cuando el envejecimiento demográfico va a suponer una sobrecarga extraordinario sobre las cuentas públicas porque merma ingresos a la vez que dispara el gasto en pensiones, sanidad, dependencia, farmacia y servicios sociales diversos. Estas cargas presupuestarias sobrevenidas y la financiación de déficits fiscales al alza deberían promover subidas de tipos para hacer atractiva la financiación por los inversores de una deuda creciente y compensar el mayor riesgo de impago del emisor. Pero la subida de los tipos es inadecuada para una economía pusilánime a causa del envejecimiento de su fuerza laboral, la baja inflación y la reducción del crecimiento potencial.

Estas dos necesidades antagónicas sólo se pueden conciliar perpetuando el actual estado de excepción de la expansión monetaria ultraexpansiva, que garantiza tipos de interés ínfimos a los agentes económicos y que, a la vez, resuelve la desconfianza hacia la deuda soberana creciente adquiriéndola en el mercado con el dinero de todos para evitar que los estados deban remunerarla con rentabilidades elevadas.

Persistir con esta intervención pública masiva en la economía constituye una anomalía y una distorsión crónica del mercado cuyos efectos secundarios dolorosos aflorarán tarde o temprano.

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