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Empresarios

Así creo su imperio el 'Henry Ford gallego'

En el centenario del nacimiento de Eduardo Barreiros repasamos cómo desde una aldea ourensana gestó su emporio automovilístico

Así creo su imperio el 'Henry Ford gallego'

Eduardo Barreiros Rodríguez empezó a trabajar de revisor en la empresa de autobuses de su padre cuando ni siquiera había llegado a alcanzar la adolescencia, recién cumplidos los 12 años de edad. Al finalizar la Guerra Civil, que le había pillado en pleno cumplimiento del Servicio Militar, regresó a Gundiás la aldea-cuna originaria de la familia, con un montón de ideas y proyectos en la cabeza. Había pasado la guerra en el bando nacional, como conductor de vehículos militares, y retornaba dispuesto no ya solo a ampliar las miras de la empresa familiar sino también a avanzar en materia de ingeniería de vehículos. En la biografía de la Fundación Barreiros figura que construyó, con sus propias manos, un nuevo auto-bús “aprovechando los largueros de un camión Citröen, un diferencial de desguace y el motor y la caja de cambios de un camión quemado”. Aquel debió ser el primer “Barreiros” propiamente dicho.

De casta le venía la vocación al joven Eduardo, pues su padre, también llamado Eduardo, se había presentado un día en Gundias, recién regresado de Canarias, donde había emigrado, con un autobús adquirido por 19.000 pesetas el año 1927. Y tal vez aquel autobús fuese la clave sin la cual no hubiera sido posible la historia que vino después, la de una saga de pio-neros de la automoción en España, la de los Barreiros, del que Eduardo hijo, nacido el 24 de octubre de 1919 fue su máximo representante.

A los 26 años de edad, Eduardo Barreiros Rodríguez se percató de que la línea de autobuses, de la que él ya llevaba las riendas aunque su padre todavía vivía, se le estaba que-dando pequeña, que incluso podría ser una rémora para sus ambiciosos proyectos futuros, así que optó por venderla para, inmediatamente, fundar otra empresa, Becosa, una constructora con la que realizó diferentes trabajos de contratas de obras públicas en la provincia de Ourense. Aquella incursión inmobiliaria, no obstante, no hizo olvidar a Eduardo sus “inquietudes mecánicas” al punto de que, mientras se ocupaba de cuadrar balances, conseguía extraer el suficiente tiempo para diseñar y producir máquinas especiales que facilitaban el trabajo a sus cada vez más numerosos operarios. En 1949 empezó a experimentar con la transformación de motores de gasolina a diesel para cubrir las propias necesidades de los vehículos utilizados en las obras de las contratas. Los éxitos obtenidos hicieron que cada vez fuesen más los transportistas que se interesaban por aquellos motores que consumían tan escaso gasóleo. Eduardo intuyó “negocio a la vista” y nuevamente llegó a la conclusión de que había que ampliar y proyectar la empresa y, además, dar un salto geográfico: trasladar su sede central a Madrid.

Para su primera factoría madrileña, los Barreiros alquilaron unos talleres en Villaverde Bajo. Dos años después, en 1954, se constituía la sociedad anónima familiar Barreiros Diesel “para la fabricación de motores, camiones y tractores”. En los primeros años de asentamiento en la capital de España, los tres hermanos varones vivían juntos.

Con un capital de 10 millones de pesetas, Barreiros Diesel emergió en el marco de un rutilante complejo industrial, insólito en la España de la época, el creado a partir de aquel taller alquilado en Villaverde. A inicios de la década de 1960, la empresa mostraba los primeros síntomas de erigirse en todo un imperio en el que hasta las fronteras de España ya le resultaban limitadas. Cerrada la etapa de transformación de motores, Barreiros fue ampliando progresivamente su gama de productos de modo que, en 1965, tras su acuerdo con Chrysler, la extensión territorial del complejo de Villaverde era de 2 millones de metros cuadrados, los productos Barreiros se exportaban a 27 países y la empresa contaba con 25 mil trabajadores en plantilla, a los que habría que sumar más de 100.000 puestos de trabajo indirectos. Por supuesto, Eduardo Barreiros, el “jefe de filas”, no tardó en ver reconocida su trayectoria (en 1961 ya se le había otorgado la Gran Cruz de la Orden al Mérito Civil) y tanto él como su esposa, Dorinda, aparecían como personajes destacados de la vida social del Madrid, invitados a todas las fiestas y cacerías a las que asistían todas las grandes personalidades que visitaban España de la época.

Tras vender sorpresivamente en 1969 las acciones de Diesel Barreiros en Chrysler y embarcarse en un negocio de abastecimiento de ganaderías durante la década de 1970, en 1980 Eduardo Barreiros regresa al sector de la automoción y funda Dimisa (Diesel Motores In-dustriales). Adquiere dos naves en el polígono industrial de Pinto (Madrid) e instala en ellas un moderno laboratorio de motores para la fabricación y experimentación de prototipos con la más alta tecnología del momento. Por casualidad (o no) su empresa se presenta en 1982 a un concurso convocado por el Gobierno cubano y lo gana, superando incluso la competencia soviética, con su “revolucionario” Motor Taibo de 10 cilindros. En Cuba, a donde se trasladó a vivir ya sin la compañía de sus hermanos, Eduardo no tarda en ganarse la confianza, tanto a nivel profesional como personal, del mismísimo Fidel Castro y, como tantos otros gallegos habían hecho antes que él, llega a la conclusión de que ese no es sólo un excelente pa-ís para trabajar, sino también para vivir.

En la isla caribeña recibiría el “jefe de filas” de los Barreiros reconocimientos múltiples y esa fue la mejor razón para decidiese permancer allí hasta el fin de sus días. En La Habana falleció el 19 de febrero de 1992. “Eduardo era -recordaba su hermano Graciliano- primero, muy humano; segundo, generoso y un gran emprendedor con mucho ingenio. Era un hombre al que le interesaba el trabajo, su familia y la caza. A Eduardo nunca le interesó el dinero como tal…”

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