«El BCE hará todo lo que sea necesario para salvar el euro. Y, créanme, será suficiente». Mario Draghi (Roma, 1947) será recordado por esas dos frases pronunciadas durante en julio de 2012 en Londres y con las que frenó los ataques especulativos contra el euro, a la vez que subrayaba la disposición de la entidad a mantener a todos los países dentro de la unión monetaria.

Sus palabras tuvieron un efecto inmediato sobre las primas de riesgo de España e Italia, dos países que vieron cómo los tipos de interés de sus respectivos bonos bajaron notablemente y se mantuvieron.

El discurso también frenó la confianza perdida de los mercados en que algunos países de la eurozona serían capaces de hacer las reformas que de ellos se esperaban y recortarían sus excesivos déficits y endeudamientos.

Las turbulencias comenzaron en 2010 a raíz de la crisis de endeudamiento soberano de Grecia, país que representaba sólo el 2 % del producto interior bruto de la zona del euro. La situación empeoró por los malos resultados de muchos bancos europeos en las pruebas de resistencia.

Draghi, que asiste hoy a su última reunión de política monetaria del Consejo de Gobierno del BCE, deja la institución convertido en figura mítica de las finanzas europeas. El italiano sustituyó al frente del BCE al francés Jean-Claude Trichet (2003-2011). La llegada de Draghi al BCE, cuyo objetivo es la estabilidad de los precios en la zona euro, supuso un claro cambio de estilo y rumbo respecto a su antecesor, Trichet, quien había reaccionado de forma más titubeante ante la crisis. La institución europea no ha subido los tipos de interés desde 2011, cuando incrementó la tasa a los depósitos en 25 puntos básicos hasta el 0,75 %, pero en noviembre de ese mismo año la volvió a bajar hasta el 0,50 %. Desde entonces, los tipos de interés de la zona del euro sólo conocen una dirección, a la baja.

El BCE presta a los bancos ahora semanalmente al 0 % y les cobra un 0,50 % por el exceso de reservas, aunque exime una cantidad del pago de intereses. Esta institución y los bancos centrales nacionales comenzaron en marzo de 2015 a comprar grandes cantidades de deuda pública de la zona del euro ante el peligro de deflación. Hasta entonces el BCE había evitado aumentar su balance en esa dimensión. Los intereses que llegaron a pagar los países del sur por refinanciarse en el mercado hicieron necesario el rescate de Grecia (2010), Irlanda (2010), Portugal (2011), Chipre (2011) y el de la banca española (2012). A cambio, tuvieron que aplicar duras reformas económicas y reducir su gasto público.

Algunos analistas consideran que el BCE debería haber iniciado las compras de deuda mucho antes, pero países como Alemania fueron muy críticos porque consideran que es una forma de financiación monetaria directa a los gobiernos. Durante la presidencia de Draghi el BCE ha comprado deuda pública y privada de la zona del euro por 2,6 billones de euros (entre marzo de 2015 y finales de 2018). Este año iba a comenzar a normalizar su política monetaria y reducir los estímulos, pero el debilitamiento económico le ha llevado a aprobar nuevas compras de deuda.

Actuando así, el BCE presiona a la baja los tipos de interés a largo plazo y todos los países de la zona del euro se benefician del bajo precio del dinero. Esos estímulos monetarios, no obstante, tienen efectos secundarios porque facilitan que se creen burbujas y, debido a la falta de bonos soberanos seguros puede aumentar el coste de estas operaciones. Draghi ha instado desde hace meses a países como Alemania, que se financia a tipos negativos o muy bajos, a que lleve a cabo una política fiscal más activa.