La subida del Salario Mínimo Interprofesional acordada recientemente por el Gobierno, los sindicatos y la patronal se está reflejando ya en las nóminas que estos días, coincidiendo con el final de mes, están cobrando los empleados titulares de los contratos laborales más baratos del mercado.

Lejos del debate político y las mesas de negociación, esos 950 euros tienen el rostro de los trabajadores que han de apañarse con un sueldo que a duras penas les da para vivir. También, el de los empresarios que se han visto obligados a cuadrar sus cuentas, algunos con severa dificultad, para acoger un aumento de gasto en personal con el que no contaban. Son historias con nombre y apellidos.

Vanesa Lozano García. 38 años. Encargada de acceso en un centro comercial

"De noche me duermo haciendo cuentas"

Hay finales de mes que son auténticas trampas para Vanesa Lozano García, vecina de Alcalá de Henares de 38 años que trabaja como encargada del acceso a un centro comercial situado en la zona más rica de Madrid. Según cómo cuadre el día de la paga con la fecha de caducidad de su abono transporte, puede pagarlo de su bolsillo o tiene que pedir prestado durante unos días para comprarlo y poder llegar cada día a su puesto de trabajo. Echa 166 horas al mes, cobra el salario mínimo y solo en transporte se le van 85 euros.

No será por manirrota ni por descuidada. "De noche me duermo haciendo cuentas. Mentalmente, quito aquí, pongo allí, veo lo que puedo comprar y lo que no, y miro hasta el último céntimo para estirar al máximo el sueldo y evitar tener problemas", asegura. Vive en la casa de su madre junto a ella, que cobra una pensión de 400 euros, y su hermana, que tiene una discapacidad.

Independizarse no entra en sus planes. "De mi sueldo y la jubilación de mi madre vivimos tres personas, incluyendo los medicamentos que ellas necesitan, que no todos los cubre la Seguridad Social y algunos son bastante caros", advierte. Por otra parte, calculadora en mano, ¿dónde iba a poder mudarse con su sueldo? "En Alcalá, los alquileres rondan los 700 euros. Tendría que elegir: o techo o comida", resume.

En una economía doméstica adaptada a 900 euros, pasar a 950 no invita a cambiar de vida, pero esa pequeña diferencia se nota, y se agradece. "Aunque solo sea para tener la tranquilidad de que este mes no tendré que pedir prestado si se me agota el abono transporte antes de cobrar", apunta. Aficionada a la lectura, ya tiene pensado en qué gastará este extra que ha llegado a su bolsillo con la paga de febrero: "Soy fan de Stephen King. Suelo sacar sus libros de la biblioteca, pero soñaba con comprarme el último que ha publicado. Será mi pequeño lujo de este mes. Para mucho más no me llega", señala.

Vanesa es una mujer alegre de sonrisa fácil y discurso práctico. Lamentar lo que no posee no va con ella, pero tampoco acepta convivir con el miedo a perder lo que tiene. "En el país de los ciegos, el tuerto es el rey. La amenaza del paro me hace valorar más los 950 euros que gano y doy gracias a estar trabajando, pero ese sueldo sigue siendo muy escaso para vivir hoy en día, digan lo que digan los que negocian estos salarios", opina. Y pregunta: "¿Cumplirán la promesa de subir a 1.200 al final de la legislatura? Esa cifra sí me permitiría vivir con tranquilidad".

Joaquín Encinas Navarro. 59 años. Recepcionista en un hospital

"Sé lo que es ir a Cáritas a pedir comida"

Las grandes fortunas suelen quejarse de lo caro que resulta ser rico. Ignoran las estrecheces que abundan en la banda salarial más baja del mercado laboral. Joaquín Encinas, barcelonés de 59 años, las conoce bien. Trabaja de recepcionista en un hospital de L'Hospitalet -"por llamarle algo, porque hago de todo: atiendo a los enfermos y las visitas, controlo el acceso del parking, ayudo donde me llaman€", aclara- y gana el SMI, que en su caso llega a 1.000 euros porque le prorratean en 12 meses las 14 pagas. "Cobro el día 1 y a menudo estoy a cero antes de mitad de mes", explica.

Los números no engañan: la hipoteca de la vivienda que comparte con su pareja le resta 500, el pago de los préstamos que tuvo que pedir hace años para hacer frente a ciertos imprevistos se lleva otro buen pellizco, y el resto va íntegro para alimentación. Su compañera cobra una pequeña pensión de minusvalía y con esta economía de guerra han de apañarse los dos cada mes. "Te adaptas, pero no siempre puedes. A veces me ha tocado pedirle prestado a mis hijos, que no es agradable. Tampoco lo es ir a Cáritas a por comida, pero sé lo que es no encontrar nada en la nevera y tener que pedir para comer", confiesa.

Con este plan contable, ganar 50 euros más no es sinónimo de alegría, "sino de vivir 50 euros menos angustiado", dice. Lejos quedan los años en los que ganaba 1.800 euros en la construcción. Luego llegó la crisis, el paro, y de ahí cayó de cabeza al salario mínimo que lleva cobrando desde que encontró este trabajo hace diez años. Por entonces, el SMI apenas llegaba a 600 euros. Hoy está en 950. "Visto así, parece una subida grande, pero que me digan cómo se puede vivir con esa cantidad y los precios que hoy tiene todo", propone.

Irina Estepa. 30 años. Dependienta de una cadena de bazares

"¿Qué proyecto de vida puedes tener con 950 euros?"

Irina Estepa lleva en la cabeza una lista de proyectos que aguardan el momento de hacerse realidad. Ella los denomina "sueños pendientes". Lo de "sueños" llama a engaños, porque aquí hay poca fantasía. "Me gustaría hacer algún curso para mejorar mi formación, y sacarme el carnet de conducir, y apuntarme al gimnasio, y hacer alguna actividad cultural€ No es gran cosa, pero para mí son sueños, porque no puedo permitírmelos", dice esta barcelonesa de 30 años que trabaja desde hace cuatro como dependienta en una de esas cadenas de bazares de estilo nórdico que han proliferado en los últimos tiempos en las grandes ciudades.

Por estar cara al público ocho horas al día gana el salario mínimo, del que 350 van íntegramente a pagar el piso que comparte con un compañero y el resto lo dedica a cubrir gastos domésticos, el transporte, la comida y el poco de ocio que puede permitirse. "De ahorrar, ni hablamos. Algunos meses, ni siquiera llego al día de la nómina", reconoce. Su mayor pesadilla es que vuelva a ocurrirle lo que le pasó hace un año: compartía piso con un amigo, pero él perdió su trabajo y el casero les echó. Les exigía que ambos tuvieran contrato laboral vigente para alquilarles la vivienda. "Acabé volviendo a casa de mi abuela. Con estas cantidades, vivir sola es imposible, has de depender de alguien para compartir", cuenta.

A partir de este mes ganará 50 euros más, que le vienen muy bien, dice, "porque hay meses que 50 euros significan poder llegar a fin de mes", pero ese nuevo billete que ahora entrará a su bolsillo no le permitirá darle a su vida al giro que querría. "¿Cómo me planteo ser madre en estas condiciones, si ni siquiera puedo compartir piso con mi pareja porque él no tiene trabajo?", pregunta. En su situación, a la precariedad se añade un sentimiento de humillación generacional. "No soporto lo de 'generación ni-ni'. ¿Acaso creen que me apetece estar así con 30 años? Encima, te hacen sentir culpable. ¿Qué proyecto de vida tienes con 950 euros?", plantea.

Javier Peco. 49 años. Operario de almacén

"Gastaré los 50 euros en el abono transporte"

La historia económica de España de los últimos 10 años, al menos de lo que antes se conocía como clase media, cabe en la vida laboral de Javier Peco, madrileño del barrio obrero de Villaverde. Se le dibuja una sonrisa cuando recuerda sus años de mecánico en la fábrica de Renault, donde su padre se jubiló después de 40 años fabricando coches, o cuando trabajó en la industria ceramista de Castellón. Su sueldo rondaba los 2.000 euros, ganaba más que gastaba y vivía con alegría.

"Todo aquello se lo llevó la crisis. Dicen que ya ha pasado, pero mi vida de ahora no se parece a la de antes", afirma a cuento de su modus vivendi actual. Trabaja acarreando mercancías en un almacén logístico de Getafe, en el sur de Madrid, de 8 de la tarde a 4 de la madrugada y gana el salario mínimo interprofesional, 900 euros -ahora 950- que reparte entre su hijo, que no vive con él, y sus padres, que le acogieron en casa después de divorciarse y perder su anterior trabajo. "A los 49 años, no es fácil tener que pedirles que te hagan un sitio, pero con lo que gano, ¿dónde voy?", plantea. Le gusta la música y adora ir de conciertos, pero los 50 euros de subida salarial no se irán en jaranas. "El abono transporte para ir a trabajar me cuesta 64 euros. Ya solo me faltan 14".

Su salario, además, tiene letra pequeña. A menudo, cuando hay poca carga laboral, le mandan a casa a medianoche sin avisar. Horas que no echa, horas que no le pagan. "Yo haría trabajo extra encantado para ganar más dinero, pero hay meses que cobro menos que el salario mínimo", revela. Su primer empleo lo tuvo a los 19 años en la frutería de su barrio. "El jefe te miraba a la cara, el trato era personal y el sueldo se ajustaba a la vida de entonces. Ahora, para tu patrón, a quien no conoces, solo eres un número. Si le sobras, te quita de en medio sin rechistar", denuncia.

Pere Roqué. 48 años. Empresario agrícola

"La subida llega en el peor momento para el campo"

Pere Roqué es la quinta generación de agricultores que explota la finca de perales y manzanos de la huerta de Lleida que su bisabuelo heredó y le traspasó a su abuelo, este a su padre, y de él llegó a sus manos. Lo que ya no tiene tan claro es que repita esa operación con su hijo. No por falta de amor al oficio agrícola, que ejerce con devoción y mimo, sino porque es una auténtica ruina. El precio de la fruta que produce no para de bajar y los gastos que genera no dejan de crecer.

Su último descuadre contable lo ha causado la subida del salario mínimo. "Se habla mucho de los 50 euros del trabajador, pero a mí me suponen un aumento de gastos de 200, entre las cotizaciones, los seguros y los impuestos", advierte. Este verano, como todos los años, tendrá que contratar seis temporeros durante varios meses para recoger la fruta en su justo punto de maduración. "Multiplicando: cosechar la producción me costará 6.000 euros más que el año pasado, pero las peras y las manzanas me las pagan a menor precio. La subida del SMI ha llegado en el peor momento para el campo", afirma.

El mundo agrario anda estos días revuelto por el ruinoso sistema de precios que rige en el sector. Este debate rebasa el del salario mínimo, pero Roque cree que están conectados. "Estoy a favor de la subida salarial, pero esta no puede recaer sobre los hombros de los empresarios. Al menos, que la Administración nos ayude con los gastos en seguros y cotizaciones. Está en juego la supervivencia de la explotación agraria familiar", avisa.

Bernardo Ortega. 66 años. Propietario de una empresa de conserjes

"O repercuto la subida a mis clientes, o cierro el negocio"

Bernardo Ortega ha empezado el año confrontando un dilema contable: los contratos que tiene firmados con la quincena de fincas a las que ofrece servicios de conserjería indican que los precios deben actualizarse con el IPC, que este año no llegó al 1%, pero la subida del SMI le obliga a pagarles a sus empleados un 5,5% más. "La cuestión es muy sencilla: trabajo con unos márgenes tan bajos que o bien repercuto esta subida a mis clientes, o he de cerrar el negocio porque pierdo dinero", explica este empresario madrileño de 66 años.

La resolución de esta disyuntiva aún no la conoce. Sus clientes no han contestado todavía a la carta que les ha enviado anunciándoles las nuevas tarifas y no sabe qué pasará. "Confío que acepten, pero puede que alguno me proponga reducir el servicio, lo que supondrá menos dinero para el empleado y para mí, y tal vez alguien se plantee cancelar el contrato y poner un portero automático. Le sale más barato, claro, pero el servicio es peor y ese conserje va al paro", señala.

Su propuesta no pasa por dejar las cosas como estaban. "Estoy a favor de mejorar los sueldos, pero hay que hacerlo de manera escalonada, no de golpe. De esta forma solo conseguirán destruir empresas y generar más desempleo", prevé. Teme que el próximo año haya una nueva subida importante del SMI y tiene claro qué le diría a la ministra de Trabajo si pudiera tomarse un café con ella: "Sed sensatos, id poco a poco. Este desequilibrio salarial viene de lejos y no se puede corregir en dos años, porque nos cargamos el negocio", advierte.