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Desconexión sin miedo

Turistas españoles y extranjeros, camareras de hotel y cocineros destacan entre los 276 pasajeros que viajan en el ferry entre Dénia y Formentera entre fuertes medidas de seguridad

Miembros de la tripulación del buque de Baleària 'Ramon Llull' en el puente de mando, ayer. pilar cortés

Las ganas de viajar se imponen al temor al coronavirus entre los que eligen el barco para desplazarse entre la Comunitat Valenciana y Baleares. Los 276 pasajeros que ayer embarcaron en el ferry de alta velocidad Ramon Llull de Baleària que une en la temporada de verano Dénia con Formentera e Ibiza tenían sentimientos encontrados entre el temor al contagio, y la ilusión o la necesidad de viajar.

Turistas españoles y extranjeros, camareras de hotel, cocineros, enfermeras, fisioterapeutas y todo tipo de profesionales coincidieron en que sus sensaciones estaban al 50-50 entre la incertidumbre ante un enemigo invisible y la confianza en un viaje seguro. Todos eran conscientes de que el riesgo cero no existe. La compañía con base en Dénia ha implantado medidas de seguridad como el control de temperatura o la desinfección de la ropa a través de un arco de ozono.

La empresa limita la capacidad de sus barcos al 80 % y agrupa a los viajeros que van juntos para garantizar la distancia de seguridad. «Nuestra prioridad es la seguridad de los clientes», advierten desde la naviera. Los más jóvenes eran los menos temerosos. Michael Hindav, un adolescente inglés de 16 años que va a Formentera a conocer la isla con sus padres, asegura desde la cubierta superior del barco que su preocupación por la seguridad está al 50 % ( half & half). «Creo que la seguridad del barco es bastante buena, pero siempre te queda la duda», afirma en inglés. A pesar de que lleva tiempo viviendo en Xàbia solo se atreve a pronunciar el número 16 en español cuando se le pregunta por su edad.

Arco de ozono

El capitán del barco, Lluís Torres, se apresura a desgranar las medidas de seguridad del Ramon Llull. «En la terminal de Dénia tenemos un arco de ozono y cámaras térmicas que miden la temperatura a todos los pasajeros», subraya. Los monitores emiten un pitido cuando algún pasajero tiene una temperatura más alta de lo normal. Una vez a bordo, las azafatas están constantemente limpiando los sillones del pasaje y la superficie con más trasiego con viricida. Todas las butacas tienen una pantalla de metacrilato en la parte del cabezal lo que da una mayor sensación de seguridad.

Cintia Moyano es una enfermera malagueña de 29 años que viaja con su novio, Pablo Moreno, a Ibiza tras encontrar trabajo en el hospital Can Misses de la isla. «Durante la parte más dura de la pandemia estuve trabajando en el hospital Xanit de Benalmádena. Yo no me contagié, pero algunas compañeros sí dieron positivo. Sé de qué va esto», sentencia.

La joven explica que han escogido el ferry porque necesitaban llevarse el coche a Ibiza. Su novio confirma que se trasladan a Ibiza a vivir porque él también ha encontrado trabajo en la hostelería. «Yo me fijo bastante en la seguridad porque en los últimos meses he estado trabajando como repartidor en Málaga. Éramos de los pocos que estábamos en la calle y teníamos que extremar las precauciones. Los que no han vivido lo que hemos pasado nosotros son menos conscientes del riesgo y van más a la ligera», lamenta. Su novia añade que se siente segura en el barco porque todo el mundo va con mascarillas, aunque advierte de que le ha faltado ver «más geles hidroalcóholicos».

Giuseppe Baio y Eva Fernández son otra pareja cuarentona (ella se molesta cuando le preguntan la edad) que vive en Sevilla y se dirige a trabajar a Ibiza. Los dos trabajan en el establecimiento hotelero Grupohotel de Cala San Vicente, él como cocinero y ella como camarera. Giussepe, que es del sur de Italia y lleva cinco años viviendo en España, no está preocupado por los riesgos de viajar en barco. «He cogido el ferry porque llevo el coche para poder moverme por Ibiza. Vamos a hacer la temporada de verano. El hotel abre el 4 de julio tras haber estado cerrado por la pandemia. Cuando hemos llegado nos han medido la temperatura, todo parece bastante seguro», indica. Eva Fernández estaba trabajando como camarera en un hotel de Sevilla cuando tuvo que cerrar por la declaración del estado de alarma. «El hotel al que vamos en Ibiza es del mismo grupo. Todavía no sabemos cuántos meses estaremos allí», confiesa. «Veo que están constantemente limpiando las mesas y los sillones. Parece que está todo bastante controlado, aunque algo de temor tengo», declara.

Desconexión

Otra pareja joven viaja a Formentera por el puro placer para pasar el día en la isla. «Somos conscientes del riesgo, pero tenemos muchas ganas de salir. Yo trabajo como fisioterapeuta en Dénia y han sido unos meses muy duros. Necesito desconectar», asegura Roser Roldán. «Yo me fijo mucho en la seguridad por mi trabajo. Ya me han hecho tres test del coronavirus, que han salido negativos, y trabajo con guantes, mascarilla y bata quirúrgica. Me gustaría que en el barco hubiera más dispensadores automáticos de gel para no tener que tocarlos con las manos. Al entrar nos han desinfectado. También pondría alfombrillas desinfectantes para los zapatos. De todas formas, tampoco hay que volverse locos con la seguridad ya que cuando vamos por la calle tenemos riesgo», admite.

La fisioterapeuta explica a Levante-EMV que para entrar en el barco de Baleària ha rellenado un cuestionario en el que ha confirmado que no tiene síntomas de la enfermedad y en el que ha puesto su teléfono por si en los próximos días la tienen que localizar. Este trámite se exige a todos los pasajeros y el que no lo cumple no entra en la isla.

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