Con el anuncio de las negociaciones para su posible fusión, CaixaBank y Bankia son las primeras en recoger el guante lanzado con insistencia en los últimos años por supervisores, bancos centrales y expertos, que apuestan por la consolidación como la mejor herramienta para elevar la rentabilidad de las entidades, que ya era un serio problema antes del coronavirus. El banco resultante afrontará con más garantías la crisis económica generada por la pandemia.

El ambiente se caldeó esta semana al coincidir varios banqueros en una jornada financiera sobre el futuro y los retos de la covid, en la que casi todos abogaron por las fusiones con mayor o menor entusiasmo, entre ellos el vicepresidente del Banco Central Europeo (BCE), Luis de Guindos, el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, y el presidente de la AEB, José María Roldán.

Con las consecuencias de la última crisis aún frescas en la memoria y un rescate millonario aún no restituido en su totalidad, la banca española vuelve a atravesar una etapa muy difícil, marcada por los bajos tipos de interés, los menores ingresos, la digitalización y la languidez de una economía «rematada» ahora por la covid. Por eso «no queda otra que reaccionar», según fuentes del sector, que recuerdan que si al final fructifica, el gigante que salga de esta unión será producto, a su vez, de diversos procesos de fusión y posterior conversión en bancos de una docena larga de antiguas cajas de ahorro, precisamente el sector que desapareció en la crisis anterior.

Aunque todavía se desconoce cómo se repartiría el accionariado, está claro que CaixaBank, heredera de La Caixa, será el primer accionista, y que el Estado será el segundo, al controlar casi un 62 % del capital de Bankia, heredera a su vez de Caja Madrid, que quedaría en un 14 %.