Eran siete, ni uno más ni uno menos. Tras una valla cubierta por dos banderas de España, fueron la única claque que recibió a Felipe VI en el exterior, si exceptuamos la también reducida comitiva oficial. Con vivas y aplausos. Ingenuamente, confiaban en que el monarca les saludaría a su salida. Nada más lejos de la realidad, con todos los accesos al Reina Sofía cortados y la numerosa policía haciendo desfilar por los laterales al personal que abandonó el recinto hacia las tres de la tarde, después de seis horas casi ininterrumpidas de parlamentos y debates. Algunos confesaron estar extenuados.

La soledad de los siete no desentonó en un congreso marcado por la covid. La sala de conciertos del Palau de les Arts, por las medidas de seguridad para evitar contagios, presentaba un aspecto algo desangelado, con dos asientos vacíos por cada uno ocupado y el gallinero, casi viudo. Nada que ver con las noches de gala. Claro que, precisamente por los tiempos que vivimos, de confinamientos y distancias sociales, en cierto modo sorprendía observar que 400 empresarios, directivos, políticos y periodistas se hubieran dado cita en el evento. Los muchachos de la prensa se pasaron buena parte del congreso confinados en una cafetería habilitada como sala de medios. A la de conciertos, con el rey dentro, fue imposible entrar. Eso sí, recibieron una bolsa con un minibocata, algunos dulces , un agua y un gel hidroalcohólico.

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