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Los tiempos de la precariedad

Los tiempos de la precariedad

Están a la vista de todo el mundo, pero pocos quieren verlos. Son aquellas personas que cuando estalló la pandemia siguieron cuidando a los más mayores y, en más de una ocasión, se confinaron con ellos. Las que reponen la comida en los supermercados para que no falte harina y luego otro hornee ese pastel que comparte por Instagram. Ese repartidor que trae el plato preferido a domicilio ahora que no se puede salir a cenar. O las que mantienen limpio el hospital donde muchos de nuestros seres queridos perdieron la vida. Son los invisibles, cuya función muchas veces es indispensable, pese a que su precariedad permanece inmutable más allá de toda crisis.

La ‘moneda’ del tiempo

La pandemia ha sacudido muchos mundos y uno de ellos es el laboral. Ante el covid, el Gobierno creó los ertes y las ayudas a los autónomos para proteger a todos aquellos trabajadores que tuvieron que parar para contener la propagación del virus. Casi cinco millones de trabajadores han llegado a estar cubiertos por algunos de estos mecanismos durante la actual crisis. Y muchas empresas entraron de golpe en el siglo XXI, descubriendo que podían teletrabajar y seguir sacando adelante su faena. Según el Banco de España, casi uno de cada tres trabajadores ha ejercido desde casa durante la pandemia.

Pero hubo (hay) muchos que no pudieron trabajar desde casa o que no tuvieron derecho a acogerse a ese escudo social, que escama a escama fue levantando el Gobierno para tratar de evitar un mayor descalabro. Para congelar el tiempo, una vez el mundo paró de golpe.  

Las sociedades cambian a medida que distribuyen y redistribuyen el tiempo de sus gentes. Surgen nuevos oficios, como los 'techies' que programan las aplicaciones de la nueva economía y que tan cotizados están hoy día en las empresas. Estas, por su tiempo, deciden pagarles más que a otros. Lo que les permite comprar el tiempo de unos terceros para que les hagan la comida, les limpien la casa o les paseen al perro, y así ellos tener tiempo para otras cosas. Pues su tiempo es oro.

Tiempo de oro y de cobre 

Mientras profesionales como estos pueden llegar a ganar 40.000 euros al año al poco tiempo de entrar en una empresa, tal como explicaba hace poco el consejero delegado de la academia Ironhack, otros, como la cuidadora, el agricultor o el camarero, que tantos aplausos y elogios recibieron el año pasado, permanecen anclados en el salario mínimo. Cobrando en función de cómo de sustituible, cómo de intercambiable, es su tiempo. El sábado que viene, Día Internacional del Trabajador, el mundo laboral pasará revista a sus retos pendientes. ¿Cómo se premiará el tiempo en el futuro? ¿Qué tiempo será oro y cuál cobre? 

"Yo solo quiero despertar con más tiempo en mis manos que horas tiene el día", le dice Will Salas, un peón industrial que vive en un gueto, a Sylvia, hija de un poderoso magnate y afincada en una selecta urbanización, en la película 'In Time'. En este filme, dirigido por el guionista de 'El show de Truman' y director de 'Gattaca', Andrew Niccol, la economía (y la vida) deja de regirse por el dinero y la moneda es el tiempo. Las empresas pagan y cobran en tiempo y, cuando a las personas se les acaba, mueren. Un sistema en el que los ricos son inmortales y los pobres no viven más de 25 años.

Will le está diciendo a Sylvia que quiere tener tiempo para él, que quiere poder decidir qué hacer con su tiempo. Que no quiere vivir siempre al día. En esa distopía, muchos de los trabajadores de primera línea que tan indispensables se han visto durante esta pandemia apenas ganarían el tiempo suficiente para llegar sin preocupaciones a fichar al día siguiente. 

Salario mínimo inmutable 

Durante esta pandemia ha quedado patente cómo la esencialidad de las profesiones no está reñida con ser de las peores remuneradas. Mañana esa cajera de supermercado que muchas cadenas premiaron con pagas extraordinarias seguirá llegando justa a una nómina de cuatro cifras. Un paso antes en la cadena alimenticia, el temporero que recoge la fruta cada temporada cobra exactamente el sueldo mínimo. Un salario mínimo que el Gobierno, en plena pandemia y mientras subía las pensiones o el sueldo de los funcionarios, ha renunciado a aumentar este año.

La trabajadora del hogar no tiene derecho a paro, pues opera en un régimen especial y ajeno a cualquier otro oficio u profesión. El repartidor tiene que pagarse él mismo la Seguridad Social y si enferma y no puede trabajar, no cobra. Y la limpiadora del hospital no ha sido vacunada por no considerarse grupo prioritario, a diferencia de los médicos con los que se cruza diariamente por los pasillos.

La economía evoluciona y el concepto (y la recompensa) del tiempo cambia. ¿Cómo serán tratados todos esos esenciales cuando llegue la próxima pandemia? Cien años después de que la huelga de la Canadiense alumbrara la jornada de 40 horas semanales, el debate de pasar a trabajar 32 horas comienza a abrirse paso. ¿Tendrán acceso todas las profesiones a ese nuevo tiempo? ¿Despertarán con más tiempo que horas tiene el día?

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