Política monetaria

El BCE cumple 25 años en medio del mayor shock de inflación de su historia

Al Banco Central Europeo le cogió con el pie cambiado la espiral inflacionista desatada primero por la reapertura de las economías tras la pandemia, y después por la escalada de precios energéticos provocada por Rusia como parte de su estrategia de invasión de Ucrania

La presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde.

La presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde. / EFE

Pablo Allendesalazar

El Banco Central Europeo (BCE) difícilmente podría haber imaginado un regalo más envenenado para celebrar el 25 aniversario de su creación. La autoridad monetaria y de supervisión bancaria de la zona euro celebra estos días su primer cuarto de siglo de vida enfrentándose al mayor shock de inflación global de las últimas décadas. Una guerra en la que ya ha ganado algunas batallas, pero de la que todavía no se puede proclamar vencedor y en la que se juega su credibilidad como solo una vez antes en su historia. "En un mundo de incertidumbre, el BCE ha sido, y seguirá siendo, un ancla fiable de estabilidad", sostiene su presidenta, Christine Lagarde, en un 

 publicado este martes por los diarios del Grupo Prensa Ibérica, editor de este periódico.

Como al resto de grandes bancos centrales, al BCE le cogió con el pie cambiado la espiral inflacionista desatada primero por la reapertura de las economías tras la pandemia, y después por la escalada de precios energéticos provocada por Rusia como parte de su estrategia de invasión de Ucrania. Durante una década, el principal objetivo del banco central había sido disipar el riesgo de deflación (caída persistente y generalizada de los precios) posterior a la Gran Crisis Financiera. Para evitar una depresión económica, dio luz verde a una serie de medidas excepcionales, que tuvo que elevar hasta niveles sin precedentes por la llegada del covid.

En un primer momento, el BCE consideró que la fuerte escalada del IPC que comenzó en el verano de 2021 era una fenómeno "transitorio" y no tomó medidas, una valoración compartida por homólogos como la Reserva Federal estadounidense y el Banco de Inglaterra. Sin embargo, el brutal impacto en los precios globales de la energía y los alimentos provocada por la invasión de Ucrania le obligó a dar un giro copernicano en su estrategia. Ya en diciembre de 2021 anunció el fin de las compras masivas de deuda, y el pasado julio acordó su primera subida de tipos en 11 años. Desde entonces ha aprobado otras seis, en el ciclo de alzas más acelerado y pronunciado de su historia.

Final de las alzas

El tipo principal, así, se sitúa ya en el 3,75% (máximo desde octubre de 2008, albores de la anterior crisis), mientras que la facilidad de depósito -el interés con que remunera el dinero que guarda a los bancos, el más relevante en el actual contexto- se eleva al 3,25%. Gracias en buena medida a este encarecimiento del dinero, el pico de la inflación ha quedado atrás (10,6% el pasado octubre). Sin embargo, el IPC de la zona euro se elevó una décima en abril, al 7%. Y lo que es más preocupante, el subyacente -excluidos los más volátiles precios de la energía y los alimentos- se encuentra en un alto 5,6%. Como suele destacar el BCE, la inflación está resultado más "pegajosa" de lo que se esperaba.

En las últimas semanas, la autoridad monetaria del euro ha dado señales de que el ciclo de subidas de tipos -si se cumplen las previsiones de que la inflación se siga conteniendo- está cerca de finalizar. Cada alza, así, tarda hasta 24 meses en completar todos sus efectos, con lo que están aún desplegando su impacto en las condiciones financieras y con ello en la demanda, la inversión y, en último término, la actividad económica. El mercado espera dos nuevas subidas de 0,25 puntos porcentuales en junio y julio, lo que llevaría el tipo principal al 4,25% y la facilidad de depósito al 3,75%, nivel coherente con el que viene marcado el euríbor desde mediados de abril. El objetivo del BCE es llevar el IPC al 2% a medio plazo, la tasa que se considera óptima para promover el crecimiento económico, con lo que su escenario central es mantener los tipos en un nivel restrictivo para la actividad económica "el tiempo necesario".

Está por ver, con todo, que finalmente vaya a haber solo dos subidas más. El banco central ha evitado comprometerse a nada para dejarse las manos libres. La crisis inflacionista ha vuelto a aflorar la pugna entre las dos almas que conviven en el seno de la institución: la de quienes defienden una interpretación flexible y amplia de su mandato que tenga más en cuenta la situación económica ('palomas') frente a la de aquellos que abogan por ceñirse a su objetivo de lograr la estabilidad de precios ('halcones'). Los primeros -entre los que se suele incluir al gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos- parecen hoy por hoy cómodos con la idea de dos subidas de 0,25 puntos básicos, pero es probable que los segundos traten de ir más lejos.

El papel de Lagarde

En medio de ellos se sitúa Lagarde, que cuando accedió al cargo aseguró no ser ni un halcón ni una paloma, sino que su "ambición es ser un búho, que se se asocia a menudo con una cierta sabiduría". La alta funcionaria francesa se ha esforzado por lograr una cierta armonía en el consejo de gobierno del banco central, después de la convulsa última etapa de su antecesor, Mario Draghi. El banquero central italiano salvó la unión monetaria en el momento más grave que ha enfrentado la institución, durante la crisis de deuda soberana de 2012 (con su ya celebre: "Dentro de su mandato, el BCE esta listo para hacer lo que sea necesario para preservar el euro y, créanme, será suficiente"). Pero también provocó fuertes disensiones internas.

Lagarde, asimismo, ha mostrado reiteradamente en público su comprensión con el daño que las subidas de tipos provocan en la población por el encarecimiento del crédito. Pero al tiempo, se ha esforzado en argumentar que la medicina es menos mala que la enfermedad, es decir, que el impacto que supone en la renta disponible de los hogares un IPC disparado. "La inflación erosiona el valor del dinero, reduciendo el poder adquisitivo y perjudicando a los ciudadanos y a las empresas de toda la zona del euro y, especialmente, a los miembros más vulnerables de nuestra sociedad", vuelve a exponer en su columna.

La otra asignatura pendiente del organismo es tratar de convencer a las autoridades políticas de la UE y los países socios de completar la Unión Bancaria. La reciente tormenta financiera provocada por la caída del Silicon Valley Bank en Estados Unidos y Credit Suisse en Suiza, así, ha vuelto a poner en evidencia la conveniencia de que la zona euro se dote de un Fondo de Garantía de Depósitos común, así como de una Unión del Mercado de Capitales más plena. "El euro es más que una moneda: constituye la forma más avanzada de integración europea y representa una Europa unida que colabora estrechamente y protege y beneficia a todos sus ciudadanos", concluye Lagarde.

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