Proyección internacional desde el siglo XV

La muestra organizada por la Autoridad Portuaria de València en el edificio del Reloj refleja la importancia del emplazamiento marítimo en la prosperidad del comercio marítimo para la transformación de la ciudad desde el siglo XV hasta la actualidad

Exposición "El puerto de València en el Siglo de Oro".

Exposición "El puerto de València en el Siglo de Oro". / Miguel Ángel Montesinos

En torno al año 1400, València inició un crecimiento económico y comercial imparable gracias a la situación estratégica de su emplazamiento marítmo en el Mediterráneo, su fértil huerta, una artesanía de excelente calidad y un área de influencia territorial que producía excedentes agropecuarios orientados a la exportación. El recinto del Grao de València se convirtió en una escala ineludible en las rutas del Mediterráneo y sus escalas con la Europa atlántica. La exposición "El Port de València al Segle d'Or", comisariada y coordinada por Ester Medán Sifre y Andrea Ortiz Fuertes, autoras también de los textos que se presentan en la citada muestra (y que se reproducen en esta pieza), ofrece al espectador aquel esplendoroso pasado del emplazamiento marítimo.

En 1233 el rey Jaume I inició la conquista de las tierras valencianas, quedando conformado el Reino de València durante las siguientes décadas. Desde ese momento, formó parte del programa de expansión política de la Corona de Aragón en el Mediterráneo. València, la capital del Reino, se benefició de su resistencia y estabilidad económica ante las crisis que relegaron a un segundo plano a Barcelona y Mallorca durante el siglo XIV. En torno a 1400, València inició un crecimiento económico y comercial imparable gracias a la situación estratégica de su puerto, su fértil huerta, unas artesanías de excelente calidad y un área de influencia territorial que producía excedentes agropecuarios orientados a la exportación.

Imagen de la exposición sobre la historia del puerto de València.

Imagen de la exposición sobre la historia del puerto de València. / Germán Caballero

Entonces, el recinto del Grau de València se convirtió en una escala ineludible en las rutas del Mediterráneo y sus conexiones con la Europa atlántica. La ciudad fue destino de la población del interior, de empresarios, comerciantes y artesanos extranjeros, hasta llegar a ser la más cosmopolita y con mayor población de la Corona de Aragón.

Las cartas portulanas

Los navegantes necesitaban conocer las rutas más rápidas y menos peligrosas, así como los lugares aptos para realizar la descarga y carga de las mercancías. Las cartas portulanas son mapas de las costas, dibujados a escala, donde se describen puertos y ciudades, accidentes costeros, cursos de ríos, islas y referentes visuales para orientar como montañas o promontorios. Para su interpretación se usaba la brújula o aguja de marear, un compás de dos puntas con el que medir las distancias a escala, el astrolabio o el sextante.

Aunque la mayor parte del transporte se realizaba con pequeñas embarcaciones de velas latinas para el cabotaje, el comercio con el Atlántico propició cambios en las naves más grandes, como el casco redondo para aumentar la capacidad de carga, el uso de velas cuadradas y un único timón axial. Esto facilitó el manejo del barco y permitió navegar con menor número de tripulantes, lo que repercutió en la reducción del coste del transporte.

Durante el siglo XV, el puerto de València se integró plenamente en los itinerarios de las grandes rutas internacionales. El espacio marítimo de la actividad mercantil se organizaba en torno a trayectos cortos de cabotaje y las grandes rutas que conectaban el Mediterráneo y la Europa atlántica. El cabotaje bordeaba el litoral de la Corona de Aragón, el sur de la Península y el norte de África, mientras que la ruta de la seda y de las especias, tras su escala en Alejandría, así como la que unía las islas de Cerdeña, Sicilia y Nápoles, recalaban en València con la posibilidad de continuar hasta el norte europeo.

Exposición "El puerto de València en el Siglo de Oro".

Exposición "El puerto de València en el Siglo de Oro". / M.A.Montesinos/Germán Caballero

Desde el Puerto de València se exportaban artesanías como manufacturas textiles y cerámica hispano-morisca de Manises y Paterna. Pero sobre todo había una gran demanda desde Italia y el norte de Europa de los excedentes agropecuarios de la zona de influencia comercial o hinterland de la capital que se extendía, a través de una red de caminos, hacia el interior de la Península. Desde València se exportaba la lana procedente de Cuenca, Moya, Teruel y el Maestrazgo, el azafrán de Sant Mateu, el arroz de l’Albufera o la almendra, el azúcar, la grana, las pasas y la fruta seca de la Safor, La Marina y, en general, de las comarcas centrales.

Ruta de la seda y especias

La ruta, consolidada en València por sus antiguas relaciones del pasado musulmán de la ciudad, unía los mercados de la Corona con los magrebíes y nazaríes. Esta se basaba en el cabotaje de pequeñas embarcaciones que desde València distribuían en trayectos cortos alimentos como arroz, vino, atún, mojama, higos, uvas pasas, miel, trigo, anís, clavo, azúcar y almendra. También se exportaban materias primas de la industria textil como lana, lino, esparto y gualda, rubia o pastel, para teñir las telas. Pero, en general, las mercancías que acabaron predominando en este tráfico, fueron la pañería textil de la lana, en el trayecto de ida, y la seda, en el tornaviaje.

Exposición "El puerto de València en el Siglo de Oro".

Exposición "El puerto de València en el Siglo de Oro". / Germán Caballero

Hasta Alejandría llegaban los preciados productos procedentes de Oriente, sedas y especias que se usarían como condimento, en la farmacología o como tintes en la industria textil. Las grandes embarcaciones partían de Alejandría con dirección a los puertos europeos.

Las sólidas relaciones de València con las ciudades comerciales italianas más importantes hicieron que la capital del Reino fuera escala ineludible en sus trayectos. A València llegaban estos productos y se recogían las lujosas cerámicas de Manises, las mejores telas valencianas y otros productos autóctonos, para seguir las rutas de distribución hasta Londres y Brujas, donde eran muy apreciados, integrándose así en las rutas comerciales de las dos Europas.

Ruta de las Islas

Al finalizar la conquista de los territorios de la Corona de Aragón en el Mediterráneo, València aprovechó el potencial de los puertos de escala de este espacio común. Los valencianos comerciaban con los excedentes agropecuarios, la pañería local, aparejos de embarcaciones y cerámica. Distribuían la sal de Ibiza, los quesos sardos, los vinos napolitanos y especialmente el grano siciliano. Sicilia fue el gran abastecedor de cereales de la populosa ciudad de València en el siglo XV, intercambiados por los paños de lana de calidades medias-bajas tejidos en la capital.

El Consulado del Mar

El comercio en el Mediterráneo se encontraba regulado por un conjunto de normas locales e internacionales. El Consulado del Mar fue una institución fundada en València en 1283 por los hombres de mar, gracias al Privilegium Magnum otorgado por el rey Pere el Gran. Esta institución evolucionó durante el siglo XV a un organismo jurídico, un tribunal para la defensa del comercio que asumió las competencias marítimas y mercantiles valencianas. Los cónsules eran elegidos por los propios hombres de mar y su sede corporativa se instaló en la Lonja.

Exposición "El puerto de València en el Siglo de Oro".

Exposición "El puerto de València en el Siglo de Oro". / Germán Caballero

Desde su fundación por Jaime I, en 1249, la razón de ser de la Vilanova del Grau de la Mar fue el aprovisionamiento de la capital del Reino y su defensa. València era una plaza clave en la expansión comercial y política de la Corona de Aragón en el Mediterráneo, que debía disponer de instalaciones portuarias adecuadas y una gran flota para el comercio y la guerra. Durante los siglos XIV y XV, las instituciones municipales, con el respaldo de la monarquía, se preocuparon por dotar al puerto de las infraestructuras necesarias como embarcadero y atarazanas, además de casas, almacenes, hostales y un sistema defensivo de murallas y torre de vigilancia.

El intenso y creciente trasiego de mercancías y personas en el puerto del Grau llevó a las instituciones reales y municipales a regular su administración. Se creó el cargo de Guarda del Grau de la Mar para supervisar las actividades marítimas. Un lugarteniente del mostassaf se ocupaba de vigilar el mercado del Grau. El control aduanero y portuario era ejercido por el alguatzil de les armades reals y el guarda de les coses vedades, es decir, el comercio prohibido con los países musulmanes y bajo control institucional.

La conexión con la ciudad

Las atarazanas formaban parte de un complejo protegido perimetralmente que incluía las instalaciones necesarias para la construcción naval como balsas de agua para trabajar la madera, espacios para guardar aparejos y utensilios de embarcaciones o para coser, secar y enderezar las velas, cuya vigilancia nocturna estaba a cargo de un guardián, el drassaner. Un importante edificio desaparecido fue la Casa de las Atarazanas, que combinaba el almacenaje con espacios palaciegos, sala de banquetes para recibir personajes ilustres, habitaciones y salas de reuniones para los representantes de la ciudad en el litoral.

El siglo que puso al Puerto en el mapa.

El siglo que puso al Puerto en el mapa. / ED

El puerto y la ciudad, situada a unos tres kilómetros, se conectaban por el camino del mar, que salía desde la Puerta de la Mar y salvaba el río por un puente cercano al actual Puente del Mar. El camino, por el que transitaban los carros con las mercancías, discurría paralelo a una acequia que conducía el agua hasta la fuente situada junto a la iglesia de Santa María del Mar, para abastecer a la población del Grau y las tripulaciones de las embarcaciones.

Piratas y corsarios llenaban el Mediterráneo y las costas valencianas de peligros de asalto y robo a las naves comerciales, incluso al propio Grau, que obligaba a la ciudad a proveerse de una policía naval y otros medios de protección de la costa. Una flota de navíos de guarda armados escoltaba los convoyes de mercantes y la costa se vigilaba desde una red de atalayas en el litoral que, hacia la mitad del siglo XV, se conectaría con el Micalet.