FIESTAS POPULARES
Los artistas falleros luchan por salvar su oficio de morir en la hoguera
La dificultad económica para mantener abiertos los talleres lastran el futuro de un oficio histórico que aporta en distintos sectores del territorio valenciano más de 732 millones de euros

Taller del artista fallero Vicente Herrando. / Daniel Tortajada
Juanma Vázquez
En menos de dos semanas, centenares y centenares de monumentos artísticos de todos los tamaños y estilos tomarán las calles de la ciudad de València -y también las de decenas de municipios más en la Comunidad Valenciana que plantan estas obras- para ilustrar las Fallas, una fiesta que desde 2016 es considerada por la Unesco como Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad. Un reconocimiento global, impulsado ineludiblemente por la vistosidad de sus ninots, cuya llama sin embargo hoy ya no brilla tanto en uno de sus pilares imprescindibles. Y es que el trabajo de dar vida a todas esas figuras, el del artista fallero, ve su presente -y, sobre todo, su futuro- inmerso en una crisis. Una complicada realidad explicada por una sucesión de factores, desde la dificultad económica para poder mantener los talleres abiertos a la falta de relevo generacional en un oficio histórico.
Un camino de dificultad que se aprecia desde que se mira el número de estos profesionales que actualmente resisten. Como explica Vicente Herrando, uno de esos maestros de este arte en el que comenzó cuando tenía 13 años junto a sus padres y en el que sigue 46 años después, en los últimos tiempos "se ha reducido bastante el mercado de artistas falleros, sobre todo los que hacen fallas grandes". "Hace unos años había muchos y no había bastantes talleres. Hoy es al contrario", señala desde su centro de trabajo, ubicado en el municipio de Quart de Poblet y que fue uno de los 21 talleres dedicados a este arte que se vieron golpeados por una dana en octubre que le causó decenas de miles de euros en pérdidas.
Local, máquinas y nóminas
Desde ese espacio de trabajo apunta a que una de las principales razones para la actual situación de su oficio es que "es muy difícil montar un taller, rentabilizarlo y llevarlo adelante". Y es que mientras una falla infantil "se puede hacer casi debajo de un cobertizo", en las grandes "necesitas un local en condiciones y tenerlo todo legal".
Comparte la misma visión José Ramón Devis, otro de esos artistas falleros con décadas de trayectoria que desde su taller localizado en la ciudad de Valencia resalta cómo esas cuentas para empezar o mantener un negocio a flote no suelen ser fáciles. "El alquiler mínimo de un tallercito normal está rondando los 1.000 euros, por menos en un polígono medianamente decente no vas a encontrar nada. Ahí ya tienes 12.000 euros al año más los impuestos", afirma. Junto a ello está también toda la maquinaria, que -dependiendo del tamaño del taller y la inversión que se puede realizar- puede ir desde cortadoras de hilo a fresadoras, pasando por sierras circulares, maquinaria de mano, aspiradoras o compresores. De estos últimos, "a finales del año pasado compré uno que me costó 2.200 euros, pero que me da aire para todo el taller".
A ello se suma el coste de cada trabajador, que ronda los 2.000 euros mínimo. No en vano, un empleado recién llegado al oficio -señala Devis- puede cobrar el salario mínimo, mientras que sí se opta ya por un especialista en ámbitos como el modelado o la pintura, ese sueldo puede elevarse a entre los 1.500 y los 1.800. Un impacto del personal en los gastos que no ha sido, sin embargo, el único que se ha incrementado con el paso del tiempo.
Materiales al alza
Sin ir más lejos, los materiales utilizados en cada una de las piezas que forman los monumentos, desde la pandemia, "han duplicado su precio, porque antes con 3.000 euros hacías una fallita pequeñita, una infantil, y ahora necesitas tres veces más de presupuesto". Un camino al alza que deberá seguir a futuro. Porque como explica el maestro mayor del Gremio de Artistas Falleros [máximo representante de este colectivo], Vicente Julián García Pastor, "hay que pensar ya en la utilización de otros materiales más sostenibles". Entre ellos, un corcho de origen vegetal, el Neops, que -a diferencia del actual derivado del petróleo- es más ecológico, pero también más caro.

El taller del artista fallero José Ramón Devis a tres semanas de la "plantà" de las Fallas. / Germán Caballero
En el otro extremo, el de la demanda, los artistas falleros se encuentran también otro problema plasmado en el desembolso económico que las comisiones falleras [las agrupaciones bajo las que se inscriben los falleros] quieren hacer en sus monumentos. "Menos las que están arriba, cada día la gente quiere gastarse menos dinero. Ya no buscan una falla de calidad sino algo para quemar y ya está", enfatiza Devis. Un hecho que impacta directamente en su trabajo.
No en vano, como reconoce García Pastor, sumando alquiler, personal, materiales o tasas como la de la basura, "un taller pequeño necesita 130.000 euros al año para sobrevivir". De ahí que, añade Devis, si "las fallas son más económicas necesitas coger muchas". Una apuesta a veces obligada que puede generar otro problema, el del espacio. "Si tienes un taller mediano y necesitas almacenar porque haces muchas fallas, ya precisas alquilar otra nave y es el doble de gasto", remarca este último.
Contra el intrusismo
Sin embargo, García Pastor también pone en el foco otro punto cuyas consecuencias golpean directamente a la viabilidad de estos artistas, el del intrusismo. "Hay diseñadores gráficos, fotógrafos, miembros de comisiones... que hacen fallas y nadie de la Administración hace nada", critica. "La gente monta talleres en bajos sin pagar licencias y nosotros, teniéndolo todo en regla, no podemos competir", enfatiza antes de demandar a los distintos Gobiernos un mayor control para evitar estas prácticas "desleales".
Es un factor más de peligro en una profesión tradicional que, poco a poco, se desangra. Porque aunque el maestro mayor del Gremio desconoce a día de hoy cuántas personas en concreto pueden estar dentro del sector, sí sabe que "agremiados somos casi 200 talleres". "Es un oficio en el que poca gente ha ganado dinero, pero mucha se ha arruinado. Nosotros con mantenernos nos damos con un canto en los dientes", reconoce en esta línea Herrando. En su caso, por ejemplo, después de que se jubilara hace meses un trabajador, el personal de su taller es su familia. "Está mi mujer y está mi hijo. Somos los tres todo el año para hacer cuatro fallas", destaca. Una realidad ante la que tiene claro su objetivo. Tener entre todos sus encargos "un presupuesto anual con el que pueda sobrevivir".
Y es que esa supervivencia no ha podido ser lograda por todos. Lo refleja un espacio histórico de este arte como la Ciutat Fallera, un barrio ubicado en la ciudad de València que, como recuerda Devis, ha pasado de ser el corazón de este oficio con su creación en 1962 "a ser solo una arteria". No en vano, de las 60 naves que hay en la zona, el artista explica que el año pasado "éramos 15 talleres en activo. Pero de esos no todos hacemos fallas, porque uno hace carrozas, otro se dedica a decorados, etcétera". "Deben de quedar diez o doce talleres, porque en poco tiempo han cerrado cuatro o cinco", corrobora García Pastor. El futuro no parece ser más esperanzador. Devis, sin ir más lejos, teme que en unos años "muchos artistas no van a querer venir a Valencia capital, porque en los pueblos siempre tienen sitio para guardar las fallas y aquí no".
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