Reportaje

Aldaia: El último reducto europeo del abanico sobrevive a la dana

Empresas centenarias de este sector resisten la competencia industrial de China y los desastres de la riada en la localidad valenciana

Los hermanos Ángel, Francisco y Javier Blay Villa en su taller de Aldaia

Los hermanos Ángel, Francisco y Javier Blay Villa en su taller de Aldaia / JM Lopez

Jordi Cuenca

Jordi Cuenca

València

Alguien del Museo del Louvre contactó un día con Ángel Blay. Quería conocer qúe medidas de seguridad tenía su taller de Aldaia porque la institución parisina necesitaba que su centenaria empresa restaurara tres abanicos que pertenecieron a Napoleón Bonaparte. “Echamos la llave cuando nos acordamos”, le respondió. Al francés no le debió parecer suficiente, claro, pero, dada la reputación de Abanicos y restauración Blay Villa, no se arredró. Poco después, el Louvre envió a la localidad de l’Horta Sud valenciana a un técnico con los tres lujosos 'palmitos' del emperador. Llegaba por la mañana al taller con su maletín y a la hora del cierre volvía a recogerlos y se los llevaba a su hotel. Así durante los días que fueron necesarios. La anécdota contada por Ángel Blay ilustra el prestigio de esta firma y también el peso en este sector a nivel internacional que tiene esta población valenciana.

Y es que Aldaia ha devenido el último reducto europeo de un producto ya casi universal pero capitalizado por China en términos industriales. Queda poco y lo poco que queda es artesanal, con cierto sello de lujo. ¿Por qué? El empresario es prolijo en la explicación y se remonta al siglo XV: Fue entonces cuando el abanico llegó desde Asia a Italia y, a través de Catalina de Médicis, se puso de modo en toda Europa, sobre todo en Francia. España fue un gran cliente de los galos, hasta que llegó Fernando VII y, tras la guerra de Independencia, impuso unos elevados aranceles a este producto. Esta medida comercial obligó a los fabricantes franceses a trasladarse a España para producir aquí mismo. Vamos, un anticipo de lo que pretende ahora Donald Trump en Estados Unidos con su política proteccionista.  

María Luisa Andrés, en su taller de Aldaia, la semana pasada

María Luisa Andrés, en su taller de Aldaia, la semana pasada / JM Lopez

Cuenta Blay que, además de su ubicación geográfica en el centro del Mediterráneo español, lo que atrajo hacia Valencia a aquellos productores galos fue la abundancia de artesanos de diferentes disciplinas que había en aquella tierra. Empezaron por instalarse en la ahora capital autonómica y "el éxito fue tal" que se fueron expandiendo por todo l'Horta Sud y, especialmente, Aldaia. Ya se sabe que el triunfo ajeno despierta ambiciones y en la citada localidad "hubo un grupo de jóvenes que no querían dedicarse al campo y se fueron a València a aprender el oficio. Se les conoció como 'los doce', porque eran doce, y luego, ya enseñados, montaron sus propios talleres".

La saga Blay

A principios del siglo XX el que se desplazó al municipio valenciano fue Isidoro Blay, abuelo de Ángel. Vio que había en Aldaia una industria del abanico floreciente y se sumó a los tantos que fabricaban y vendían ese producto. Bastante antes de todo esto, en 1880, había nacido otra firma doblemente superviviente: al paso del tiempo y a la destrucción provocada por la dana. El matrimonio conformado por la teladora Carmen y el varijallero Salvador se trasladaron a Aldaia y, con experiencia previa en el sector, montaron su propia firma, el germen de lo que todavía es Abanicos Andrés Pascual, que regentan las hermanas Andrés.

La gerente, María Luisa, abunda en que, en aquel entonces, la citada localidad "era la China de València en abanicos, porque producir aquí era más barato". Ángel Blay traza una descripción complementaria, si se quiere: "Hacia 1920, Valencia era el mayor productor mundial de abanicos comerciales por su gran calidad y su gran precio, mientras que París se había quedado con los de lujo".

Restauración

De alguna forma, se podría concluir que las tornas han cambiado un siglo más tarde, porque ahora es China la gran productora mundial de abanicos y Valencia, Aldaia, se han quedado como un reducto de cierta excelencia, en la restauración, como pone de relieve la inicial anécdota sobre Napoleón, y en la producción, como prueba que la firma de los hermanos Blay se haya convertido en la última de Europa que hace abanicos con varillas de nácar.

Trabajo de remate en un abanico

Trabajo de remate en un abanico / JM Lopez

Pero la localidad ya no nada en la abundancia de antaño. Dice Blay que apenas quedan poco más de cinco artesanos y algunos montadores, aquellos establecimientos que venden abanicos montados por ellos con piezas compradas a varios artesanos. Y aún podría ser mucho peor porque la dana que destrozó la localidad el 29 de octubre de 2024 estuvo a un tris de acabar con todo el sector.

Museo

Uno de sus emblemas, el 'Museu del Palmito', fue también de los más damnificados por la riada. Este centro etnológico mostraba una amplia representación de abanicos antiguos y actuales. Una colección de 800 piezas desde el siglo XVIII hasta la actualidad. Sus fondos, nutridos a menudo por donaciones y cesiones de los propios talleres de la localidad, se vieron seriamente afectados por las inundaciones. Ubicado en el centro de la localidad desde 2015, en la denominada Casa de la Llotgeta, el agua entró por la parte trasera, alcanzó el 1,20 m de altura y arrasó la planta baja.

Las pérdidas fueron enormes, como cuenta Ángel Blay, cuyo taller también "quedó muy afectado". Treinta centímetros de lodo tuvieron la culpa. La firma, según su copropietario, ya se ha recuperado, aunque "lo peor ha sido la pérdida de los muestrarios", es decir las grandes maletas que contienen los modelos de abanico. Son los que se muestran a los comerciantes para que hagan sus pedidos. Es más que un catálogo comercial al uso. "Salimos a vender en octubre, se fabrica sobre pedido durante el invierno y se vende en mayo", cuando se avecina el calor y cualquier alivio es poco para combatir las altas temperaturas. Ese es el transcurrir que rige la vida cotidiana de estos artesanos.

Los efectos

La riada fue mucho más dañina en el taller de Abanicos Andrés Pascual, que, como la firma de los Blay Villa, recibió el pasado mayo la distinción como empresa centenaria por parte de la Cámara de Comercio de Valencia. Su gerente, María Luisa Andrés, recuerda que el agua entró a borbotones en su taller y dejó un legado de 1,40 metros de barro. "Como tenemos poca maquinaria porque somos muy artesanos, el daño se produjo sobre todo en el local y los materiales. También hemos perdido toda la colección de abanicos históricos. La tienda que teníamos a la entrada del taller quedó totalmente arrasada. Estamos viendo si para el año que viene la reabrimos. Si el 29 de octubre estábamos al 100 % de actividad ahora nos hemos quedado en el 65 %".

Otras firmas están mucho peor, porque no han podido reabrir y parece difícil que lo consigan, entre otros motivos porque los propietarios de todas estas empresas ya tienen una edad y no cuentan con relevo. María Luisa Andrés es concluyente: no habrá quinta generación. Su hermana tiene 63 y ella, 59. Confiesa que "aguantamos por vocación". Sus competidores no están mejor. Ángel Blay va a cumplir los 68, su hermano Paco ya está en los 69 y el pequeño, Javier, en los 57. "Seguiré mientras las fuerzas aguanten", afirma, antes de confesar que este negocio centenario morirá cuando se extinga esta generación.

12.000

Abanicos Andrés Pascual se dedica sobre todo a producir este artículo para falleras, novias, de seda... Pero también hace marca blanca, "cuando trabajas para una empresa que hace un congreso o para diseñadores. Hemos trabajado para Francis Montesinos, John Galliano y Emilio Pucci". La firma vende en toda España, en Italia y en Francia de manera preferente, pero también en Suiza, Austria y Alemania. Produce cerca de 12.000 abanicos al año.

Ángel Blay, quien insiste en que a estas alturas de su vida ya debería estar jubilado, confiesa que su empresa está "reduciendo su actividad", de tal manera que ha rebajado su número de clientes a cuatro: tres de Sevilla y uno en Madrid, la histórica tienda Casa de Diego de la Puerta del Sol, que está considerada "la número uno del mundo". Al año esta empresa centenaria fabrica entre cinco y seis abanicos de nácar, que salen al mercado por entre 2.000 y 3.000 euros la pieza. También los hace de madera, unas 150 unidades a un precio por encima de los cien euros. Tampoco tiene empleados, así que todo el trabajo corresponde a los hermanos Blay, que, como se dijo al principio, asimismo hacen restauraciones, abanicos de colección y colaboran con diseñadores. "No doy abasto", dice este artesano. Otro resiliente en una población que sigue braceando ocho meses después de quedar anegada.

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