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Mauro Lorenzo

"Me metí bajo el agua, cogí el extintor y rompí el escaparate para poder salir"

El líder de Unió Gremial, Mauro Lorenzo, se quedó junto a su mujer y unos amigos encerrado en su comercio inundado, Plumier Informática en Alfafar, durante cinco horas el 29 de octubre

Un año después, este autónomo ha completado la reconstrucción de su negocio gracias a las indemnizaciones del Consorcio, los fondos propios y las ayudas de la Administación

Mauro Lorenzo, comerciante y presidente de Unió Gremial

José Manuel López

Juanma Vázquez

Juanma Vázquez

València

Hace ya tiempo que ha caído la noche de un 29 de octubre de 2024 trágico. Más de dos metros de agua inundan, como en el resto de negocios próximos, un pequeño local ubicado no muy lejos de las vías del tren que cruzan uno de esos municipios que se acabarán conociendo como la 'zona cero' de la dana, Alfafar. Dentro del comercio, una papelería que también ofrece servicios de informática, dos parejas se refugian como pueden de una catástrofe aún difícil de imaginar. La estampa resulta imposible de vislumbrar sin una electricidad que, como cualquier tipo de comunicación con el exterior, se ha ido por completo hace horas. Sin embargo, en la mente de esos ciudadanos atrapados, preocupados como nunca, se mantiene solo una idea: aguantar, con la máxima calma que permite una situación límite, hasta que el nivel hídrico al fin descienda. Una espera agónica, que se alargará hasta la una de la madrugada de la jornada siguiente, que recuerda como si fuera ayer uno de esos desafortunados 'protagonistas'. El líder de Unió Gremial, Mauro Lorenzo.

En su tienda, que al menos desde la puerta parece estar recuperada ya de la tragedia, este curtido autónomo de 62 años relata los acontecimientos de una jornada que se ha quedado grabada en la memoria colectiva valenciana. "Era un día raro, muy desapacible, de los de quedarte en casa. Pero tú al final tienes un negocio que tienes que abrir", evoca sobre las horas previas de una riada que ya mostraba algunas señales, escondidas a simple vista. "Nosotros vivimos al lado de Catarroja. Vimos que el barranco estaba muy lleno, que el agua bajaba con mucha fuerza y el comentario de mi mujer, Floren, fue que nos quedáramos. Pero al final teníamos faena y vinimos a trabajar aquí".

Mediada la tarde, la normalidad seguía siendo la tónica reinante e, incluso, el plan era "cenar con una pareja de amigos" -los mismos que se acabaron refugiando con ellos- esa noche. Sin embargo, a las 19 horas, Lorenzo y su esposa recibieron una llamada. "Unos primos nuestros que estaban en Catarroja nos preguntaron cómo estábamos en Alfafar, pero aquí no había nada. Había hecho aire, pero ni llovía ni nada", relata sobre un telefonazo en el que supo, por primera vez, que el barranco catarrogí ya se había desbordado. "Llamé a nuestros vecinos y nos dijeron que no nos preocupáramos, que el agua no les había llegado. Pero diez minutos después nos volvieron a llamar porque el agua ya la tenían dentro del garaje", añade. Fue el inicio de una tragedia en cadena. "A las siete y media ya había gente diciendo que tenía agua en Massanassa, también en el Parque Alcosa, pero aquí te asomabas y nada". Menos de una hora después, a las 20.15, "ya había aproximadamente un metro de agua".

La papelería de Plumier Informática, el pasado septiembre antes de la dana.

La papelería de Plumier Informática, el pasado septiembre antes de la dana. / Miguel Ángel Montesinos

Los acontecimientos se sucedían a un ritmo veloz. "Intentamos proteger el negocio, tapar lo máximo que podíamos". Sin embargo, en un lapso de 15 minutos, "ya vimos que era imposible intentar salir de aquí porque la corriente venía arrastrando coches y todo lo que cogía a su paso". Dentro del negocio, mientras, el nivel hídrico ya hundía todo lo que estaba a menos de dos metros de altura, desde mochilas a libros, pasando por los equipos informáticos. "Los mostradores, que pesaban una barbaridad, empezaron a flotar. Las chicas se subieron a las estanterías y se cogieron a ellas para aguantar hasta que, calculábamos, bajaría el agua", rememora Lorenzo sobre una espera que se alargaría durante cinco horas. "Al final me metí bajo el agua, cogí el extintor y rompí esa madrugada el escaparate para poder salir". Habían sobrevivido. Ahora tocaba empezar a plantear la recuperación.

"Era una desolación total"

"Yo esa noche no dormí. Aquí tenía muchos equipos informáticos y tenía que pensar de qué manera iba a recuperar los datos no solo para mí, sino para todos mis clientes". Una batalla por salvar parte de lo dañado. El resto de lo que había sabía que "estaba totalmente perdido". El golpe de realidad, sin embargo, vino a las ocho de la mañana de ese día 30, cuando tras pasar la noche en casa de unos amigos de su hijo, "ya estábamos todos en movimiento". "Bajamos a la calle y vimos el desastre. Era una desolación total. Estábamos como aturdidos. Yo siempre digo que ese fue el día del trauma", recuerda. Unos sentimientos tras la catástrofe que no disuadieron a la pareja de que su pequeño comercio "teníamos que arreglarlo". "Somos autónomos desde hace 37 años. Hemos pasado crisis de todos los colores y eso nos ha dado una experiencia. Intentamos dar solución a los problemas que íbamos teniendo día a día".

Productos y armarios llenos de barro en el comercio de Lorenzo, tras el paso de la dana.

Productos y armarios llenos de barro en el comercio de Lorenzo, tras el paso de la dana. / Levante-EMV

Primero, tocó la limpieza y, con ella, llegó esa marea de solidaridad en la figura de bomberos y voluntarios con "gente de todas partes" que vinieron a ayudar frente a un enemigo, el barro, que no era normal. "Era ácido, venía mezclado con aceites, con gasolina. Cuando tú andabas con las botas de montaña se te deshacía el pegamento de la suela. Imagínate lo que podía hacer con las personas. Tenías que ir con mucho cuidado".

Pese a ese riesgo, en esos primeros días tras la riada y mientras el dirigente de Unió Gremial esperaba a que el Consorcio de Compensación de Seguros enviara al perito que tenía que calcular la magnitud del desastre, de la tienda alfafarense salieron -poco a poco- muebles, fotocopiadoras, mochilas, libros y un largo etcétera de productos y utensilios que el fango se había tragado. Dentro del local, las paredes, el techo o la instalación eléctrica habían quedado "destruidos". En total, entre continente y contenido, Mauro y Floren sufrieron un golpe económico de alrededor de 70.000 euros solo con lo perdido en su negocio. Fuera de él, por fortuna, la dana no se llevó por delante su vivienda en Catarroja, pero sí "los dos coches que teníamos" y que ya ha logrado sustituir.

El inicio de la recuperación

Pero no fue hasta finales de noviembre cuando ese esperado perito -sin el que, por "precaución, no podías hacer nada, ningún arreglo"- llegó a un local ya limpio y "totalmente diáfano" para hacer un informe de daños que dejó una sentencia clara. Su comercio había sufrido un "siniestro total". Lorenzo reconoce que la consecuente indemnización que recibieron del organismo público -primero en forma de un anticipo que les llegó en enero y luego con la liquidación completa en marzo- estuvo "bien". Tanto fue así que, gracias a ella, a los fondos que el matrimonio tenía ahorrados y, también, a las ayudas que solicitó al Gobierno central y a la Generalitat, Plumier Informática pudo renacer. "Han cubierto bien el tema de la recuperación", enfatiza.

No obstante, la imagen de este comercio -como la de muchos otros de la zona cero- es hoy muy diferente a la que tenía hace un año. Además de -entre otros desembolsos- haber tenido que adquirir una puerta nueva, cambiar toda la instalación eléctrica o poner en el espacio de venta "un suelo vinílico", en la actualidad "no tenemos unos muebles con las mismas calidades que las que teníamos inicialmente. Lo que hemos hecho ha sido economizar bastante para rentabilizar ese dinero que habíamos recibido, porque si hubiéramos vuelto a poner lo mismo que teníamos, no nos hubiera llegado", destaca el dirigente. Tampoco se ve la misma cantidad de bolígrafos, cuadernos o mochilas que descansaban sobre las antiguas estanterías del negocio listas para la venta.

Mientras, en la trastienda, la situación no resulta muy diferente. "Unos buenos amigos me donaron la mesa del despacho, que son cosas que también te vas ahorrando gracias a las donaciones", explica Lorenzo. Las estanterías también son diferentes a aquellas a las que él y sus allegados se agarraron durante ese 29-O cuyas cicatrices siguen visibles. No solo en los recuerdos de aquellos que vivieron la tragedia en primera persona, sino en las manchas "de humedad que van saliendo y que hay que dejarlas que rezumen" que se pueden ver en una de las paredes del interior del negocio.

Lorenzo y Floren, este mes de octubre, tras completar la reconstrucción de su tienda.

Lorenzo y Floren, este mes de octubre, tras completar la reconstrucción de su tienda. / JM López

Una normalidad sin completar

Es una muestra de cómo la normalidad completa todavía no se ha alcanzado en los municipios damnificados. Ni en sus gentes. Tampoco lo ha hecho en la cuenta de resultados de pequeñas empresas como la del dirigente de Unió Gremial, que vio cómo el área de papelería y librería "estuvo paralizada prácticamente desde el 29 de octubre hasta el 31 de marzo" mientras la de informática "sí estuvimos trabajando prácticamente desde el minuto cero", ya que "había mucha necesidad de reparación, nos lo solicitaban". Gracias a esa labor, reconoce que ha logrado recuperar "el 95 %" de los datos que el agua dañó en los equipos informáticos de sus clientes. No obstante, sus finanzas -tras una gran inversión y una reconstrucción tan rápida- siguen estando "muy desequilibradas" y la 'vuelta al cole' no ha acabado de ser el impulso deseado.

"No se ha venido a comprar aquí como quisiéramos", analiza Lorenzo, que destaca cómo las donaciones de material escolar que se hicieron tras la riada han hecho que las ventas de este tipo de productos se hayan reducido, mientras que las adquisiciones de libros han aumentado. La riada, por tanto, ha sido y será "una montaña rusa" de la que este veterano autónomo ve algo positivo en el horizonte. "Los negocios que están quedando realmente se han actualizado, se han modernizado. Da una sensación de querer tirar para delante", concluye.

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