En frente

Los nuevos terratenientes que dominan el campo español

Fondos patrimonialistas, de capital riesgo y de pensiones ponen su atención en grandes extensiones de suelos cultivables por su rentabilidad

Vista aérea de una finca de cítricos en La Safor.

Vista aérea de una finca de cítricos en La Safor. / Activos

José Luis Zaragozá

José Luis Zaragozá

Son los nuevos terratenientes del campo en España. El número de fondos que invierten en el sector agroalimentario se ha multiplicado por quince durante las últimas dos décadas, hasta alcanzar una cifra superior a 700 al concluir 2020. Aunque hace diez años la mayoría de los inversores consideraban que inyectar dinero en la actividad denominada agrobusiness (sobre todo en Europa) era una actividad volátil y de alto riesgo, actualmente se ha producido un cambio de mentalidad.

El director de Agrobusiness del Sur de Europa de CBRE, Thomas Teixeira da Mota, sostiene que la agricultura «deja de verse como algo tradicional y comienza a relacionarse con el inmobiliario. El capital institucional -destaca- entra en España bajo circunstancias como la demanda creciente en la producción de comida, los retornos por encima del 10% en este tipo de inversiones, así como la resiliencia de un sector agrícola que aporta alto valor». «El clima, la calidad del suelo y la seguridad del agua hace de nuestro país un espacio único para el cultivo de productos, que nos sitúa en el punto de mira», argumenta el citado directivo de CBRE.

Existen otras razones de peso que explican también el auge de las inversiones en la actividad agraria. Más allá de los problemas de abastecer a una población en situación de pandemia -tal como ha demostrado el covid- se calcula que la producción de alimentos tendrá que crecer entre un 60% y un 70% para poder alimentar a la población mundial de aquí a 2050 (9.000 millones de personas). Por tanto, habrá que producir más en los próximos años.

Las propiedades de nueva explotación con infraestructuras de regadío pueden alcanzar entre 30.000-40.000 €/ha (para cultivos permanentes). Y una explotación de aguacate (en plena producción) puede llegar a superar los 120.000 €/ha.

Por eso los fondos de inversión están haciendo operaciones en la península ibérica, principalmente en Portugal, Extremadura, Comunitat Valenciana, Cataluña y Andalucía. Buscan propiedades grandes (de más de 200 hectáreas) en regadío aptas para cultivos leñosos de alto valor, como frutos secos, olivar o frutas tropicales.

Los reyes del mercado

Miura Capital debutó en esta plaza de negocio comprando a uno de los líderes del sector: Grupo Martinavarro (con cuartel general en Almassora, Castelló). Con posterioridad, Martinavarro se fusionó con Rio Tinto Fruit y creó la corporación Citro&Co que arrebató el liderazgo del negocio citrícola en España al grupo murciano AMC (Antonio Muñoz) alcanzando los 1.200 millones de euros de cifra de negocio. Citri&Co y la firma internacional PSP Investments formaron recientemente una alianza estratégica para adquirir y gestionar tierras por cerca de 150 millones de euros. Mientras, otra rama de los Martinavarro, con Joaquín Ballester Martinavarro al frente, expande el negocio agroalimentario a través de la corporación Foodiverse (antes Grupo Alimentario Citrus) con negocios en varios países de Europa.

Atitlan Capital es un fondo de inversion muy activo y ha desarrollado grandes inversiones adquiriendo comercios agrícolas y poniendo en marcha grandes fincas de cultivos de todo tipo. Este brazo inversor de Roberto Centeno (yerno de Juan Roig, presidente de Mercadona) y Aritza Rodero, se ha estrenado también en el segmento citrícola con la compra de Frutas Romu. Además, Atitlan y Grupo De Prado cerraron la venta de casi 9.000 hectáreas de olivar y almendro en la península a principios de 2022. El pasado septiembre, Atitlan creó la sociedad Atitlan Crops para la producción de 2.000 hectáreas de pistacho y almendros en la Península Ibérica.

Magnum Capital, pilotado por Ángel Corcóstegui, el exbanquero del BCH y Santander, ha comprado un gran productor de hortalizas: Agrupapulpi. Además, Cinven Capital ha hecho varias inversiones en agricultura, como la compra de Planasa.

Uno de los fondos líderes en España es el barcelonés Panda Agriculture & Water FI, de la compañía Gesirus. También se sitúa como el mayor inversor en el ámbito agrícola en el continente europeo y centra sus propiedades en suelo agrario y del sector del agua. El fondo de renta variable cuenta en el país con propiedades como las compañías Barón de Ley o Bodegas Riojanas e inversiones en campos de cultivo de California. 

Mientras, Abac Capital, que dirige el financiero Borja Martínez de la Rosa, consiguió la firma líder del sector del comercio de la agricultura almeriense: Grupo Agroponiente. Esta firma gestiona un volumen de negocio cercano a los 400 millones. Por su parte, GPF Capital ha adquirido recientemente FruitXeresa y Sunridge, que compró a la empresa citrícola valenciana Albenfruit.

Proa Capital, gobernado por Fernando Ortiz, compró la empresa líder en producción de uva de mesa sin pepitas Moyca. Fremman Capital, cuyo CEO es Ricardo de Serdio, adquirió otro magnate de los cítricos y melones: Frutas Bollo. Pagó 300 millones de euros. Fremman también ha engordado The Natural Fruit con la compra de Naturgreen.

A principios de 2022 la gestora SLM Partners compró 300 hectáreas para la producción de almendras, pistachos y olivas en Murcia. La operación se realizó a través del fondo Silva Europe Fund, que cuenta con un capital inversor de 250 millones de euros.

Interés justificado

Entre los que invierten en agricultura y alimentación en España y Portugal también figuran Parvest World Agriculture, Julius Baer, Allianz, Amundi o Pictet, entre otros. Según el informe Por qué invertir en agricultura ahora, elaborado por la consultora CBRE, los fondos seguirán desembarcando en España. Este estudio sostiene que no es habitual encontrar una actividad que combine sólidas rentabilidades históricas (de hasta un 15%), buena visibilidad y recurrencia de los flujos de efectivo a largo plazo, escasa correlación con la mayoría de los demás activos, con una fuerte resistencia a los ciclos económicos y cobertura respecto a la inflación. «Existen fundamentos sólidos que justifican el interés de los inversores en este negocio agrario», concluye.

«Regresa lo que se fue. El dinero vuelve a la tierra»

Joan Aragonés Signes, empresario y consultor de empresas familiares, expresidente de Consum, conoce bien el campo. «Regresa lo que se fue porque hasta hace algo más de medio siglo el dinero estaba en el campo y no en la industria. Los grandes agricultores de España financiaron fábricas en Andalucía, Murcia, Cataluña o la Comunitat Valenciana. Y es que, en los años sesenta, el mundo financiero estaba íntimamente relacionado con el sector primario porque era la fuente de sus ingresos», destaca este consultor empresarial y autor del libro La agricultura en un click (JB Melek Editores, Valencia, 2022).

Cuenta que las grandes fortunas «tenían mucha relación con el campo. Lo hicieron porque la agricultura era rentable, se ganaba mucho dinero y a los financieros les salía a cuenta invertir en el negocio de cultivar frutas y verduras», apunta Aragonés. El problema es que este grupo de inversores agrícolas «no miraron la rentabilidad del cultivo, sino la de su espíritu, la del impacto social o tan solo tener un lugar de veraneo y de descanso. Los arboles pasaron a ser el complemento de la inversión. La finca tenía casas, instalaciones deportivas, piscina, jardín...», explica Aragonés.

El sector financiero migró

Pero los tiempos cambiaron. «El mundo financiero abandonó el campo cuando este dejó de ser rentable y comenzó el declive de la agricultura. El sector bancario no crea tendencias y tampoco es capaz de provocar pérdidas ni de generar resultados en el campo. Tan solo se aprovecha de las coyunturas. En los sesenta el mundo financiero migró a la industria porque constató que era más rentable invertir en ladrillos, azulejos, juguetes, plásticos, muebles o mármol. Y dejó de invertir en el campo porque tenía a la industria», destaca el consultor empresarial. En esas, «los agricultores invirtieron en sus campos pero no tuvieron la visión empresarial necesaria para que la agricultura acompañara a los mercados, a la evolución del mundo. Y en lugar de hacerlo, se anclaron en la magnificencia de sus productos y en culpabilizar a terceros -como la Unión Europea o la competencia de otros países con menores costes- de todos sus males», agrega.

En su opinión, la agricultura familiar no se percató de que en una economía de mercado «solo subsiste el fuerte, el que es capaz de competir, el que se adecua a las diversas circunstancias del mundo en el que vive y a los designios del mercado. La agricultura sirve a un consumidor egoísta, real y humano que persigue como norma las ‘3B’: productos buenos, bonitos y baratos’», agrega Joan Aragonés.

Otros modelos de producción

La estructura de la producción agraria en España ha cambiado. Incluso la de los grades propietarios de explotaciones. «Antes, los grandes tenedores contaban con menos de 100 hectáreas, ahora tienen 2.000 o 3.000 y quieren tener una cartera de negocio de 10.000 o 20.000. Sin embargo, este negocio requiere de paciencia. Conseguir sacar rendimiento de unas tierras abandonadas o comprar las parcelas necesarias para construir una gran explotación no suele ser tarea fácil, y puede demorarse hasta cuatro años», explica el informe de CBRE. 

Desde otro punto de vista, se asegura que se está viendo «un tránsito de lo que se llama agricultura familiar a la agricultura empresarial», explica Daniel López, del Instituto de Economía, Geografía y Demografía. Lamenta que, debido a este fenómeno, «han desaparecido un 7% de las explotaciones, que suponen una pérdida muy fuerte de empleo rural».

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