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Entrevista

Carlos Pascual de Miguel: "El Banco de Valencia fue sacrificado y la adjudicación a Caixabank estuvo dirigida"

Carlos Pascual ha decidido conservar el despacho en el edificio de su notaría abel catalá

Asegura haberse «reseteado» con éxito tras su jubilación y tiene en mente varios proyectos, entre ellos la puesta en marcha de una suerte de «think tank» valenciano para analizar y ofrecer propuestas de mejora para la sociedad y la economía valenciana. Quiere seguir en activo en el mundo del derecho participando en procesos de arbitraje y colaborando con su hijo Carlos Pascual Vicens, que estrena despacho jurídico propio tras varios años de servicio en PwC.

¿Para ser notario de éxito hay que ser un poco dandi?

¡No! Qué va. Todo lo contrario. Quizás sea un inconveniente. Hay que ser riguroso y tener una visión práctica del mundo del derecho. El cliente lo que quiere es que le resuelvas su problema y el notariado español ha actuado siempre con imparcialidad y con conocimientos jurídicos altos.

¿Que haría si un hijo suyo le dijera que piensa votar a Podemos?

El tema de Podemos es importante. Responde a una situación social incontestable. Lo que pasa es que hoy por hoy es un movimiento «anti». Pero aún no sé qué es Podemos. Están casi protegiendo su programa porque no quieren que se filtre. Sabemos dos ideas: que no quieren pagar la deuda y que hay una casta a la que hay que enfrentarse. Y punto. Que esta sociedad, con su desestructuración, ha propiciado estos movimientos era algo que tenía que ocurrir antes o después.

¿Que es mejor para el PP valenciano, seguir en la Generalitat en 2015 o cruzar el desierto como Moisés?

A veces se confunden demasiado los intereses personales con los institucionales. Es posible que al PP le viniera muy bien un desierto no muy largo, un París-Dakar en coche que acabara relativamente pronto con las etapas establecidas. A nivel institucional sí, pero si les preguntas a los políticos del PP seguro que no piensan lo mismo. Podría salir un partido renovado, con caras nuevas y, sobre todo, un derecha más implicada en las demandas de los ciudadanos. Hay algunas personas del PP que siguen siendo rémoras para que mucha gente crea en la derecha exigible y casi hasta homologable. Pero también es verdad que el futuro político de la Comunitat Valenciana es cuanto menos inquietante. Para algunos esa inquietud puede ser ilusionante y para otros preocupante.

¿Usted también es de los que piensan que el tripartito tiene rabo, cuernos y escupe fuego por la boca?

No. Lo del tripartito que se veía muy claro, hoy ya no se ve tan claro. Pero pienso que esas coaliciones son excesivamente forzadas y esos gobiernos no están realmente coordinados con una estrategia conjunta. Un Gobierno es un órgano de administración de un gran colectivo y necesita de una organización piramidal y que todos remen en el mismo sentido. Esas coaliciones tan forzadas son muy débiles y predominan otros intereses. Habría que darles un margen de confianza, pero la mayorías de los políticos que podrían integrar un tripartito no han tenido hasta hoy misiones de gestión. No temo su ideología, pero la gestión es más que eso. Quizás falta esa experiencia. A mí hay gente que me ha considerado una persona de derechas. Pero siempre he sido una persona independiente y además contestatario con casi todo y conmigo mismo el primero. Estudié en el Pilar y en aquella época salíamos más bien todos izquierdosos y no de la derecha rancia. Tengo magníficos amigos en la derecha y en la izquierda. No tengo ninguna prevención con las ideologías. Pero la política hoy es gestión por encima de todo.

Empresarios, partidos políticos, agentes sociales, todos reclaman al Estado más financiación e inversiones. ¿Allí están sordos o es que los valencianos somos invisibles?

Nadie discute hoy que el argumento es cierto y riguroso. Que no nos hagan caso se puede entender por razones como la situación económica, las tensiones entre las comunidades o las tensiones preelectorales. Pero que no te reciban ya clama al cielo porque entramos en el terreno de la descortesía, de la mínima deferencia hacia el sector empresarial valenciano. El propio Gobierno valenciano es prudente, pero ya no sabe qué decir. Llevamos más de tres meses y Cristóbal Montoro dice que no tiene un hueco en la agenda. Oiga, ¡pues el domingo por la mañana! A veces me da la impresión de que el PP madrileño ha dejado de lado al PP valenciano, de que Génova ha tirado un poco la toalla con Valencia. Puede ser también que quiera un recambio de liderazgo y lo esté, de alguna manera, provocando. Y puede ser también que como en Valencia, injusta e indignamente, nos hemos convertido en el paradigma de la corrupción, cuando existe en otros lados, parece que apoyar mucho la política valenciana y a los valencianos casi es sospechoso de que estás apoyando a un partido con muchas vergüenzas escondidas. Pero si Montoro adopta esa actitud es porque alguien es porque alguien se lo permite.

¿Existió alguna vez el llamado poder valenciano?

Poder valenciano, desde hace bastantes decenas de años, no ha habido. Ni con el PP ni con el PSOE. Y eso es culpa nuestra. No hay victimismo que valga. Los valencianos somos poco asociativos, muy independientes. Ahora mismo nuestro poder de influencia en cualquier ámbito, política, justicia, periodismo, representación internacional, no es ninguno. Por no haber no hay ni un tertuliano valenciano en las tertulias de la radio. Ni siquiera tenemos poder de decisión en ninguna de las grandes empresas estratégicas de la economía del país. Antes teníamos embajadores, secretarios de Estado (ahora la única es Susana Camarero)… También es verdad que hemos llegado a tener cinco secretarios de Estado y parecía que no fueran valencianos.

En Bruselas hay un portavoz de grupo parlamentario, Esteban González Pons.

Me alegro porque es un gran defensor de los valencianos. Esteban se llevó un gran chasco cuando Rajoy formó su Gobierno. Podría haber tenido mucha más preeminencia en el partido de la que ha tenido.

¿Cuando y por qué se divorció de Eduardo Zaplana?

A Eduardo Zaplana lo conocí a través de un amigo común que me lo presentó en la precampaña (la de las autonómicas de 1995). Lo vi dos veces nada más y nos caímos bien. Cuando ya estaba en el poder me llamó. Comimos juntos y me pidió que le echara una mano, que le ayudara, en el sentido de que no conocía la sociedad valenciana, que necesitaba gente que le apoyara el proyecto que representaba. Yo le dije que no era sumiso, pero sí leal y que le iba a decir las cosas como las pensara, que era una persona progresista en mi modo de pensar y que no compartía muchas de las doctrinas del PP en el ámbito social y cultural. Me ofreció varios cometidos que fue descartando y un día me llamó y me ofreció la presidencia del Consejo Social de la Universidad. Tuvimos una magnífica relación personal. Yo no me divorcié de él ni he tenido ningún punto de inflexión. No me he enfadado con Eduardo nunca. Lo que pasa es que Eduardo voluntariamente se distanció de todos nosotros.

¿Eso tuvo que ver con la batalla que hubo con Camps y las líneas que ambos se marcaron?

Las cosas entre ellos se debieron estropear pronto. Eduardo trazó una raya. Efectivamente estuvo mucho tiempo muy distanciado de mí porque pensaba que yo era campista y, sin embargo, Camps pensaba que yo era amigo de Eduardo y a pesar de nuestra antigua relación estábamos también alejados. Después de eso Paco y yo una noche quedamos a cenar, empezamos a las nueve y media y acabamos a las tres de la mañana. En esa cena puse como condición que no me pidiera que hablara mal de Eduardo Zaplana. A partir de entonces retomamos una relación magnífica.

En el tramo final, Camps ha dado la sensación de estar sobre un marasmo de corrupción y clientelismo.

A su alrededor podría ser, porque hubo un momento que delegó demasiado. Pero él es una persona honorable. El tema de los trajes fue una bobada muy mal gestionada políticamente, los pagara o no los pagara. Él es una persona que no se ha llevado un euro al bolsillo que no fuera suyo. Vive en una situación económica muy acorde con su sueldo a diferencia de otros muchos. Al final la corrupción en muchos casos se detecta por los efectos indirectos. Es muy difícil ocultar el dinero. Que esa etapa política hoy esté tan impregnada de operaciones sospechosas no lo puedo discutir. Muchas de las cosas que se hicieron, enjuiciadas hoy, pueden ser vistas de otra manera. En aquel momento la euforia nos invadía a todos. Todo aquí era fácil y todo corría y la velocidad con la que discurrían las cosas hacía que los errores no se notaran. No es del todo justo analizar con dureza hoy fracasos de proyectos realizados entonces.

¿Hay gente que usted se haya dado cuenta de que era un corrupto cuando lo han denunciado?

Es verdad que las actuaciones que hoy se persiguen ya eran perseguibles entonces. Pero había mucha gente que en esas conductas no tenía conciencia de estar haciendo algo que no debiera porque estaban muy instaladas. Y sobre todo no se denunciaba ninguna. No había referentes. La prensa y la Justicia convivían con ese modo de actuar. Lo cual no quiere decir que muchas de las actitudes de entonces no sean absolutamente ilegales y perseguibles. Ahora mismo estamos en una revisión global de los comportamientos sociales. Y esto no se hace de la noche a la mañana.

¿Alberto Fabra no tiene quien le escriba?

Tiene el punto débil de no haber sido elegido democráticamente. Se encontró una situación muy complicada en el Partido Popular. Debió también recibir instrucciones de depurar. Y trazó la famosa línea roja que a mí no me parece estratégicamente bueno. Fue quizá un gesto obligado que le iba a pasar factura como le está pasando. Le empezó a producir tensiones dentro de su propio partido. Además, gobernar contra corriente es muy complicado. Cuando no tienes dinero, la situación económica es la que es y el partido en el Gobierno te exige unos recortes tremendos, es difícil tener una perspectiva política. Dicho eso, creo que ha consolidado su discurso y ganado solidez. Veo ahora un Consell unido. Los consellers en Valencia están con él, están unidos. Ese liderazgo sí lo ejerce, y, sin embargo, Paco (Camps) tuvo varios consellers que hacían mucho la guerra por su cuenta. A Alberto le veo con debilidades en Génova más que aquí. Con (Juan Carlos) Moragues ha hecho una buena gestión económica. La valenciana es de las comunidades que más esfuerzo ha hecho. A ningún político le gusta recortar. Creo que la situación la tiene difícil. Le conozco bastante bien y es luchador. Tiene quejas sobre actitudes y comportamientos del partido que no le han ayudado. Quizás le falta más carisma, pero a su gestión no se le pueden poner pegas. Ha depurado al partido y ha hecho una gestión económica muy dura

¿Cuántas familias valencianas están esperando a Domingo Parra en una esquina?

¿Para saludarle o para soltarle algún improperio? Domingo pasó de ser el deseado de todo el empresariado valenciano, el que resolvía casi todos los problemas, la persona a quien se recurría para cualquier cosa, al personaje que los ha arruinado. Y eso no es así. Creo que la situación del Banco de Valencia está por encima de las actitudes personales. Creo que a Domingo le sobrepasó su propia gestión. Y también creo que al Banco de Valencia se le ha sacrificado intencionadamente.

Cree que la intervención y la adjudicación a Caixabank fue correcta?

El Banco de Valencia tenía un problema de solvencia y tenía que ampliar capital. (Rodrigo) Rato, cuando era presidente de Bankia, nos contó en una cena, y yo lo sabía por Domingo, que mientras el banco intentaba hacer una ampliación por 400 o 500 millones para salvar la situación y estabilizar el balance, Bankia entendía que tenía que ser de al menos 900 millones. Aquí se intentaba hacer una ampliación más pequeña para no diluir tanto el capital histórico valenciano. Ante esa coyuntura Bankia le quitó la carta de crédito que le daba soporte financiero al Banco de Valencia para poder acceder al mercado de capitales. Al Banco de Valencia lo dejaron tirado. Eso generó desconfianza y hubo una desbandada de depósitos. En ese momento la diferencia era de unos 600 millones y ha terminado costando más de 6.000 millones más el Esquema de Protección de Activos.

La adjudicación a Caixabank tras el proceso de recapitalización le vino muy bien a la entidad catalana.

Sé por gente del Banco de España que al Banco de Valencia lo entregan porque (Joaquín) Almunia exige un banco. España necesitaba sacrificar un banco. Y el único banco sacrificable era el Banco de Valencia, todo lo demás eran cajas. Luego la adjudicación fue un poco dirigida. Al BBVA y a Bankinter les insinuaron que no insistieran.

¿Quién quitó la carta de crédito, Rato y Olivas?

Fue Rato. Rato estaba indignado con Olivas. Echaba sapos por la boca porque decía que le había engañado con la fusión de las cajas y que en Madrid le estaban achacando que era un ingenuo y que se había dejado engañar por Olivas. En la fusión se acordó tener un presidente y un vicepresidente y ocho directores generales que eran cuatro para cada entidad. La realidad fue que al cabo de poco tiempo los directores generales de Bancaja estaban cortocircuitados. Arrasaron con Bancaja. Sólo predominó Caja Madrid por la actitud de Rato. Francisco Pons, que era vicepresidente, estuvo tres meses pared con pared con Rato y jamás recibió una llamada interna para compartir decisiones. Más de un director general de Bankia procedente de Bancaja ya manifestaba en privado que Caja Madrid tenía problemas mucho más gordos. Hubo una especie de bota que pisó a Bancaja.

¿El que fue director general del Banco de Valencia nombrado por el FROB José Antonio Iturriaga fue tan malo como lo pintan?

Tuve bastante trato con él como notario porque yo era notario habitual del banco a nivel corporativo. Iturriaga es una persona que llega con la intervención ya en marcha. Es una persona potente, muy convencida de su función y muy autoritario. Tenía las ideas muy claras, pero no entiende bien a la sociedad económica valenciana. Pronto se disgusta y se cabrea. Tuvo la gestión que tocaba pero un poco a contrapelo de todo. Era un personaje ingrato a la sociedad valenciana, aunque personalmente no lo era. Yo he tratado con él y era un tío afectuoso, simpático, normal. Pero por su actuación en el banco se convirtió en una persona desencajada en la ciudad de Valencia. Aún sé por amigos comunes que está muy escocido de su paso por Valencia. Uno de los focos de la tensión fue la relación absolutamente visceral entre Domingo Parra y él.

¿Y cuál fue la influencia de Morata en el proceso?

Al primero que propusieron para ser administrador del banco fue a mí, con el visto bueno del Banco de España. Y dije que no. Luego entró (José Vicente) Morata.

Ha estado en todas las salsas de la ciudad, ¿ cuántas veces ha tenido que taparse la nariz?

La salsas se bailan fuera de la notaría. Yo he sido un notario con predicamento en la sociedad valenciana y es verdad que he tenido un protagonismo profesional importante. Estuve siete años representando al notariado español en las áreas internacionales en Europa. Mi notaría ha tenido mucho rigor. Mi notaría nunca ha sido una notaría de chanchullos. Tengo la sensación de que venir a esta notaría ha sido sinónimo de garantía, de imparcialidad.

¿Ha visto a muchos adinerados locales perder hasta la camisa?

Sí. Muchísimos. El mundo inmobiliario, que ahora ha desaparecido, es el que ha producido casi todas esas ruinas.

¿Qué los mató, la burbuja inmobiliaria o el pecado de la gula?

En la sociedad valenciana los ricos hace unos años eran los agricultores. Las grandes familias valencianas de hoy en día siguen teniendo todavía su gran patrimonio en el campo. Es la famosa tesis de «Nosaltres el Valencians» de Fuster. Según explicó, hubo un cambio brusco y se pasó al mundo industrial sin solución de continuidad, mientras que Ernest Lluch sostuvo que existía un entramado que ya estaba creciendo. De ahí pasamos a una economía industrial emergente con un fraccionamiento que aún estamos pagando. Como surge espontáneamente, son todo oficios que crecen en empresas. Las grandes empresas son en origen de un mecánico, un pintor, un carpintero. Son gente para quitarse el sombrero. Además aparece el gran mundo de la exportación naranjera. En ese momento los ricos no eran los inmobiliarios, sino los exportadores, que tenían la hegemonía económica.

Después llega el mundo inmobiliario. La mayor parte de los constructores eran de primera generación y muchas empresas inmobiliarias se han acabado en esa misma generación. El gran constructor, el que tiraba del Mercedes más grande, en muchos casos era un albañil venido a más, un empresario ocurrente que con poca formación empresarial rigurosa accedió a un mundo galopante y efervescente. Se entró en una dinámica de especulación loca. Fue tan goloso que produjo un efecto derivado realmente perjudicial. Muchos sectores industriales e incluso profesionales acudieron al mundo de la promoción inmobiliaria.

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