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Opinión | Consumo luego existo

Identidad

El centro de Valencia es uno de los ejemplos más contundentes del paso del tiempo y de las consecuencias de una globalidad homogeneizadora, que puede traer bajo el brazo problemas de identidad cuando es mal gestionado

El centro de Valencia es uno de los ejemplos más contundentes del paso del tiempo y de las consecuencias de una globalidad homogeneizadora, que puede traer bajo el brazo problemas de identidad cuando es mal gestionado. De forma paulatina, sin pausa, acuciados por la excusa de esta crisis que nos ha tocado vivir y sus forcejeos, y con el aliento de la realidad cambiante de las generaciones tecnológicas, los últimos años han ido empujando a la desaparición a comercios históricos para dejar paso a cadenas que cualquier visitante puede reconocer. La calle Colón ha visto esta semana cómo uno de esos pocos comercios tradicionales que aún resistían el envite, el Bar Líbano, en que cualquier habitante de la capital del Turia ha pasado por caja alguna vez, ponía fin a más de medio siglo de anécdotas. Uno de esos ya escasos reductos en el casco céntrico donde cabían recuerdos de mayores y jóvenes. La misma calle donde grandes marcas tienen clavados sus ojos desde hace años para disputarse los pocos espacios que aún no cuentan con carteles y luces de neón, compitiendo en variedad por atraer los bolsillos del viandante de una de las mayores zonas de movimiento comercial de la Comunitat Valenciana. La misma zona que acumula cierres de persianas roídas, por un lado, y apertura de puertas automáticas, por otro.

Desde hace ya unos cuantos meses „si no años„, los horarios comerciales y las zonas de atracción turística son otro de los temas destacados de la agenda comercial. Una de esas tensiones que surgen fruto de una negación a la realidad cambiante y a las consecuencias de un deseo de apertura a otras formas de ser y de comprar, venidas de más allá del levante, pero a su vez con la necesidad de cambiar hacia ellos para ser una apuesta con sentido para los foráneos. La delgada línea entre ser una ciudad diferente y ser demasiado distinta está llevando no solo a Valencia, sino a muchos escenarios de la Comunitat Valenciana, a replantearse su idiosincrasia, con los consiguientes enfrentamientos entre quienes quieren conservar maneras de ser al ritmo del ciudadano de siempre, y quienes quieren abrirse al habitante global que nos espera. Porque en efecto, ahora sí estamos viviendo la globalización en su estado más puro, metidos de lleno en la vuelta de tuerca que faltaba de generaciones hiperconectadas, capaces de crecer juntas por muchas fronteras físicas que les separen. Y eso hace que los deseos y costumbres se equiparen y se homogeneicen. Por muchos frenos que fruto del temor a lo desconocido queramos poner, el futuro nos lleva irremediablemente a construir destinos y marcas con el yugo del cambio como moneda del mañana.

Conservar la identidad que nos hace únicos en estos tiempos de cambio es complejo, uno de los grandes retos que esa nueva velocidad del progreso pone en el camino de marcas de todo tipo, desde empresas pequeñas hasta multinacionales, de todo tipo de sectores.

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