A nadie se le escapa ya que la tecnología impacta cada vez más rápidamente en la sociedad y progresivamente en todos los sectores de actividad económica. A estas alturas ya habréis visto el video en Youtube comparando el tiempo de implantación que requirió una tecnología como la radio con lo que costó la implantación de la televisión, el móvil o internet. Pero no solo eso, si se analiza las empresas más grandes del S&P 500 de hace 20 años, su longevidad se acercaba al siglo de vida. Hoy las cinco mayores no superan de media los 20-25 años (Apple, Amazon, Google, Microsoft y Facebook). La herencia de la famosa burbuja .com nos deja hoy huella, y al menos en estos cinco casos y en otros más no fue tal burbuja sino el germen de una revolución tecnológica.

El asunto en cualquier caso no es tanto si salen grandes empresas de tecnología sino como esto impacta a las empresas ya establecidas. Ni que decir tiene que gran parte del auge de Apple vino de la mano del lanzamiento del iPhone en 2007-2008. Por aquel entonces, el gran líder de esos primeros smartphones estaba siendo a nivel empresarial Blackberry (RIM), con una tecnología de push email que te permitía recibir mensajes instantáneos e emails inmediatamente. Hoy la división de teléfonos de Blackberry así como la de Nokia, empresa centenaria en las centralitas telefónicas han sucumbido ante los disruptores Apple y Android. Del mismo modo, otra empresa centenaria nacida de la mano de Thomas Edison, General Electric, que durante décadas ha sido la empresa más grande del mundo llena hoy titulares del estilo: «GE un muerto viviente».

Es muy difícil poner en marcha una empresa, crear una cartera de clientes fieles y consolidada porque al escalar y crecer en equipo los procesos se complican. Al final sucumbimos a la zona de confort, la rutina, parece que la máquina funciona y solo hay que seguir haciendo lo mismo. Sin embargo, estamos ante un castillo de naipes, y si nos golpean en la base corremos el riesgo de caer como Blackberry, Nokia, GE, Blockbuster o Kodak.

¿Por qué no pueden las empresas consolidadas responder ante los disruptores? Muy sencillo, es un tema de velocidad de reacción. Lo resume muy bien la frase de Alex Rampell «La batalla entre el disruptor y el consolidado se reduce a si el disruptor alcanzará los canales de distribución antes que el consolidado la innovación». Se necesita pues una cultura de velocidad de prueba y error, de continuo brainstorming, de ser muy permeable a ideas que vienen de fuera del día a día. En definitiva, una cultura de innovación abierta continuada. Esa es la cultura que en nuestro programa Intralab de la mano de IBM tratamos de inculcar en las empresas.

Pero no es constituir solo de construir innovación. La clave es reaccionar rápidamente a los cambios de la tecnología y la sociedad. Esto también se puede llevar a cabo mediante joint ventures, partnerships o adquisición de esas pequeñas empresas antes de que alcancen los canales de distribución y que en todo caso lo hagan de nuestra mano. Es la imperiosa necesidad de innovar: ¿Quieres ser el disruptor o el disrumpido?