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La economía del vino

El investigador Raúl Compés asegura que el coronavirus lo cambia todo, incluso el consumo de vino, que sube un 33% en los hogares europeos

Raúl Compés, en la sala de catas y bodega de la UPV. F. Calabuig

En tiempos de coronavirus bebemos más vino. El consumo en España ha aumentado durante el confinamiento en los hogares. También en el resto de Europa. ¿Por qué? Aunque está siendo un sector muy castigado en líneas generales durante esta pandemia debido a la desaceleración de las exportaciones, los aranceles de Estados Unidos y sobre todo el cierre parcial del sector ‘Horeca’ (hoteles, restaurantes y cafeterías), el negocio de las bodegas se reinventa y busca nuevas estrategias. Así lo certifica el profesor de la Universitat Politècnica de València (UPV) Raúl Compés, único español que forma parte del equipo directivo de la Asociación Europea de Economistas del Vino (EuAWE), de la que es vicepresidente. La entidad aglutina medio centenar de expertos cuyo objetivo es desarrollar la investigación en el campo de la economía vitivinícola y está encabezada por Jean-Marie Cardebat, de la Universidad de Burdeos.

El experto del Departamento de Economía y Ciencias Sociales de la UPV sostiene que el impulso del comercio ‘online’ durante estos tiempos recios ha sido una tabla de salvación para buena parte de las bodegas. Con todo, y en vísperas de la campaña navideña, recomienda cautela sobre las previsiones de demanda de los consumidores ya que las perspectivas económicas y estilos de vida cambian. Las familias tienen menores ingresos y la amenaza del desempleo es mayor. Según un estudio internacional en el que han participado investigadores de la Universitat Politècnica de València, la Universidad de Zaragoza y la Universidad Pública de Navarra los consumidores de vino priorizan el autoabastecimiento doméstico, reduciendo su compra y el gasto medio por botella. Entre otras conclusiones, este informe indica también que un 33% de los encuestados declara gastar más en vino que antes de la era covid-19. Así se desprende del análisis sobre el comportamiento de los consumidores europeos de vino tras el período de confinamiento, con más de 6.600 encuestados de ocho países: (España, Bélgica, Italia, Francia, Austria, Alemania, Portugal y Suiza).

Entre los factores determinantes del aumento de la frecuencia de consumo de vino prevalecen la «preocupación, la precariedad laboral, así como el gusto y lo digital», indica el citado informe. El grupo de investigadores que analiza las tendencias de la bebida del dios Baco sostiene que una característica fundamental del coronavirus es que la ansiedad generada por la pandemia es un factor asociado al aumento del consumo de todas las bebidas alcohólicas en el viejo continente. Más que el miedo al virus en sí, los encuestados expresan un temor muy fuerte por las consecuencias económicas de la crisis sanitaria. Esta preocupación «económica» tiene un impacto particular en el aumento de la frecuencia del consumo de bebidas alcohólicas.

Así, las bodegas personales se han convertido en la segunda fuente de suministro después de los supermercados para el negocio vitivinícola. En el sector se prevé un incremento de la adquisición de vino para reponer el consumido, especialmente de vinos más caros (los llamados vinos de guarda). Sea como fuere, se ha producido una reducción del gasto unitario en la compra de vino en todos los segmentos de precio, excepto en el nivel de precios más bajo (menos de 5 euros). Según Compés, «es importante subrayar el arraigo de componentes culturales, hedónicos, gastronómicos y sociales del consumo de vino en España, lo cual resulta una fortaleza para el futuro del negocio. Como oportunidad señala el crecimiento de las ventas del canal ‘online’, que hasta el confinamiento representaban un porcentaje muy bajo de las compras (alrededor del 8,5 %) y que después ha aumentado.

Este maestro del vino apunta que uno de los principales desafíos que afronta el sector es el de adaptarse al impacto que el cambio climático puede tener sobre la calidad, tipicidad y localización del viñedo, sobre todo en zonas sensibles como las mediterráneas. En ese sentido, Compés apunta que, entre otras medidas, es necesario facilitar las estrategias de adaptación de viticultores y bodegas y, para ello, es conveniente revisar las políticas de apoyo al sector por parte de la Unión Europea. «Es un sector muy sensibilizado con este problema pero las medidas de adaptación generan importantes costes de inversión», reconoce.

El mercado exterior y las tensiones geopolíticas también preocupan de lleno a las empresas. La Unión Europea es el principal actor mundial del vino, pues representa alrededor del 45 % de la superficie global de viñedo, el 65 % de la producción, el 60 % del consumo y el 70% de las exportaciones. Estas generan un negocio anual de unos 11.500 millones de euros, de los que casi un tercio provienen de ventas a los Estados Unidos. Es además un cultivo cada vez más extendido. Está presente en numerosos países y se estima en 2,4 millones el número de explotaciones con viñedo. Su industria crea más de 3 millones de puestos de trabajo directos. Hay mucho en juego.

Y muchos riesgos. Como la crisis geopolítica de la UE con Estados Unidos, primer mercado del vino en valor actual, a la que se va a sumar la recesión económica e institucional por la pandemia del coronavirus . Por supuesto, también el Brexit -Gran Bretaña es el segundo importador mundial- porque amenaza a un sector muy globalizado como el del vino. Las firmas españolas, dada la debilidad del mercado interior, tienen una elevada dependencia de las exportaciones. «En este contexto -explica el profesor Compés-, las empresas vitivinícolas deben apostar con más intensidad por todos los canales: desde el enoturismo y la venta directa al comercio electrónico y la inteligencia de mercado por medio de los grandes datos (big data) o las nuevas herramientas del marketing digital en internet y redes sociales».

Compés apunta otras amenazas para la viticultura mediterránea. La primera es que es una de las más afectadas por el cambio climático. Una parte de ella está a punto de superar, o ha superado ya, el llamado «óptimo climático», por lo que un incremento adicional de las temperaturas y una reducción de las precipitaciones supone una seria amenaza a su viabilidad. El segundo problema es la falta de pago de la uva al viticultor en función de su calidad. Los dos factores han provocado el arranque de cientos de hectáreas de viñedos y, en los últimos tiempos, está provocando una reestructuración intensa que supone la pérdida de viñedos tradicionales en secano y la plantación de espalderas en regadío.

En busca de futuro, Compés destaca que solo hay dos estrategias competitivas claras: la del tamaño y la de la diferenciación. «El problema -agrega- es que cada vez son más las bodegas que intentan posicionarse en todas partes a la vez mediante fórmulas organizativas imaginativas y flexibles. Los que comienzan por la cantidad van buscando crear valor con productos diferenciados y los que comienzan por el valor se ven obligados a crecer con productos más baratos porque necesitan vender más botellas». Y advierte de que cada vez hay más productores de vino sin activos y grupos empresariales que mejoran su posición competitiva por medio de un crecimiento territorial que amplía y diversifica su oferta de orígenes y variedades. «Las bodegas más dinámicas están aprovechando el potencial del enoturismo, que puede crece mucho, en sus territorios», concluye el profesor de la Politècnica.

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