Todo empezó cuando fui a estudiar música en Berlín. Compartía piso con otros músicos y comencé a tocar el saxofón. La música, de alma libre pero tan encorsetada a la hora de practicar ciertos instrumentos en casa, se volvió incómoda para mis compañeros de piso y molesta para los vecinos. Cuando uno es músico intenta buscar soluciones para conseguir su propósito, estudiar y practicar. Los parques se convirtieron en otra de mis arterias principales y encontré en ellos cobijo para hacer sonar las notas de mi saxo. Pero todo idilio tiene su fin... llegó el invierno, llegaron las lluvias y llegó la Navidad. Y de repente tuve que dejar de tocar el saxo en los parques. La necesidad agudiza el ingenio y comenté con otros colegas estos problemas. Resulta que era algo común entre todos los saxofonistas. En ese preciso momento me dije; tienes que inventar un saxo electrónico, pequeño, ligero y que se pueda tocar desde la cama sin molestar. Luego llegaron las dudas y pensé ¿Pero la gente realmente estaría dispuesta a pagar por esta invención? ¿Es realmente un verdadero problema? En enero de 2018 empecé a hacer, junto con mi compañero Guillem Magdaleno los primeros prototipos de lo que será el Travel Sax 1, el saxofón electrónico más pequeño del mundo. En abril, lancé una campaña de crowdfunding para financiar la producción. Para nuestra sorpresa, en tan solo dos horas del lanzamiento de la campaña cumplimos con nuestro objetivo y en un mes recaudamos 97.000 euros. Estábamos salvados. Un año de salarios para el equipo de 3 personas. ¿Por qué os cuento todo este rollo? Básicamente, estamos viviendo un momento dorado en el cual gracias a la tecnología de impresión 3D y al crowdfunding, hoy es mucho más sencillo probar una idea, validarla y crear un producto monetizable con muy poca inversión inicial y poco riesgo.