Ningún economista español se atreve ya a hacer predicciones después de que el INE dejara en fuera de juego a la mismísima Vicepresidenta Calviño con una inédita corrección a la baja del PIB del segundo trimestre, entre lo que el mismo había adelantado y el dato que elevó a definitivo. A partir de ahí, todos aquellos que acababan de revisar al alza sus previsiones de crecimiento para 2021, están anunciando nuevas revisiones, ahora a la baja.

Mientras tanto, la euforia fuera de lugar del Gobierno quedó congelada y aquellos que disfrutan cuando las cosas van mal, si con ello pueden deteriorar al Gobierno, frotándose las manos. Un esperpento de los de Valle Inclán, es lo que hemos vivido en los últimos días en el ámbito económico.

Y perplejidad, mucha perplejidad porque nos negamos a aceptar un hecho evidente: la pandemia ha hecho saltar por los aires muchas cosas, entre ellas, la respuesta de los agentes económicos ante un entorno desconocido y cambiante. Porque no, todavía no hemos regresado a la normalidad, si es que alguna vez ha existido algo así.

De entrada, echen a la basura cualquier comparación interanual a partir del segundo trimestre de este año. Porque comparará con momentos tan excepcionales como el confinamiento y las posteriores restricciones por la pandemia. De poco sirve presumir de un crecimiento del 17,5 %, si se compara con un trimestre de 2020 donde el PIB se desplomó hasta un histórico -21,5%. Lo dicho otras veces: simple efecto estadístico de regresión a la media.

La profunda autocorrección del INE, ¿significa un desplome de nuestras expectativas de evolución económica en 2021, como han señalado algunos desde la oposición? Pues no. En absoluto.

Incluso sin tomar en consideración que cuando se hagan públicos los datos de este trimestre el INE se vuelva a corregir, al alza esta vez, los datos agregados del primer semestre nos devuelven a lo que creíamos, a principios de año, que iba a ser este año. Es decir, antes del optimismo que el mismo INE provocó con su magnífico dato adelantado del segundo trimestre, luego corregido. Y no. No es un trabalenguas.

Me permito recordar que, en enero de este año, publique una de mis columnas aquí bajo el título: “Peor de lo que parece”. Y así era, después de un cierre de 2020 en negativo y un anticipo del comienzo de 2021, también muy negro, que luego se concretó en una tasa inter trimestral del -1,4 %.

Las previsiones a principio de este año respecto al crecimiento en 2021 iban desde el 5,5% del BBVA, 5,9% el FMI, 6% en el escenario central del Banco de España y 6,5% el Gobierno. Mi particular previsión es que esta horquilla, entre 5,5 %-6,5 %, sigue siendo la hipótesis más razonable para este año, que se puede extender, con ligeras oscilaciones al alza, a 2022.

Ello hará, por simple efecto cíclico, que el déficit público experimente una caída importante el año próximo, aunque no así la deuda. A partir de ahí, de cara a 2023, ya están abiertas todas las especulaciones sobre un probable escenario europeo de estancamiento económico con inflación, en el que no voy a entrar ahora.

Con todo, nos seguimos moviendo, todavía con pandemia mundial declarada, en un escenario de profunda incertidumbre que atenaza las decisiones de los agentes económicos. Parece ya evidente que los consumidores están siendo muy cautos a la hora de gastarse los ahorros forzosos en que las restricciones al consumo de la pandemia les ha hecho incurrir, así como que los empresarios están siendo prudentes a la hora de invertir en un contexto en que muchos han cerrado, otros están al borde de un proceso de quiebra, otros salen muy endeudados de la pandemia y, aún otros, asisten atónitos a los cambios derivados de la revolución digital, la transición ecológica y las nuevas escaseces derivadas del proceso abrupto de salida de la crisis que se está produciendo a nivel mundial y que está provocando dos efectos adversos: estrangulamiento de algunos suministros y, en todo caso, fuertes subidas de precios en otros como gas y petróleo.

Todo ello, aderezado por un Gobierno sometido a un acoso sin precedente desde la oposición y un pulso de una parte del poder económico que, además, hace públicas sus desavenencias con más ahínco que un esquema claro y fiable de política laboral y económica a medio plazo.

La subida de precios es un añadido relevante a este marco de incertidumbre. De repente, el olvidado fantasma de la inflación pasada se ha hecho presente con una subida del IPC que ya ronda, en toda Europa, el 4%. La pregunta que todos nos hacemos es: ¿regresa la inflación o es un alza temporal y extraordinaria de algunos precios?

De momento, la llamada inflación subyacente se mantiene estable lo que abonaría la tesis de que son subidas puntuales de precios energéticos. Que sólo plantean dos problemas serios: que fuercen al BCE a endurecer la política monetaria a un ritmo superior a lo anunciado, lo que significaría subidas en el coste de la financiación de la deuda tanto pública, como privada y que los sindicatos, ante la pérdida temporal de poder adquisitivo, empiecen a reivindicar subidas salariales mayores, relacionadas con el IPC, como ya se ha hecho con las pensiones.

En el momento actual, según expertos en la materia, las bandas de negociación salarial están oscilando entre un 2 % y un 5 %, aduciendo ya el factor inflación. Algunas declaraciones de líderes sindicales esta semana apuntarían hacia esta deriva que el Gobierno debe cortar de raíz, porque ya conocemos los desastres colectivos de caer en una espiral precios-salarios.

En este momento, lo que vaya a ocurrir con los publicitados fondos europeos Next Generation hay que apuntarlo más en la columna de la incertidumbre, por cuanto es evidente que este año será imposible invertir el dinero recibido (otro factor que resta para moderar el crecimiento previsto para este año) y, crecen los temores respecto a un 2022 donde la acumulación de fondos contribuya a colapsar el sistema administrativo puesto en marcha para gestionarlos. Con las administraciones hemos topado amigos inversores.

Si me permiten añadir tres nuevas fuentes objetivas de preocupación con efectos negativos sobre la actividad económica, sin duda serían: el irrespirable clima de polarización y enfrentamiento político que, lejos de rebajarse, crecerá durante lo que queda de legislatura; el temor de que el magnífico clima de acuerdos sociales que hemos visto hasta ahora y que ya se ha roto con la subida del SMI, finalice en cuanto empiece la llamada reforma del mercado laboral y, en tercer lugar, la creciente evidencia de la marginalidad en que está quedando una Europa fuera de todos los tableros donde se define el futuro del mundo. Y, de forma especial, Asia y el Pacífico donde en la confrontación tecnológica entre China y USA, ni se escucha la voz de la UE, a pesar de ser uno de los grandes mercados de estos productos. Momentos difíciles que requeriría generosa unidad y no la polarización egoísta que tenemos.