La guerra de Ucrania, los recientes conflictos del transporte por carretera en toda España o los problemas logísticos que sufren los grandes puertos interoceánicos son factores que propician un vuelco en el sistema de reparto de la alimentación mundial. Estas causas obligan a poner en marcha cambios políticos de calado para salvar el abastecimiento de determinados productos porque algunas estanterías de supermercados están más vacías que en otras ocasiones debido a la psicosis de los consumidores por acaparar determinados bienes básicos de la cesta de la compra: leche, aceite, frutas y verduras... ¿Qué pasaría en los hogares si la Comunitat Valenciana se quedara aislada de otros mercados internacionales?

Las explotaciones agrarias y ganaderas de la autonomía son excedentarias en la producción de la gran mayoría de alimentos básicos como las carnes, ciertos pescados, legumbres, frutas y hortalizas (así lo constata la balanza comercial del ICEX correspondiente al ejercicio de 2021), si bien necesita importar cereales, aceites de palma, moluscos y algunos pescados. Incluso una parte del arroz, cerveza y frutos secos consumidos en la C. Valenciana también deben comprarse en el exterior. ¡Y caviar, entre otros manjares! En el hipotético caso de un cortocircuito comercial, lógicamente, territorios como Baleares, cuyo 85% de los alimentos consumidos por los mallorquines entra diariamente por los puertos, saldrían más perjudicados que la Comunitat Valenciana. En aquel territorio insular sus residentes solo podrían comer patatas y frutos secos. Es un caso extremo, pero no debe perderse de vista, aseguran los expertos.

Cereales, un problema

Al cumplirse casi un mes y medio desde el inicio de la guerra, investigadores de mercado coinciden en señalar que las alarmas sobre sus consecuencias en la agricultura, la pesca y la alimentación igualan, o incluso superan, las alertas desatadas durante la pandemia de covid-19 en los países desarrollados. Manuel Laínez, director general del Cercle Agro-alimentari de la Comunitat Valenciana, destaca que los cereales son la base para la elaboración de derivados de diversa naturaleza directamente destinados al consumo humano. También son la base para la fabricación de piensos para el ganado. Por eso, advierte de que «las reservas existentes en los puertos españoles tienen una fecha de caducidad».

El ingeniero agrónomo y consultor, exdirector del INIA, resalta que el suministro de aceite de girasol se va a ver ralentizado. Es un ingrediente esencial en la industria alimentaria, tanto en la elaboración de diferentes grupos de transformados como en la producción de diferentes tipos de conservas. «Es cierto que tenemos otros aceites vegetales con capacidad para reemplazar al aceite de girasol. Sin embargo, esta opción requiere de un tiempo de adaptación por parte de la industria alimentaria, tanto en los procesos de producción como en la adaptación de los sistemas de información al consumidor», explica Laínez.

En su opinión, ante un escenario de larga duración de la guerra de Ucrania, el incremento de los precios medios mundiales que podríamos sufrir en los próximos meses resulta «preocupante». Los más acusados son los del trigo, que podría llegar a duplicarse, seguidos de los fertilizantes o el maíz, que podrían incrementarse en un 40%. Además, los aceites vegetales podrían crecer un 20 % y la carne subiría en torno a un 5 %.

Bajan las existencias

Hay que tener en cuenta que Ucrania y Rusia destacan entre los principales exportadores de materias primas. El secretario general de la patronal de comerciantes de cereales (Accoe), José Manuel Álvarez, considera que el abastecimiento está garantizado hasta mayo o junio, pero las existencias son inferiores que las habituales de estas fechas. Por eso, España ha flexibilizado los requisitos para importar cereales de Argentina o de Brasil. Además, ha conseguido excepciones en las normas de la Política Agrícola Común (PAC) para poder sembrar en tierras de barbechos.

¿Habrá más tierras de cultivo para producir, por ejemplo, cereales? Las organizaciones agrarias son pesimistas. Y es que la superficie agrícola de la Comunitat Valenciana ha vuelto a retroceder en 2.047 hectáreas durante 2021, lo que supone un descenso del 1,26% respecto a 2020. Así, las tierras dejadas de cultivar ya ascienden a 164.949 hectáreas desde hace dos décadas, es decir, una de cada cinco, y mantienen esta autonomía como el «farolillo rojo» cada vez más destacado de España y, muy posiblemente, de Europa. El futuro del campo no pinta bien.