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‘Welcome again, tourists’

El Museo Guggenheim de Bilbao, la milla de los museos de Madrid, el centro de Barcelona, nuestras costas, los aeropuertos... los turistas o viajeros internacionales vuelven a llenar las calles, hoteles y restaurantes. Es un motivo de celebración tras los efectos que tuvo la pandemia sobre el primer sector económico de España. El turismo representó en 2019 un 12,4% del PIB, una cifra que cayó al 5% al año siguiente. Desde las principales cadenas hoteleras hasta el restaurante de zona costera, éste fue el sector más afectado por los ertes y los cierres. Algunos establecimientos, aquellos que no pudieron soportar el nivel de deuda que sufrían, no han vuelto. La mayoría, sin embargo, ha logrado salvarse y espera en 2022 regresar a las cifras de antaño.

En 2019, España batió el récord en llegada de turistas extranjeros. Sumaron un total de 83,5 millones, solo superado por Francia, con 89 millones de visitantes. En 2020 la cifra de llegadas, entre ola y ola, cayó a 19 millones. Únicamente aparecieron por nuestros lares propietarios de segunda residencia y aventureros del norte de Europa. El turismo procedente de otros continentes apenas pisó España. En 2021 se inició una tímida reacción. El número de visitantes extranjeros ascendió a 31 millones.

¿Y este año? Las últimas cifras registradas por Frontur, hasta abril, indican que habían llegado a España 15,8 millones de extranjeros que se comparan con 1,8 millones en 2021. Solo en abril los turistas sumaron 6,1 millones frente a los 629.000 del año anterior. Si esta progresión respecto a 2021 se mantuviera y no ocurriera un acontecimiento inesperado, España podría recibir en 2022 entre 50 y 60 millones de turistas teniendo en cuenta los buenos resultados que se esperan en la temporada de verano que se iniciará ya oficialmente el próximo fin de semana. Otro dato positivo fue publicado la semana pasada sobre las pernoctaciones hoteleras, tanto nacionales como internacionales. Hubo en mayo 29,8 millones de noches en hotel que se comparan con las 7,3 millones de 2021. Se cubrió el 54,9% de las plazas hoteleras que hay en oferta, casi el doble que el año anterior. El precio medio por habitación también subió: un 24,5% hasta 95,3 euros.

A las buenas noticias que tantos celebramos, sobre todo las personas que sobreviven y viven gracias a este sector, se le suma que todavía existan movimientos extremistas e intolerantes de nuestra sociedad que aún vean al turista como un mal que perjudica «su» ecosistema. Al regreso de los viajeros internacionales se le ha unido el inicio de las protestas y algún boicot, aún anecdótico, contra el sector. Siempre me han dado profunda lástima estos alborotadores y defensores del movimiento antiturista porque intuyo que en su vida han vivido el placer que muchos tuvimos de visitar -cuando éramos más jóvenes- otros países en tren, mochila al hombro, y de albergue en albergue. O que nunca tuvieron que pagarse los estudios trabajando en verano en la playa o en restaurantes de playa como tantos ciudadanos hemos hecho y siguen haciendo. Ir contra el turismo es estar en contra de todas las personas que viven gracias a él. Al menos, en el caso de Barcelona, la visión de la alcaldesa Ada Colau, inicialmente lideresa del movimiento ‘Tourists, go home’, se ha moderado. Solo falta que entienda la necesidad de reforzar y mejorar nuestras infraestructuras como el aeropuerto de El Prat.

Cuidar al turista y ordenar el espacio público

Cuidar al turista y lograr que vengan más a disfrutar de nuestros territorios no es contradictorio con la necesidad de ordenar el espacio público y poner todo el empeño en evitar conductas incívicas: desde andar semidesnudo por las calles de las ciudades a generar ruido excesivo y molestar a los vecinos. Una minoría de visitantes bárbaros no pueden estigmatizar al resto. De la misma manera, las autoridades locales deberían poner todos los medios para que el viajero no sienta nuestras poblaciones como lugares inseguros. Con el regreso de los turistas han vuelto los robos a los más despistados y a los que cometen la insensatez -porque es una insensatez en Barcelona y en cualquier ciudad- de salir a la calle con relojes de alto valor que llaman la atención de los delincuentes. Es necesario reforzar la vigilancia en las zonas clave y multar a quien deba multarse.

El turismo es el petróleo de España y habría que empezar a usar fórmulas más imaginativas para lograr sacarle la mejor rentabilidad posible. Las tasas turísticas, por ejemplo, deben reformularse para pensar a nivel local cómo pueden servir para promocionar y atraer más viajeros. La pandemia abrió los ojos de muchos -incluyendo al Gobierno- de la relevancia de este sector clave que solo este año empieza a resucitar. Una industria que, además, ha propiciado el crecimiento internacional de grandes cadenas hoteleras, marcas de España en el mundo.

Hasta entrada la segunda mitad del siglo pasado, viajar por ocio era un rasgo casi exclusivo de las élites. Hay que alegrarse de lo que ha supuesto la gran revolución turística. Con la pandemia de capa caída, solo cabe esperar que la situación geopolítica y sus consecuencias económicas no abran otra etapa negra.

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