El PSOE no está bajando en el seguimiento diario por el resultado del primer debate, sino por su pésima gestión previa de los debates. Sánchez exhumó al fantasma del control dictatorial de los medios públicos, tal como le recordaron en vivo sus asaltantes. Encima tuvo que doblegarse, con un "qué remedio" que pasará a la historia pero que justifica su mediana intervención. Era el ganador contra tres perdedores, en un debate a cuatro coces concebido como la ceremonia de los goyas. Tres candidatos llevaban corbata, y el cuarto también era varón. Las mujeres han pasado de secretarias a vicepresidentas, falta el último peldaño.

A Pablo Casado le han insistido demasiado en que deje de reírse como un actor de cine mudo. Es más viejo que su partido. Quiso colar de rondón los méritos de Rato y viene lastrado por el pasado del PP. Enmudeció cuando Sánchez le afeó la abstrusa postura de Cayetana Álvarez de Toledo sobre las relaciones sexuales. Por fortuna, el líder de Ciudadanos le hizo el trabajo sucio a los populares. Empezó pésimamente, al contraponer el niño en quiebra de Rivera a la niña de Rajoy. Se dio cuenta de que estaba haciendo el ridículo, y asumió el protagonismo de la tertulia.

La izquierda perdió el primer asalto por los tropiezos propios. Sánchez empezó ironizando con inteligencia sobre los "malvados socialistas". Desactivaba así las enmiendas a la totalidad, pero pronto dilapidó la ventaja de ser presidente del Gobierno. En su afán por equipararse a Rajoy, estuvo a un paso de proclamar que "los españoles hacen cosas", alguien debe indicarle que en un debate no se lee. Iglesias habló con el tono de hermano menor de un PSOE necesitado ayer de protección. Divagatorio y remitido eternamente a la "gente", tiene todo el derecho a que su familia le preocupe más que la política, pero no puede quejarse si la política le responde con la misma moneda. Vox, bien, gracias.