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España contiene la ola ultra

Vox ha entrado en el Congreso de los Diputados pero su 10% no le da ni para gobernar ni para convertirse en referencia de la oposición

España contiene la ola ultra

Un día después de la victoria de Pedro Sánchez, su equipo colgaba en la sala de prensa de la Moncloa, entre otras, la épica portada de Liberation. Remontada, titulaba el diario francés, referencia para el orbe progresista. Los méritos que se le regatean a Sánchez en España tiene que buscarlos en Europa, donde algunos lo elevan a referente de la socialdemocracia. El PSOE levanta el vuelo cuando parecía muerto. De hecho, se convierte en el único partido socialista tradicional en mantener el control de una potencia europea, en pleno tsunami populista en el viejo continente. Quizá ese sea el deseo, remontada.

El líder del PSOE, en realidad, podría apuntarse el tanto de haber frenado el avance de la ultraderecha de Vox. En el último ciclo electoral, desde 2015, la ola de partidos extremistas parece imparable. De Finlandia y Suecia hasta Italia, de Reino Unido a Hungría, pasando por Alemania y Austria, la extrema derecha ha entrado en parlamentos y gobiernos. El giro nacionalista, agitado por la crisis económica y los recortes que se han cebado con la clase obrera, se ha alimentado también del descrédito de las instituciones y la clase política.

En este contexto, los resultados del pasado 28A ofrecen dos lecturas. La primera es que España ya juega en esa liga europea, ha dejado de ser inmune a estos discursos. Durante toda la democracia, el PP había ejercido de dique, cumpliendo cierta función social al contener, adormecida dentro de su vasto espacio ideológico, cualquier pulsión nostálgica del franquismo. Parte del discurso popular satisfacía ese mercado electoral.

Este populismo, sin embargo, es otra cosa. Ha desbordado los márgenes del PP y ha alimentado un nuevo fenómeno que es Vox, en línea con el resto de la UE o potencias como Estados Unidos o Brasil.

La segunda lectura es que, pese a saltar el muro, España los ha contenido. El 10,26% de los votos obtenido por el partido de Santiago Abascal palidece ante los resultados de otras formaciones ultras. En el último lustro, formaciones nacionalistas de toda Europa han logrado resultados extraordinarios. En Polonia, Ley y Justicia alcanzó en 37,5% de los votos, que le dieron para hacerse con el Gobierno. En Hungría, gobernada por el ultra Viktor Orban, otro partido radical, el Jobbik de extrema derecha, se ha convertido en la segunda fuerza.

Con un discurso igualmente antieuropeo basado en la inmigración, el caso más cercano y ruidoso es el de la Liga italiana de Matteo Salvini. Ha formado gobierno con el antisistema Movimiento 5 Estrellas gracias a su 17,4% de votos en 2018.

También los ultranacionalistas del FPÖ han tocado poder en Austria, nada menos que con un 26% de apoyos. Ni el paraíso escandinavo del bienestar se libra del fenómeno. Allí, los recortes han alimentado la fiebre nacionalista. Los Demócratas de Suecia, extremistas y antieuropeos, ocuparon la tercera posición en 2018 con el 17,6%; en Dinamarca, el Partido Popular Danés, que superó el 21% en 2015, influye en el Gobierno con medidas restrictivas de acceso a la nacionalidad, y en Finlandia, hace unos días, los Verdaderos Finlandeses se quedaron a dos décimas de la victoria.

Nadie se libra, ni los motores del proyecto europeo. Alemania, que tras el trauma de la Segunda Guerra Mundial vivió sin extremistas en el Bundestag desde 1945, ve hoy como Alternativa por Alemania (AfD) ejerce de referente de la oposición con el 12,6% de votos logrados en 2017, capitalizando el rechazo a la política de asilo migratorio de Merkel. Han dejado de sorprender los desfiles de neonazis por las calles de la antigua Alemania oriental.

En Francia, la ola nacionalista de la Agrupación Nacional de Marine Le Pen solo fue contenida por el liberal Macron en la segunda vuelta de las presidenciales. Ni la tradición europeísta del vecino galo frena este fenómeno, que ha conquistado barrios obreros de las grandes capitales y de las ciudades de la Francia rural.

Como singularidad española, los resultados de Vox le permitirán tener un altavoz notable con 24 diputados en el Congreso, pero ni gobernarán ni, por aritmética, tendrán un papel referencial como oposición. Su emergencia, en realidad, parece beber más de la descomposición del PP que de un resurgir nacionalista.

Los resultados de Vox, al menos en su entrada en las instituciones, son de los peores de Europa. Solo tienen menos votos los ultras de Bélgica, Portugal, Luxemburgo o Reino Unido, pese a que el UKIP pueda apuntarse parte del brexit. En todo caso, después del 28A, únicamente Portugal, Irlanda, Luxemburgo y Malta permanecen dentro de la UE inmunes a la extrema derecha, que tiene ahora en su diana a la Eurocámara, cuya renovación se decide en las elecciones europeas del 23 al 26 de mayo.

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