No pegan carteles. No tienen lema. Los abstencionistas son el partido invisible. Su líder se llama Hartazgo, Decepción, Pasotismo, Hipercriticismo. Nihilismo, si uno fuerza la mollera y se acaricia el mentón. El exceso de campaña y el vomitorio tertuliano pueden inflar sus alforjas: el sistema hay veces que se retrata solo y sus voceros no hacen más que aventar el hediondo cenagal. Aunque las encuestas los confinen a la letra pequeña, no le ha ido mal a este grupo informe que muchas veces milita en la clandestinidad y tiene el exabrupto como himno. Miremos las Elecciones Generales en la Comunitat Valenciana: tocaron techo en el año 2000, con la victoria Aznar, con el 27,3 % de los electores. Desde entonce, la abstención nunca ha bajado del 20 %. En la última cita Rajoy-Rubalcaba sedujo al 25,8 % de los valencianos. Uno de cada cuatro. Cuando esté en la cola del supermercado y haya dos personas más esperando a pagar, mire bien: de los tres clientes y la cajera, hay uno que no vota. Si la cajera está explotada, usted lee el periódico, la abuela de delante se juega su pensión y el joven de atrás languidece en el paro, juegue al quién es quién. Primera pregunta: ¿Lleva gafas?