Ser viejo tiene mala prensa. En todo. Bueno, menos en la prensa: los que piden renovación a partidos, sindicatos y organizaciones de todo tipo no suelen apartarse y ceder el micrófono o la columna al becario. Ése que traiga el café, que yo pondré el «prime time» y el editorial. En la política, la juventud es un valor. ¿Por qué? No se sabe: es un valor y punto. Además, no pregunten tanto. La gerontocracia es lo contrario a lo que se lleva esta temporada (ya cambiará el escaparate, ya). Rivera, Iglesias, Sánchez, Garzón. El relevo generacional, sí. La segunda Transición, por supuesto. Lo importante es ser joven. Y, en su defecto, no haber estado expuesto a la nociva radiación (ríanse de Chernóbil) que emana cualquier parlamento nada más pisarlo. Gases «cásticos» letales. O ser joven o venir de fuera. No ser político. Ahora bien: siempre hay fallos. Y si a una pata de la vieja política se le escapa poner a Ciprià Ciscar y Pepa Andrés en las listas, al otro se le desliza Pedro Agramunt. Motivos para la crítica, muchos: el desgaste, la pérdida de ilusión y la relajación, los primeros. Por cierto: ¿Sabe quiénes son Antonio Estañ, Belén Bachero y Mari Carmen Sánchez? Son actuales diputados de Podemos, Compromís y Ciudadanos en las Corts y tienen entre 28 y 33 años. La nueva política. Tal vez acabe la legislatura y usted siga sin conocerlos. ¡Qué más da! Son jóvenes.