Avispada, inteligente, astuta. Ese es el significado real de la columna de nombres que usted observa en la octavilla que va a encerrar en el sobre el día 20. Juega a ser letanía, simple enumeración, como macarrones-queso para ensaladas-champú-vino tinto, pero tiene más que ver con una cazadora sibilina, igual que un velociraptor. ¿Que por qué? Porque no la ve, amigo. La lista es un cepo para osos escondida bajo la hojarasca: usted asume el logotipo corporativo de la papeleta, incluso unos cuantos nombres escritos en ella, pero lo más seguro es que se le escapen los insondables preceptos a los que le está empujando la lista. La imparidad, por ejemplo, o la paridad. O las cuitas intestinas en el partido para entrar en ella y luego para establecer un orden, ajenas la mayoría de veces a valores que enaltecen el alma humana y más cercanas a las riñas de gatos. Lo que nos lleva a la invulnerabilidad de su jerarquía: usted acepta que son todos los que están y están todos los que son y ni agite ni voltee la lista porque su favorito no va a escalar posiciones. Y ahora llega lo mejor, cuando se rebela como Hombre Mejor Informado del Planeta espetando a este humilde informador que usted conoce todos los límites de la lista, apuntando una prueba: «al menos la del Senado es abierta, aunque no sirva para mucho». Y dice que simplemente acepta el sistema como mal menor, incluyendo a sus paracaidistas. ¿Pero seguro que lo conoce todo? Baje hasta el número 13 de esa lista y lea sus dos apellidos. No le suena, ¿verdad? La lista le acaba de encajar un maravilloso desconocido en todo su sistema de valores.