No tiene físico de «pilotari» pero desde la humilde acción de la «ferida» decanta títulos. Es Oltra, el feridor nacido en Genovés. Oltra II (Mónica de nombre) hace lo mismo. No va en las listas pero puede decantar la victoria de su coalición. Es una simple feridora de mitin. De hecho sus victorias se producen ya en otros ámbitos; la penúltima la contó Arabí y fue contra un concepto, el Voto Útil, introducido tras generaciones de izquierda descuartizada. Si sus enemigos políticos buscan las causas de la eclosión de Oltra, en parte deberían mirarse el ombligo. Fue «la de las camisetas» y la que se lanzaba contra los policías en el Cabanyal, en esos sonoros desprecios que solo hablan del enunciante: es un tipo acojonado. En algún momento de la génesis del bipartito se probaron alianzas que pusieron a las claras la dimensión de la vicepresidenta, puesto que el poder es más evidente cuanto más cercano es el círculo de tus antagonistas. Si el que está al otro lado de la cama quiere asesinarte, eres ya un Estado. «Yo votaré a la Mónica» fue el fenómeno de las autonómicas, una revelación tan pura que hace imposible el debate. Curioso que, tratándose de un animal político total, la política resulte ser lo que hay más allá de Oltra.