Iniciamos nuestra tercera campaña electoral en doce meses, que se dice pronto, y si algo caracteriza el ambiente actual es el fastidio. En palabras de la RAE «aguantarse, sufrir con paciencia algún contratiempo inevitable». Probablemente sea la mejor definición para gran parte de la ciudanía. En esta campaña déjà vu no hay muchas novedades en el producto electoral: mismos políticos „no hablo en genérico, son cuatro los candidatos, todos hombres„; las grandes formaciones concurren tal y como lo hicieron en diciembre a excepción de Podemos, que incorpora a IU; mismo estilo de campaña, tal vez un poco más incisivas pero sin aspavientos salvo la «suequización» de Podemos; y prácticamente el mismo contenido programático en las cuatro formaciones, lo que traducido en percepción social vendría a ser «ya sabemos lo que dicen todos» o «ya estamos otra vez con lo mismo».

Pero una cosa sí varía y es el ruido de la campaña respecto a diciembre. Sólo en este inicio hemos tenido declaraciones irresponsables de un líder religioso, la educación concertada en la calle como hace años que no veíamos, la polémica de la cartelería en valenciano de la ciudad o la pugna a nivel estatal sobre la socialdemocracia. Todos estos temas, y otros muchos que caducarán precipitadamente, reflejan una tensión político-mediática, que no social, que procura minutos en antena, columnas de prensa o tuits a los políticos, que ni aportan discusión ni clarifican las propuestas programáticas de cada partido.

Convendréis conmigo que al ruido y a la escasa novedad respecto a diciembre, hay que añadir el hastío producido por la saturación y sobreexposición de los políticos así como la no conformación de gobierno. Es entendible que haya decepción y esto se refleje en el clima político actual. Y más si comparamos con el ambiente electoral tan intenso que hubo en diciembre del año pasado. Si hacemos memoria, la agitación en parte de la ciudadanía (emoción activadora) generaba una tensión política que catapultó a los nuevos partidos. De hecho, el zarandeo del sistema de partidos fue producto de la canalización política de ese enfado. En este 26J estamos hablando de hartazgo (emoción desactivadora) y desinterés ante la campaña y ante la política. No se observan las conversaciones en el autobús sobre tal o cual partido; no hay esas expectativas respecto a los debates televisivos, ni siquiera con la novedad de cuatro mujeres. No se percibe la incorporación de la política a nuestra cotidianidad como sí ocurrió entonces. Si nos vamos a los datos, en la preelectoral del CIS de diciembre, la intención de ir a votar era del 75 %, siendo la participación final del 73 %. En la preelectoral del CIS de esta semana, la intención de ir a votar es del 71 %, cuatro puntos inferior. Esto significa que podría no alcanzarse el 70 %, cifra que, desde la década de los noventa, es sinónimo de conformación de gobierno por parte del PP.

En definitiva, estamos ante una campaña electoral compleja, extraordinaria (efecto del aprendizaje del elector) al tiempo que tediosa, descafeinada, en la que los partidos y sus líderes apretarán la palanca emocional en el tramo final para sortear el principal escollo: el hartazgo generalizado. Y lo paradójico es que, pese a todas esas sensaciones, en estas elecciones nos jugamos lo mismo que en diciembre.