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Resultados elecciones municipales 26M

La democracia en la barra del bar

El PAI de Benimaclet, el conflicto con los carriles bici, el plan del Cabanyal, la turistificación, las personas mayores, la inmigración o la cuestión identitaria surgen como elementos de discordia en un particular test sobre las elecciones locales de hoy mismo

Aquarium Gran Vía.

Se le atribuye al negro Fontanarrosa, popular escritor argentino, una de esas frases que retratan la lucidez del que se ha criado más fuera que dentro del hogar: «En el bar estás en tu casa y a la vez estás balconeando la calle». Los bares. Esas ágoras de debate y esparcimiento de parada necesaria para quien quiera tomar el pulso de una ciudad. Los hay funcionales, anodinos o auténticos templos. Pero en todos se huele lo que siente el pueblo.

Son las 10 y media de la mañana en una semana electoral y Benimaclet está tranquilo. Por la plaza del barrio, unas señoras van a la gimnasia; las banderas que flamean en los balcones dan testimonio de la oposición vecinal al nuevo PAI; un grafiti decora una fachada y Joan Ortega, ferroviario de 79 años, apura el primer café en el bar la Murta, su parada obligatoria matinal. «Me gusta la idea de Ribó y su gente. Me gusta caminar y a mi edad cruzo València en nada. No entiendo cómo a la gente le gusta ir con coche por el centro», sentencia esta leyenda del teatro fallero.

«No hay bar más heterogéneo que éste. Los que quieren encasillarnos se equivocan. Aquí han estado desde Ximo Puig a David Fernández, de la CUP, o un antiguo jefe de la OTAN en València», defiende Pepe, uno de los socios de la Murta, mientras entra a tomar algo Àlex Seguí, uno de los cantantes de la extinta Gossa Sorda, uno de los grupos referente del espectro joven de Compromís.

En las paredes, Ovidi Montllor y Al Tall conviven con carteles de voluntariado y un póster de la revolucionaria El virgo de Visanteta. Entre la parroquia, todos parecen contentos con la dinámica del barrio, pero hay matices. «Benimaclet ha cambiado mucho, para bien. Para la gente de mi edad no es un barrio, es un pueblo. Aún decimos: 'Vamos a València'. A mí me encanta ver a toda la juventud que se ha afincado aquí», señala Lucía. Se refiere a esa mezcla de vecinos de toda la vida, estudiantes que pasaron por las universidades cercanas y familias jóvenes que han echado raíces.

«No sé por dónde irán los tiros el domingo. Me gustaría que ganase la izquierda. La urbanización de las calles, agrandar las aceras, ha sido un acierto», apunta Lucía. Emerge cierto disgusto con la gentrificación y la presión urbanística. «Me gustaría que se controlara más la apertura de bares. Cada tienda que desaparece la ocupa un bar. Éramos un pueblo. O bien controlar los horarios o la apertura de nuevos bares», añade. El futuro PAI, con 1.350 viviendas, preocupa a los vecinos: «La ciudad debería crecer más despacio. Todos los PAI exteriores de la ciudad están proyectándose a la vez».

El carril bici

Atravesando el río, en la Gran Vía Marqués del Túria, Aquarium es una de las barras nobles del Eixample. Camareros uniformados, tratamiento de usted y décadas de acreditada tradición coctelera. Es la hora del esmorçaret, aunque aquí se toman sobre todo cafés con leche y cruasanes a media mañana. Hay gente mayor, aunque también profesionales de los aledaños de despachos, entidades financieras, de boutiques de ropa cara... En realidad, la variedad del establecimiento es notable: lo mismo te encuentras a exjugadores del Valencia CF que a asesores del Botànic.

Entre los habituales toma un cortado Ignacio Soriano, corredor de seguros con despacho en Isabel la Católica. Ocupaba el séptimo puesto en la lista de Vox al Congreso de los. «¿Cómo veo València?». Dice que Zaplana y Rita Barberá transformaron la urbe pero lo primero que le viene ahora a la cabeza es el debate sobre la movilidad: «Hay demasiados carriles bici en la ciudad. Soy ciclista desde hace muchos años aunque por razones profesionales me muevo en coche entre semana y me parece una barbaridad lo de la calle Colón, Reino de València o Ruzafa. Se perjudica al comercio y genera caos circulatorio».

Un cartel en la pared atestigua cierto desacuerdo con Giuseppe Grezzi y el giro a la movilidad. Presidiendo la pared principal, la maqueta de un buque de Boluda Lines, timones de barco y cabos sueltos dan fe de la solera del local. «Vivo en el barrio de Campanar. Allí, al igual que en Torrefiel, hay una preocupación entre los vecinos por el estado deficiente de las residencias públicas y su mantenimiento, y sobre qué hacer con los inmigrantes y gorrillas. Soy partidario de regular la inmigración», apunta. «¿Populismo? ¿Nacionalismo español? Eso son etiquetas. Hay que atender a las personas cuando están en España pero hay que evitar el descontrol», comenta Soriano.

Tiene prisa porque está esperando a clientes. «¡Por cierto! Hay que reducir la burocracia en la Conselleria de Bienestar Social, que tardó casi dos años para reconocer el grado de discapacidad de mi madre de 91 años. Pero el ayuntamiento fue muy ágil al expedir la tarjeta de discapacitados para que la pueda trasladar en mi vehículos. Ahí la corporación de local de Ribó funcionó bien», concede.

En Tres Forques, barrio obrero en la frontera occidental de la ciudad, emerge otro tipo de cabreo: «Me da igual quién gane, van todos a lo mismo», señala el propietario de un bar que prefiere mantener el anonimato. Las causas del disgusto son antiguas, desde el pago excesivo de impuestos a la competencia china o pakistaní en bares y fruterías. «Me da lástima el día de mañana por la gente joven, que no va a tener trabajo», añade.

«Catalanización»

En otro local, Justo Valverde, ingeniero jubilado tras una carrera en el sector del automóvil en València, exhibe su desagrado con la gestión del gobierno municipal. «Para mí, mal», resume ante un plato de arroz al horno a la hora de comer en el bar Hermanos Orero, un clásico de Tres Forques. Entre su abanico de argumentos, aparecen desde la cuestión identitaria -«No me ha gustado la catalanización por parte de Compromís y del PSPV»- hasta el cambio drástico en movilidad: «Veo que el tema de los carriles bici es un poco exagerado. A los coches se les obliga a respetar las normas y los que usan el carril, no lo hacen. Es un desastre», señala Valverde, que también reconoce mejoras en las calles del entorno.

Como en todos los barrios, el corazón de Russafa late en el mercado. Y el bar es el centro de debate. Su gerente, Richard, es de hecho el presidente de los comerciantes. Como es martes, María del Estal acude con sus hijas a la cita semanal en el mercado.

Sin que se le pregunte, Esther pone sobre la mesa, entre los restos del almuerzo, uno de los hits de la campaña: Vox. «No me gustaría que entraran en el ayuntamiento. A la gente como mi hermana, que está en una silla de ruedas, les pueden quitar ayudas, no los contemplan igual que al resto de los individuos», dice tras dos campañas electorales de ruido y miedo, que también se traslada a los derechos de la mujer en temas como el aborto.

Estas mujeres, que aprueban la gestión del tripartito de izquierda tras dos décadas de Rita Barberá, ponen deberes al nuevo gobierno. Amaia, su hermana, reclama al nuevo consistorio «más ánimo de negociación a nivel político y menos populismo». Y aprovecha el foco para lanzar una petición: «Estoy hasta las narices de tener que esperar a que las cosas nuevas de la ciudad sean accesibles. Me gustaría que los arquitectos y los ingenieros que trabajan en el ayuntamiento de vez en cuando cogieran una silla de ruedas».

En el Cabanyal, tras dos décadas de estado de excepción político y social, la última legislatura ha servido de antiinflamatorio. «La gente ya lo ha olvidado. Lo que iban a hacer [la prolongación de Blasco Ibáñez] era una locura. Era partir el barrio en dos. Lo que han hecho [un plan de rehabilitación] es lo que ha luchado mucha gente, y me alegro», apunta desde la barra del Mont Blanc Lydia Sanchis, dueña de una cristalería en la calle de la Reina.

En una situación privilegiada, la esquina de la Reina con Mediterráneo, con vistas al mar y al mercado, Mont Blanc es uno de los clásicos, con cuatro décadas de almuerzos en un barrio que no para de crecer en oferta gastronómica y de ocio.

Por ahí, quizá, llegan algunos temores: la gentrificación. «El turismo, como lo de los patinetes, tiene que estar controlado. No puede ser que los alquileres suban y que luego un estudiante tenga que pagar como en Barcelona 800 euros por un piso. Pero que venga gente de fuera es positivo para el barrio. Se acoplan a tu estilo de vida, no lo cambian», reflexiona Sanchis.

Temor a la especulación

«Al barrio le ha ido muy bien. Las calles están nuevas, hay mucha más gente, han abierto inmobiliarias y bares. Me parece estupendo el ambiente que hay. El barrio tiene mucho encanto y estaba un poco mustio», celebran dentro de la barra, satisfechos con la reactivación de la fachada marítima de la ciudad.

También hay críticas. Ana, por ejemplo, señala los problemas que se perpetúan en la «zona cero» del barrio: limpieza, instalación eléctrica, seguridad..., cita. Su acompañante, Carlos, critica la lentitud del plan del Cabanyal: «La falta de una política continuada ha permitido que los especuladores se hagan con propiedades y pongan en marcha nuevas edificaciones muy especulativas. Mientras, en la calle de la Reina cada dos casas hay una cerrada», lamenta.

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