El cáncer es el “nombre que se da a un conjunto de enfermedades relacionadas”, según establece el Instituto Nacional del Cáncer (INC). La entidad explica que este es consecuencia de un desorden en la formación celular. Una patología física que, no obstante, también tiene repercusión emocional. Y es que, aunque la enfermedad remita tras el tratamiento, su huella permanece.

Esta enfermedad constituye una de las principales causas de morbi-mortalidad del mundo, como establece el último informe de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM). Así, el monográfico indica que las estimaciones poblacionales advierten que el número de casos nuevos se duplicará en las dos próximas décadas.

Una realidad extrapolable al ámbito nacional, ya que la Red Española de Registros de Cáncer (Redecan) pronostica que este año finalizará con 277.234 tumores diagnosticados en España, y que plantea diversos desafíos.

Y es que, tener cáncer cambia la vida. Tras la enfermedad, las convenciones sociales adquieren una nueva dimensión. En este sentido, aspectos como el cambio de la imagen corporal, la autoexigencia por retomar las rutinas previas o los cambios en las dinámicas familiares, entre otros supuestos, pueden acompañar a sensaciones de miedo e incertidumbre.

De hecho, muchos especialistas ya hablan de la “herida emocional”, una en la que están presentes el estrés, la ansiedad o la depresión. Tanto pacientes como familiares se enfrentan a un duro proceso ante el que los expertos aconsejan pedir ayuda, buscar refugio en herramientas prácticas y fortalecedoras. Difícil a priori, pero muy necesario.

¿Qué es la Psico-Oncología?

Así, la Psico-Oncología surge con el propósito de dar “respuestas emocionales de los pacientes, familiares y equipo sanitario durante todas las fases de la enfermedad”, como estableció Jimmie C. Holland, considerada la “madre” de esta ciencia.

Esta práctica, que bebe de “factores psicológicos, conductuales y sociales en el riesgo y supervivencia”, permite identificar las “reacciones emocionales adaptativas”, así como proporcionar el “tratamiento psicológico adecuado” y las “alteraciones emocionales de los familiares”, según la teoría defendida por María Die Trill, experta en Psico-Oncología.

Unidad de Psico-Oncología del IVO

La Fundación IVO cuenta desde hace más 25 años con una Unidad de Psico-Oncología integrada por un equipo compuesto por tres psicólogas . Así, el trabajo de Rocío Romero, coordinadora de la Unidad, Ana García-Conde y Pilar Llombart consiste en el planteamiento de terapias que ayudan a que los pacientes integren la enfermedad en su rutina y aumenten tanto su percepción de control como su confianza.

“Tratamos de que vean la enfermedad como un acontecimiento más que ha venido a producir cambios en su vida. Es una situación difícil y problemática, pero como otras en la vida”, argumenta la doctora Romero. “La vida te trae cosas que no esperas y has de adaptarte a ella, el cáncer es una más”, puntualiza.

Tipos de terapias y beneficios

Individuales o grupales, las terapias psico-oncológicas ofrecen numerosos beneficios. Desde una notable mejoría en la calidad del sueño o de tolerancia a los tratamientos quimioterapéuticos hasta una reducción de la fatiga, las sesiones consiguen aumentar la autonomía y reforzar la fortaleza del paciente.

“Pretendemos que el paciente comprenda que estás ahí para ayudarle, pero que él va a poder hacerlo por sí mismo, solo que en ese momento está atascado y no sabe dónde encontrar la respuesta”, esgrime Romero, quien añade que “hace falta un tiempo para conectar con el paciente y ponerte de igual a igual”.

Como explica, la angustia por la enfermedad es el primer síntoma, aunque posteriormente aparecen nuevas inquietudes que la magnifican, por lo que la doctora asegura que “a veces el motivo inicial no tiene nada que ver con el que acabas trabajando”.

Además, estas terapias individuales pueden complementarse con sesiones grupales, impartidas también en la Unidad de Psico-Oncología del IVO. El trabajo se centra en dos líneas de intervención, la Psicología Positiva y el Mindfulness. La primera de ellas abarca campos como las emociones positivas, la resiliencia o el crecimiento personal con el objetivo de “encontrar un sentido a la enfermedad que no sea un mero acontecimiento traumático”.

La otra vía de actuación tiene en la compasión su principal factor metodológico y se centra en reeducar a las personas para que aprendan a vivir con la mira puesta en el presente. No obstante, ambos métodos de intervención son complementarios.

¿Qué tipo de pacientes pueden acceder a la Unidad?

Aunque las especialistas del Instituto Valenciano de Oncología (IVO) aconsejan someterse a estas terapias “cuando se necesite”, con independencia del estado en el que se encuentre la enfermedad, sí hay síntomas que fijan la necesidad de solicitar esa ayuda.

En este sentido, Rocío Romero diferencia los comúnmente conocidos como “bajones” de los “malestares que perduran a lo largo del tiempo”. Este malestar invalida a la persona impidiéndole seguir con sus quehaceres diarios, así como anulando su proyección de futuro. “Cuando el miedo se apodera de ti es el momento de pedir ayuda”, concluye.

Para poder identificarlos, la National Comprehensive Cancer Network (NCCN) —uno de los principales organismos internacionales especializado en el estudio del cáncer— publicó una recomendación dirigida al personal sanitario vinculado a pacientes oncológicos. En esta estableció el que definió como “sexto signo vital”. Y es que, mediciones como peso, temperatura, presión arterial, frecuencia respiratoria o pulso deberían incluir el distrés.

Se trata de estrés negativo que potencia la sensación de vulnerabilidad o tristeza, llegando a generar una crisis existencial o espiritual. Así, como herramienta de medición se creó el Termómetro de Distrés, que permite controlar los niveles de malestar emocional.

Su sencilla aplicación hace que cualquier persona pueda utilizarlo. Parte de una cuestión básica a la que hay que responder con una valoración numérica: ¿cuál es mi grado de malestar emocional? Si la respuesta se sitúa por encima de los cinco puntos, la persona debería solicitar una valoración profesional. Además, a esta primera pregunta debe añadirse una segunda: ¿cuánto interfiere en mi vida ese malestar?

Este simple cuestionario puede hacerse en diversos momentos a lo largo de un mes y medio para comprobar si las valoraciones se repiten y, en base a estas, establecer la urgencia de la intervención de ese malestar.