Los diputados que en la tarde del 23-F de hace treinta años estaban en el hemiciclo del Congreso sintieron miedo por sus vidas y por el futuro del país, preocupados por que la incipiente democracia española pudiera tener un final tan prematuro. Ahora, tres décadas después, algunos de aquellos parlamentarios evocan la noche en la que la democracia se tiró al suelo, que ninguno ha podido olvidar. Todos están convencidos de que su angustia no fue en vano y de que la intentona golpista se convirtió al final en una vacuna contra el totalitarismo, y coinciden en que debe recordarse el 23-F para que los españoles no olviden que hay que ganarse la libertad cada día.

Manuel Chaves (diputado del PSOE).

Alfonso Guerra (diputado del PSOE). Vivió aquel momento "con una profunda preocupación", una "angustia" que ya no recuerda con la misma intensidad porque el tiempo "siempre suaviza las aristas". Una "preocupación continua y constante" que Guerra explica que sintió por el futuro del país, por lo que podría suceder en España y por lo que les ocurriría a los demócratas, que quizás tuvieran que "empezar otra vez la lucha por la libertad, por la democracia".

Al cabo de treinta años, la conclusión que saca es que aquello representó "una vacuna para la sociedad", porque consiguió los efectos contrarios de los que perseguían los golpistas: "La gente -argumenta- comprendió que existe una gran fragilidad para la democracia y que, por lo tanto, hay que saber defenderla en todo momento".

Jaime Mayor Oreja (diputado de UCD). El ahora dirigente nacional del PP Jaime Mayor Oreja recuerda sobre todo "la angustia personal" que le abordó nada más oír los primeros disparos, tras lo que se tiró al suelo buscando protección. "Más que miedo, fue eso", afirma quien por entonces ya sufría el asedio de ETA. A Mayor, entonces diputado vasco de UCD en sustitución de Marcelino Oreja, le inquietaba su porvenir, pero también el de España, ya que el golpe significaba "una tragedia para la incipiente democracia" que entre todos, de izquierda a derecha, se estaba forjando.

El exministro del Interior pensó en varias ocasiones durante aquella larga noche que le podían matar, sobre todo cuando los golpistas comenzaron a juntar sillas en el centro del hemiciclo o cuando sacaron de él a Santiago Carrillo y a Fernando Sagaseta.

Juan Carlos Rodríguez Ibarra (diputado del PSOE). Exhibió unas insólitas dotes de adivino, porque, antes de que empezaran los tiros, reconoció a Tejero y supo que se trataba de un golpe de Estado. Pero, afortunadamente, su intuición le falló sobre el resultado, porque durante horas pensó que les iban a matar a todos. Esa noche, quien luego fue presidente de Extremadura experimentó un combinado de dolor y vergüenza porque España "volvía a las catacumbas"; asco, por la forma en la que se comportaron ante la soberanía popular, tratando de humillar a los diputados constantemente, y alivio, cuando a la mañana siguiente comenzaron a salir algunos rehenes.

Juan Barranco (diputado del PSOE. También estaba allí y sintió miedo al ver entrar a Tejero pegando tiros, por eso se tiró al suelo como la mayoría de los parlamentarios, pero también sintió una "profunda pena" porque se veía encima otra dictadura. "Yo, en aquel momento, me hice a la idea de que en el mejor de los casos acabaría en la cárcel", pero lo que más le entristeció, según cuenta, era la idea de "volver atrás" y pensó que, una vez más, este país "no tenía arreglo".

Luis de Grandes (diputado de UCD. El hoy parlamentario europeo reconoce que cuando oyó el "Quieto todo el mundo" y luego los disparos, también se escondió debajo del escaño. "No se piensa en un momento así". Más tarde, atrapados en el Congreso, surgen las emociones. De Grandes recuerda que incluso vio llorar a un guardia civil, o que los diputados, para ir al baño, tenían que ir acompañados por los asaltantes.

Manuel Núñez Encabo (diputado del PSOE). Eran 18,23 cuando estaba votando, por segunda vez, en contra de la investidura de Leopoldo Calvo Sotelo cuando Tejero irrumpió a tiros. Y era la segunda vez porque la primera, un segundo antes, recuerda el diputado socialista, no se oyó por los ruidos y gritos que ya venían de los pasillos del Congreso.