Nueve de cada diez barrigas cerveceras de mi calle consideran que el ejercicio físico es «un peñazo», y a tres de cada cinco les encantaría adelgazar si fuera compatible con la fabada asturiana y con su vía de acceso al deporte, que consiste en verlo por la tele. A todos ellos les va

a llenar de emoción el descubrimiento de una hormona que produce efectos similares al ejercicio físico pero sin sus inconvenientes de sangre (alterada) sudor (a mares) y lágrimas (por las agujetas).

Adiós al método Atkins, tan querido por los norteamericanos. Adiós al Dukan, su equivalente francés. Adiós a la escasez de salvado de avena. Las revistas femeninas deberán buscar nuevos contenidos para mayo, porque la «operación bikini» ya no requerirá de las dietas milagrosas con que nos obsequiaban: las de la alcachofa, el pepinillo, el pomelo, la cola de

caballo o las infusiones de piedra pómez, un suponer.

Adiós para siempre a la dieta del cucurucho, la de comer poco y hacerlo mucho. Que tampoco se queman tantas calorías, pero se queman a gusto. A partir de ahora, hacerlo mucho y comer más. Vayan buscándole nombre. ¿La dieta de Barrabás? La cosa funciona así, más o menos: en la Escuela de Medicina de Harvard

han descubierto que cuando hacemos ejercicio no solo quemamos calorías en los músculos, sino que estos segregan una hormona que viaja por el cuerpo, llega a los depósitos de grasa blanca (mala) y ayuda a transformarlos en grasa parda (buena), que se transforma fácilmente en calor.

Gracias a este mecanismo, el cuerpo sigue quemando calorías varias horas después de cesar el ejercicio. A la hormona la han llamado irisina, y sus descubridores esperan hacerse de oro con la patente. Habrá que esperar, porque no van a comercializarla hasta haber descartado efectos secundarios, pero los científicos confían en que será de gran utilidad en la prevención de la obesidad y la diabetes. Y el resto de los gente confiamos en que nos ayude a hacer realidad el famoso eslogan: «pierda peso sin esfuerzo, pregúnteme como», que nunca es verdad, porque siempre nos piden renunciar a los gratos placeres de la cocina y de la bodega, y eso es mucho esfuerzo.

En lugar de ello, nos pedirán algo tan

sencillo como tomar una pastilla. Y adiós a la talla XXXL. Pero ya les advierto que no nos van a dejar tranquilos. Nos recordaran inmediatamente que el ejercicio sirve para algo más que para mantener la

silueta. Según el cardiólogo Valentí Fuster, eleva los niveles de colesterol bueno, reduce los del malo, previene infartos y apoplejías, es un poderoso antídoto contra el estrés, ayuda a superar los estados

depresivos, retrasa los síntomas del Alzheimer y reduce los riesgos de cáncer de mama y colorrectal.

O sea, que continuaran insistiendo para que nos pongamos el chándal aunque no sea domingo. Eso sí: tras la ducha,

píldora y doble de fabada.