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Entrevista

José María Lassalle: "El populismo quiere instaurar dictaduras blandas"

El alto cargo del Gobierno acaba de publicar el ensayo «Contra los populismos»

Doctor en Derecho y exsecretario de Cultura con José Ignacio Wert, José María Lasalle lleva ahora la Secretaria de Estado de la Sociedad de la Información y Agenda Digital y acaba de publicar Contra los populismos (Debate). Este político del PP se declara liberal y firme partidario de recuperar la virtud y los valores de Occidente.

P ¿Estamos a tiempo de impedir el triunfo del populismo en nuestras sociedades?

R Sí, pero tenemos que adoptar medidas y concienciarnos de que este es un problema real y acuciante que ha llegado para quedarse.

P ¿Cuál es exactamente el problema?

R Que hay una decepción generalizada de importantes segmentos de la sociedad hacia todo lo que representa el Estado del Bienestar y la democracia representativa. Esa decepción se ha traducido en malestar y resentimiento, experiencias que no se tenían en Occidente desde el periodo de entreguerras.

P ¿Qué busca el populismo?

R Instaurar mayorías permanentes que perviertan la esencia de la democracia y den sostén a liderazgos también permanentes para instaurar dictaduras blandas adaptadas a los tiempos posmodernos que vivimos.

P ¿Cómo ha surgido esa fórmula posmoderna de sociedad cerrada, de la que han brotado el odio y el resentimiento?

R Ha surgido de una sentimentalización de la vida política que tiene su origen en el romanticismo neocon y que es la experiencia política nacida tras el 11S.

P Que supuso la irrupción del miedo como experiencia colectiva, ¿no?

R Exacto y a escala global. Ese miedo ha condicionado las respuestas políticas de las democracias occidentales incapaces de restablecer un clima de confortabilidad emocional.

P ¿Por qué falla la democracia?

R Porque no se ha comprendido que la democracia está para enfriar las pasiones, no para agudizar las contradicciones y las tensiones que generan las emociones. La política no es emoción sino racionalidad.

P ¿En qué se diferencian quienes hoy quieren cargarse la casta de los protagonistas de la Revolución Francesa o de los bolcheviques que asaltaron el Palacio de Invierno?

R En que los humillados y ofendidos actuales, el proletariado emocional, son un movimiento transversal que trasciende todo tipo de fronteras y proyecta malestares individuales a los que la política no ha dado respuesta.

P ¿Qué ocurrió en la acampada del 15M en la Puerta del Sol para que nada fuera igual desde entonces?

R Se llevó a cabo una primera experiencia con éxito de un diseño populista que ha condicionado desde entonces la vida política de nuestro país porque ha fijado un marco de referencia dentro del que todavía de un modo reactivo nos movemos los actores políticos.

P En el caso de España el populismo trata de desacreditar la transición democrática. ¿Por qué?

R El populismo tiene que ver con el colapso del discurso económico y político de la Ilustración y eso se extiende a Occidente. En el caso español, la crítica comienza con el 15M y acaba consolidándose mediante el desarrollo de un programa político alternativo a los principios en los que se fundamenta la transición. Una de las ideas del 15M es que nuestra Constitución fue de punto final donde los vencedores de la guerra no fueron los perdedores de la democracia y viceversa. Se ha deslegitimado una parte muy importante de los fundamentos sobre los que se construyó la transición.

P ¿Se refiere a la idea de reconciliación?

R Sí. La reconciliación no forma parte del lenguaje del populismo porque se sustenta siempre en el conflicto con los enemigos.

P ¿En qué se parecen Iglesias, Trump, Chávez o Le Pen?

R Todos tienen la misma longitud de onda: el desprecio inconsciente a lo que representa la sociedad abierta y articulada a través de una democracia representativa y de un modelo de pluralismo partidista. Ninguno de ellos cree que haya que ser tolerante con el contrario.

P ¿Por qué es usted contrario a regenerar la democracia y se conforma con cuidarla?

R Regenerarla es imposible porque supondría aceptar que la democracia es un absoluto, algo que por sí mismo tiene una esencia. Lo que hay que hacer es cuidarla. La democracia es el producto de lo que hacemos los hombres que somos imperfectos y corruptibles. Lo que sí es posible es cuidarla y abrazarla en su fragilidad y contribuir a hacerla creíble a través de la ejemplaridad de quienes son sus actores. Aún siendo frágil, débil y llena de defectos, la democracia es el menos malo de los modelos de gobierno que conocemos.

P Cuando aborda la corrupción parece que sangra por la herida de su partido, pues viene a decir, como el presidente Rajoy, que es un mal inherente a la condición humana y no aporta soluciones para evitarla.

R La corrupción es una desgracia para la democracia pero no la principal razón de su crisis. La corrupción se combate con las mismas medidas que han acompañado la teoría del pensamiento republicano desde sus orígenes en la Roma clásica: con virtud, ejemplaridad, transparencia y capacidad de convicción.

P ¿Cómo encaja usted todos los casos de corrupción que afectan a su partido?

R Con desagrado, pero creo que la corrupción tiene más que ver con una práctica política asociada a mayorías absolutas que se hacen permanentes en el tiempo que con unas siglas. No es casual que los problemas de corrupción hayan emergido en comunidades autónomas como Cataluña, Andalucía y Madrid donde ha habido mayorías absolutas.

P El caso es que el PP no consigue liberarse del estigma de la corrupción.

R En la actualidad no hay escándalos de corrupción. Todo lo que aparecen son casos del pasado que salen ahora por demoras en las instrucciones. Se solapan los tiempos y se vive con una sensación de corrupción que no se corresponde con la realidad.

P ¿Cómo valora el giro dado por Pedro Sánchez al PSOE?

R Supone alejar al PSOE de ser un partido reconocible como alternativa que defienda la institucionalidad democrática tal como la entendemos en los países que quieren vencer la amenaza del populismo.

P Hábleme de la democracia, situada al borde del abismo de la poshumanidad que impone la revolución digital.

R Existe el riesgo de que se produzca un ciberpopulismo en el que los rasgos del populismo se entremezclen con el tecnonihilismo, que es todo ese proceso de transformación moral que el contacto con la tecnología está generando en mucha gente. No han entendido que la tecnología no es buena ni mala, pero tampoco es neutra y esa falta de neutralidad está modelando comportamientos y afectando nuestra capacidad para delimitar lo que está bien y lo que está mal y puede tener una repercusión política si se vincula con tendencias ciberpopulistas.

P ¿Cómo habría que alumbrar una nueva generación de derechos basados en la dignidad humana, cuando nuestros datos son utilizados para cosificarnos y clasificarnos mediante algoritmos?

R El Big Data no debe de ser un Gran Hermano, sino un Big Deal, un gran pacto social que permita crear derechos, hacer algoritmos más humanos y que la ética forme parte del flujo que circula a través de las redes.

P ¿Qué tiene de populista el independentismo catalán?

R El habernos llevado al escenario desquiciado del próximo 1 de octubre. El nacionalismo catalán fue decisivo para construir la transición, el proceso constitucional y parte muy importante de la estabilidad política de España. Ese nacionalismo que podía estar ligado al seny, a la razón, ha evolucionado hacia unos planteamientos populistas en los que los sentimientos y la rauxa, la pasión, lo dominan todo. Esa es la esencia de todo el proceso independentista desde hace tres años.

P ¿Cómo va resolver el PP el conflicto de Cataluña?

R Con la legalidad y el respeto de nuestro Estado de Derecho. No sé si ha fracasado o no la política en lo que hemos vivido pero lo que no puede fracasar nunca es la legalidad. Si ha fracasado la política, como algunos sostienen, hoy más que nunca debe garantizarse la legalidad porque es la respuesta al fracaso de la política. Después del 1 de octubre hará falta muchísima prudencia, especialmente entre los que no la han practicado durante estos tres años de rauxa institucionalizada a través de un populismo en el que no es reconocible el nacionalismo catalán.

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