Cuando un español quiere decir algo, agarra a un millón de personas mal contadas y sale a la calle. La nueva democracia predica "una persona, una bandera". Madrid se suma con entusiasmo a los festivales de abanderados habituales en Cataluña. La capital ha celebrado la Diada de Vox y otros, porque los demás partidos son arrastrados por la marca neofranquista, que no necesita ni alzar la vox para crecer. La formación de ultraderecha moderada succiona la realidad a su alrededor, sin que el gesto banal de Ciudadanos repartiendo banderas europeas compense la voluntad reaccionaria. Una persona, más de una bandera.

Ha sido la Diada de los pobres, porque las cifras quedan muy por debajo de las acumuladas sucesivamente en Barcelona. Suele ocurrir con las imitaciones. Tras el diagnóstico de la cumbre de banderas en Madrid, el pronóstico dicta que la derecha gana, el PP pierde y Ciudadanos queda fuera de juego. La iniciativa del catalán Albert Rivera siempre será sospechosa. Los eruditos establecen paralelismos entre la concentración de Colón contra Cataluña, y el millón de manifestantes que Rajoy sacaba cada sábado a la calle contra la misma geografía, o contra los homosexuales por casarse, o contra las mujeres por abortar.

Sin embargo, la segunda década del siglo aporta diferencias respecto a la anterior. Por ejemplo, la cólera ha crecido, así en España como en el resto del planeta. Además, el PP era el protagonista absoluto de las concentraciones de Rajoy y, por culpa del expresidente, se ve reducido hoy a la condición de un actor otoñal al que le roban los papeles de galán. Los populares son comparsas que solo ofrecen discurso, cuando se requiere acción. Encima, la audiencia no acompaña.

Las banderas abanican el repunte de la derecha, pero también la dilución del PP. Los cachorros carnívoros de Ciudadanos y Vox no serán siempre tan generosos como en Andalucía. Los populares jamás han compartido el poder, la perspectiva de cederlo a un compañero de la ultraderecha ligera implica la autodestrucción.

El mayor peligro de Vox reside en los terapeutas que desean curar a la población de este partido de ultraderecha precocinada. La mejor vacuna consiste en confrontarlo con un espejo, aunque tampoco vendría mal que la izquierda maximalista admitiera los errores en sus planteamientos pánfilos.

Escuchando a los tres hijos de Colón, tanto Rivera como Abascal poseen el mérito indudable de haber arrancado de cero para obtener resultados o perspectivas envidiables. También aquí palidece Pablo Casado, el caricato reducido a caricatura que en solitario no concentraría ni una bandera y que está agotando el crédito exiguo del PP.

En contra del objetivo de la convocatoria, la poco multitudinaria manifestación madrileña convierte a Pedro Sánchez en un moderado. Además de erigirse en vencedor de la jornada, en cuanto los vergonzosos periodistas erigidos en portavoces de partidos políticos lo han transformado en "apuñalador".

Las Diadas catalanas no impidieron que Ciudadanos sea en estos momentos el partido más votado en esa geografía. Tampoco la concentración en Colón bajo los mismos colores amarillo y rojo, porque el espectro ideológico o cromático tiene sus limitaciones, prohíbe que el PSOE rentabilice el odio ajeno. Así ocurrió en 2003, cuando los desfiles diarios contra la guerra de Irak no mermaron los resultados aznaristas en municipales y autonómicas. Tal vez el mayor reproche a los tres terrores de la ultraderecha simpática consista en que han delegado las posturas razonables en manos de Sánchez, afamado dinamitero.