Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Divididos y desorientados

Un autogobierno responsable y la europeización de España constituyen la salida más inteligente para una Cataluña cuya pluralidad es ya irreversible

Divididos y desorientados

La elaboración de un nuevo Estatut condujo al final -tras las reservas de una parte del PSOE a algunos artículos- a un proyecto recortado en comandita por José Luis Rodríguez Zapatero y Artur Mas en una célebre reunión. Aquel pacto era la única forma para que el Estatut pudiera ser aprobado en Madrid sin que Cataluña se rebelara. Mas pensó que el papel de CDC adquiría reconocimiento y que siempre tendría la bandera del Estatut original para reivindicar. Zapatero, que el pacto con CDC era obligado, que el PSC tendría que «tragar» y que en el fondo no le importaba tomar distancias del radicalismo de ERC. Para él podía ser más conveniente una gran coalición catalana CDC-PSC que una alianza con un Gobierno catalán muy influenciado por ERC e ICV.

Todo era explicable y tenía su lógica, pero el catalanismo se dividió porque ERC -dolida por haber sido excluida de los pactos finales y presionada por sus bases- decidió hacer campaña contra el Estatut recortado por Mas y Zapatero.

La consecuencia fue una degradación de las relaciones entre los partidos catalanistas (CDC, PSC, ERC e ICV), una cierta pérdida de entusiasmo en Cataluña con el Estatut por los incidentes negociadores y la oposición de ERC y que la hostilidad del PP siguió siendo fuerte. Por ejemplo, se opuso a algunos artículos del Estatut, pero dejó pasar artículos casi idénticos en otras reformas estatutarias. Como resultado, en el referéndum catalán de ratificación la participación no llegó al 50%, lo que «legitimó» al PP tanto para afirmar que el Estatut no interesaba a la población y era algo de las élites catalanistas, como a presentar un masivo recurso de inconstitucionalidad.

Entonces vino la larga deliberación (cuatro años) del Tribunal Constitucional sobre el Estatut, con detalles poco edificantes sobre la influencia de los partidos en la composición del tribunal lo que, unido a un Gobierno Zapatero crecientemente débil (a finales de 2008 empezó la crisis mundial más fuerte desde 1929), condujo a lo que el entonces presidente Montilla calificó de «desafección» de Cataluña respecto a España. Así la sentencia final del TC fue vista como una gran afrenta por la opinión pública catalana y dio origen a la primera explosión del soberanismo y a que parte del catalanismo, encabezado por Artur Mas, dijera que la vía estatutaria estaba agotada.

La deriva independentista

En el primer error -la negociación del Estatut de 2006- las culpas dentro del catalanismo están bastante repartidas entre el PSC, ICV (menos relevante pese al papel de Joan Saura), ERC y CDC. En el siguiente, la deriva independentista tras las elecciones de 2012, la responsabilidad principal es de Artur Mas, entonces líder de CDC, que gobernaba la Generalitat desde principios de 2011.

Tras un año de gobierno en plena crisis económica -con el apoyo parlamentario del PP de Alicia Sánchez-Camacho- Artur Mas llegó a la conclusión -cierta- de que los recortes le estaban haciendo perder apoyo electoral. La solución -relativamente moderada y pactada todavía con Duran Lleida- era ir a unas elecciones anticipadas con la bandera del derecho a decidir (el guiño al creciente sentimiento independentista tras la sentencia del TC) y el pacto fiscal a la vasca como programa de gobierno. Es lo que se prepara en la primavera de 2012, pero el 11-S se produce la gran manifestación -impulsada por la nueva ANC- que deja impactado a Mas. Rajoy no calibra bien el estado anímico de Cataluña y se niega a hablar del pacto fiscal. Entonces Artur Mas quema sus naves autonomistas y se lanza a la batalla electoral pidiendo el apoyo al derecho a decidir para ir hacia la independencia y una «mayoría excepcional».

Pero, contra pronóstico, CDC pierde doce diputados que van a ERC y se queda más lejos todavía de la mayoría absoluta. ¿Qué pasó? Desgastado Mas por los recortes, una parte del electorado de CDC pensó que, si se trataba de ir a la independencia, mejor votar a ERC que bajo el hábil liderazgo de Junqueras se había lavado del pecado de colaboracionismo con el PSOE en la etapa del tripartito. Y Mas no rectificó ante el correctivo, sino que hizo un pacto de gobernabilidad con Junqueras en el que se prometía un referéndum de autodeterminación en 2014, el tricentenario de 1714.

Seguir pese a no llegar al 51%

En este periodo se recrudece -bajo la apariencia de unidad- la fuerte competencia entre la CDC de Mas y la ERC de Junqueras para el liderazgo del procés a la independencia. El referéndum de 2014 es un momento de gran tensión con el Gobierno Rajoy y de exaltación independentista. Inmediatamente después se preparan otras elecciones anticipadas, las llamadas plebiscitarias del 2015. Plebiscitarias porque debían tener el papel de un referéndum que Mas legalmente no podía convocar y porque así se obligaba a ERC a asumir la lista única del nacionalismo. Se prometía la independencia exprés que -se aseguraba- el Estado español no podría frenar.

El resultado fue que todo el independentismo -incluidas las CUP- obtuvo el 48% de los votos. Era evidente que el secesionismo había tenido un gran resultado, pero que el referéndum a través de las plebiscitarias no había llegado al ansiado 51%. Pero como la ley electoral española (Cataluña nunca ha sabido pactar una ley electoral propia) dio a los partidos del 48% de votos la mayoría absoluta de diputados, Mas y Junqueras decidieron proclamar que habían ganado y no retroceder. Seguir hacia la independencia olvidando la Constitución y las normas estatutarias (mayoría de dos tercios para su reforma) proclamando que habían ganado.

Luego, con Puigdemont al frente -al que Mas nombró sucesor tras ser vetado por las CUP-, el independentismo se empeñó en convocar el referéndum ilegal del 1-O de 2017 -que el Estado reprimió tras ser evidente que no había podido impedir la llegada de las urnas a los colegios electorales- y luego vino la declaración unilateral de independencia que fue contestada instantáneamente con un 155 que provocó una gran protesta el 3 de octubre, pero ninguna gran repulsa en Cataluña. De hecho, los partidos que habían proclamado la República catalana no dudaron en acudir a las elecciones autonómicas convocadas por Rajoy al amparo del 155.

No saber leer el resultado de las elecciones de 2015 y llegar a la DUI en 2017, sabiendo que se estaba jugando al póquer y de farol como dijo la consellera Ponsati, y que no habría ningún reconocimiento europeo o internacional, son el gran fallo del secesionismo. Pero un 47% votando el pasado 21-D a unos independentistas que han perdido el 27-O, indica que la fractura con España de una parte de Cataluña es muy fuerte.

Conclusión

Hoy, un año después del 27-O, Cataluña está muy dividida y fraccionada. La prueba es que el 21-D hubo una ajustada mayoría absoluta separatista, pero que Cs, con 36 diputados, fue la lista más votada. Y el ascenso de Cs se ha fundamentado en la respuesta a la radicalización independentista del catalanismo: tres diputados contra Maragall en 2006, tres contra Montilla en 2010, nueve contra Artur Mas en 2012, 25 contra las plebiscitarias en 2015 y 36 contra la DUI en 2017.

Pero Cataluña no sólo está dividida, sino también desorientada. No sabe dónde está ni adónde ir. La llegada de Pedro Sánchez a la Moncloa ha abierto una esperanza de desinflamación que no ha tenido tiempo de afianzarse. ¿Será posible algún tipo de solución con un Gobierno progresista español, suponiendo que el Gobierno progresista tenga continuidad?

Los principios del catalanismo -autogobierno responsable, más a lo Prat de la Riba que a lo Pujol, y europeización de España, a lo Cambó, Roca, incluso Jordi Pujol y Narcís Serra- son todavía la salida plural más inteligente y más conveniente para la Cataluña actual. Pero ello exige analizar y discutir los errores del pasado, admitir el carácter irreversible de la pluralidad de la Cataluña actual y sacar las conclusiones en un pacto interno. Luego saber defender ese pacto en las batallas políticas dentro de España.

El catalanismo tradicional ha perdido tiempo y prestigio en la excursión independentista. ¿Sabrá recuperarlo? ¿Sabrán los grandes partidos españoles no quedar atrapados en una subasta nacionalista española como reacción defensiva al independentismo catalán?

Compartir el artículo

stats