Mayoritariamente nigerianas, donde las redes de trata de seres humanos gozan de la infraestructura y la penetración suficiente en la sociedad para llegar a estas mujeres, protagonistas de las últimas operaciones policiales y de las principales sentencias de los tribunales españoles que castigan a estas organizaciones.

Como recientemente ha hecho el Tribunal Supremo, que a través de una resolución en la que condena a cinco miembros de una trama a entre 13 y 39 años de prisión, ha ido más allá al advertir de que «no hace falta irse a lejanos países para observar la esclavitud del siglo XXI de cerca, simplemente adentrarse en lugares tan cercanos, a lo largo de los márgenes de nuestras carreteras».

Son los clubes de alterne, término de un proceso cuya génesis arranca en hogares sin recursos a cientos de kilómetros de España.

Y ahora el Supremo se hace eco en su sentencia de la arquitectura de las redes para delinquir con estas mujeres. Tres fases delimitadas cada una con una finalidad concreta que avanzan hacia el objetivo final, anular y someter a la víctima a su voluntad.

Captación

Se busca ofrecer a personas desvalidas de las barriadas más pobres unas mejores condiciones de vida. El mecanismo es el engaño, que se traduce en ofertas de trabajo legítimo, ya sea en el servicio doméstico, fábricas o tiendas, o incluso como modelos.

Un colaborador de la red actúa como catalizador de un futuro vertebrado en torno a una falsa promesa y que a menudo no hace llegar directamente a la mujer, sino a sus padres, que, sin saberlo, dan el primer paso para condenar a sus hijas a una vida monstruosa. Se tramita la documentación (pasaportes) pero enseguida ésta es custodiada por la red para dificultar la fuga de las víctimas, decididas a irse tras ser no solo engañadas sino también coaccionadas. Si no viajan, irán a por sus familias.

Traslado

Puede durar meses e incluso un año, con etapas a pie. Un tiempo esencial para el éxito de la trata ya que ahora el objetivo pasa por lograr un desarraigo suficiente que corte los vínculos afectivos que tiene ella con su lugar de origen. Hay que amputar todo contacto con sus redes sociales de apoyo (familia, amistades, vecinos) y aislar a la víctima. Cuando se llega al destino final la víctima es despojada, con mucha frecuencia, de sus documentos de identidad y viaje, así como de otras pertenencias que la relacionen con su identidad y con sus lazos familiares y afectivos.

Explotación

La organización muestra a la víctima la cruda realidad y le informa que está endeudada por el viaje (entre 30.000 y 60.000 euros) y que debe devolver esa cantidad a sus explotadores ejerciendo la prostitución. Una «madame» se ocupa de vigilar todos sus movimientos. Incomunicadas y sometidas, y ya es una esclava sexual.