El preso sin condena Oriol Junqueras fue autorizado a presentarse a las elecciones europeas. Cuando obtuvo más de un millón de votos, Marchena le prohibió asumir un cargo que lo hubiera sacado del ámbito del Supremo. Por si acaso, Marchena planteó una cuestión al Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Es decir, que Marchena tenía dudas razonables sobre su veto a la toma de posesión. Y Marchena mantuvo la cárcel pese a esta incertidumbre, una forma cuando menos curiosa de comportarse al decretar una pérdida de libertad. Mientras llegaba la respuesta, Marchena se apresuró a condenar a Junqueras a trece años de cárcel. Por si acaso.

Para general sonrojo de los españoles, el Tribunal europeo concluye que lo fundamental es el voto, no la burocracia y mucho menos el comportamiento del Supremo al margen de la más elemental norma democrática. El poder corresponde a los ciudadanos, ni al jefe del Estado ni a los jueces. No se protege a los independentistas, sino a los votantes. Una vez que apoyan a un candidato de Vox o Podemos con el número suficiente de sufragios constatados en el recuento, su sentencia es inamovible. Y si en paralelo cometen un crimen, se consulta al Parlamento correspondiente. Es decir, a los mismos votantes de antes.

El escrito de la fiscalía contra Junqueras se difundió bajo el epígrafe "más dura será la caída", que alguien olvidó borrar. Le encaja hoy al ridículo de Marchena. Es curioso que quienes anularon a los votantes, insistan ahora en que no puede cancelarse la sentencia dictada contra esa voluntad expresa. Al margen del idioma legalés, puede que la condena presidida y escrita por Marchena sea válida, pero se ha desnaturalizado. Hoy no se lee con los mismos ojos. Y saltando de la justicia a la política, alguien debe aclarar si Marchena es el presidente político idóneo para la Sala de lo Penal, o para el Supremo en su conjunto.